Miércoles, 13 de mayo de 2015 | Hoy
Por Bernardo Kliksberg *
El peor lugar del mundo para ser madres, y bebés, son los barrios de viviendas precarias, señala el Informe 2015 sobre El Estado de las Madres en el Mundo, de Save the Children. La tasa de mortalidad infantil en ellos multiplica de 2 a 5 veces las de los vecindarios ricos. La Organización Mundial de la Salud (OMS) refiere que “mil millones de personas viven en zonas marginales, villas miseria, caminos, debajo de puentes o cerca de las vías férreas... no tienen vacunas, aguas seguras, controles natales ni suplementos vitamínicos”. Ochocientos mil mueren el día que nacen apenas mil menos mueren cada 24 horas por causas evitables. Junto a las carencias antes mencionadas, una central es la desnutrición de madres y niños.
La doctora Chang (directora, OMS) advierte que “esas muertes prevenibles se dan cada vez más en los slums urbanos, donde el hacinamiento y la sanidad pobre existen entre grandes rascacielos y centros comerciales”.
El derecho a la vida que los progresos médicos aseguran a la inmensa mayoría de los niños que nacen en los estratos medios y altos, está en suspenso para los niños de los asentamientos urbanos marginales. Son los que sufren más severamente el impacto del crecimiento vertiginoso de las desigualdades bajo las recetas económicas ortodoxas.
En la India, una de las potencias emergentes con más crecimiento económico, la mitad de los chicos tiene atrasos en el crecimiento