Martes, 12 de mayo de 2015 | Hoy
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Las últimas denuncias de Elisa Carrió sobre la muerte del fiscal Natalio Alberto Nisman y el ex jefe de gabinete Juan Manuel Abal Medida evocan un fantástico episodio olvidado de la crisis de 2001.
Por Horacio Verbitsky
Un domingo de julio de 2001, Elisa Carrió me llamó por teléfono y me dijo que debía verme con urgencia. Integraba la comisión parlamentaria sobre lavado de dinero y me había hecho algunas consultas sobre la información que recibía. Llegó a mi casa cerca de las once de la noche, en compañía de Leandro Despouy. Estaba muy excitada porque había descubierto varias cuentas en guaridas fiscales compartidas por Carlos Menem, Ramón Hernández, David Mulford y Domingo Cavallo. Los documentos probatorios que me mostró llevaban el sello de un organismo denominado MIGA y me dijo que se los había entregado el coronel de las Naciones Unidas Daniel Díaz Droulhon, con acceso a las bases de datos de inteligencia financiera de la organización mundial, que contienen información confidencial sobre cuentas secretas y sociedades de cobertura. Para acceder a las bases, este hombre viajaba a Montevideo, con pasajes y estadía pagados por Carrió. Les dije que desde la fuente hasta la documentación y la mera existencia de las cuentas compartidas con el nombre de sus titulares me parecían inverosímiles. Despouy permaneció en prudente silencio. Prometí profundizar el análisis y en agosto le entregué mis conclusiones a Carrió.
1. Encontré en mi archivo la minuta sobre una visita que Díaz Droulhon realizó en 1997 a mi oficina, donde lo atendió mi colaboradora Lilia Ferreyra, la viuda de Rodolfo Walsh. DD se atribuyó una cantidad descomunal de títulos y actividades, con gobiernos, fuerzas de seguridad y organismos internacionales y dijo que trabajaba para una “fuerza de protección de Naciones Unidas que integran los servicios de Estados Unidos, ingleses, alemanes, franceses, rusos, de Arabia Saudita y el Mossad (sic), para realizar una tarea de inteligencia informática”. Narró una “guerra internacional entre el Opus Dei y el sionismo, con componentes de narcotráfico” (sic), que se proponían “la desestabilización económica del país para que en algún momento apareciera el salvador de la patria. Manejaban bonos de la islas Caimán”. Le encomendaron la Operación Libanian Horse, para la que viajó a Paraguay, donde “logró entrar a la base de datos de los fedayines. Tenían tres códigos en clave. Descubrió la clave: Alfil 7equs3”. Por Cavallo, agregó, insinuante. Mi evaluación fue: Delirios y Basura.
2. Verifiqué que MIGA es la sigla en inglés del Organismo Multilateral de Garantía de Inversiones, que facilita garantías a empresas que desean invertir en países de economías de alto riesgo o afectadas por un conflicto.
3. Consulté con Jack Blum, el mayor experto mundial en lavado de dinero, asesor del Poder Ejecutivo y del Senado de su país, a quien había conocido en Washington durante un encuentro del Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación. Me contestó en forma categórica que son los países y no las Naciones Unidas los que tienen unidades de reunión de inteligencia financiera. La del Tesoro de los Estados Unidos es el FINCEN (la sigla en inglés de la Red de Control de Delitos Financieros). De paso me regaló este pronóstico: “La Argentina está al borde del default. Y aunque no defaulteara, la comunidad internacional pedirá que los argentinos soporten un precio demasiado alto por un rescate. En mi opinión, quienes deberían pagar son los que saquearon el país y se llevaron la plata offshore y quienes manejaron el mercado de la deuda externa argentina”.
4. También consulté a Tex Harris, por entonces secretario general de la Asociación del Personal Diplomático de su país. Nunca había oído nombrar al World Diplomat Council, que DD invocaba, y dijo que le sonaba a pantalla de otra cosa.
5. Una vez que le comuniqué a Carrió esas primeras averiguaciones, los informes de DD dejaron de originarse en el MIGA y empezaron a llegar con sello del FINCEN. Le advertí que ese sello estaba tomado de Internet, lo cual se verifica porque en uno de los documentos decía “Inside Fincen”, que es donde hay que cliquear para entrar en la página de ese organismo.
6. Luego accedí a uno de los expedientes judiciales, en los cuales DD fue procesado por estafa. Consistía en presentar grandes proyectos con aval de Menem o de Naciones Unidas y pedir dinero para empezar, hasta que llegaran las partidas del Sistema de Naciones Unidas. Uno de los testigos declara que DD “no pertenecía a Naciones Unidas y que anteriormente había dejado un tendal de gente estafada”. Los proyectos recorrían un amplio espectro, desde informática hasta televisión satelital y reciclaje de residuos alimenticios. El expediente de la causa 21.272/95 del juzgado de instrucción 31, secretaría 119, consigna que en el momento de su detención, por pagar cuentas propias con cheques ajenos que le había hecho firmar en blanco a un socio, tenía un carnet de las Naciones Unidas. Según el comisario Aldo Silva, jefe de Defraudaciones y Estafas, la credencial era apócrifa, hecha en una computadora normal, en papel común, plastificada en el boliche de la esquina y sin bandas de seguridad. También le encontraron tarjetas personales de Seven Stars Group, “ente consultor de las Naciones Unidas”. En su declaración indagatoria dijo que usaba la credencial para hacerle creer a su concubina que debía partir en misión de Naciones Unidas y así “tener una excusa para ausentarme de mi hogar y estar con mi hija” y su exposa. Confesó que la ropa para la foto de coronel la adquirió en la tienda “Rezago”, de Morón. Funcionarios de Naciones Unidas dictaminaron que las credenciales eran “a simple vista apócrifas” y que el uniforme y la gorra “no corresponden a los de las fuerzas de paz, cuyos oficiales jefes no usan gorra sino boina”. Entre los elementos secuestrados se encontraron el papel y el software de computación con el que confeccionó las credenciales y un sello de goma de las Naciones Unidas. Al dictarle la falta de mérito, el juez Francisco Trovato dijo que las credenciales falsas servían para “teatralizar con eficacia la mise en scène característica de las defraudaciones”, eran “un puro artificio, originado en la capacidad creativa del imputado”, pero que “al no corresponderse en lo más mínimo con las legítimamente expedidas por la ONU, aparecen como grosero remedo de las mismas, inhábiles per se para engañar a cualquier persona avisada”. El juez arriesga una hipótesis: además de estafar, las usaba por “motivaciones más profundas”, visibles en sus “afirmaciones mito y megalomaníacas”.
Carrió me agradeció que hubiera desenmascarado al fabulador y me olvidé del tema, hasta que leí en los diarios que se había presentado con esos documentos ante el fiscal Carlos Stornelli, quien inició una causa con ellos. Cuando le pregunté por qué lo había hecho si ya sabía que eran falsos, me respondió que como funcionaria tenía la obligación de denunciar y que las precisiones sobre los hechos correspondían a la justicia. No hablé con ella desde aquel día. La primera vez que recordé el episodio fue en febrero de 2010, cuando DD fue detenido por actuar como falso perito en el triple crimen de la planta transmisora de la Policía Bonaerense en Arana. Cuando lo capturaron estaba prófugo en otras seis causas. Volví a evocarlo en estos días, cuando Carrió le explicó a la fiscal Viviana Fein la conspiración entre los ayatolas iraníes, el gobierno de Venezuela, la SIDE y el general Milani para asesinar al fiscal Nisman, y al leer el desopilante reportaje de Hugo Alconada Mon, quien se limitó a hacerle preguntas y dejar que la autodenominada tribuna de la plebe se explayara en las respuestas sin interrumpirla. ¡Qué aburrida sería la política argentina sin este extraordinario personaje!
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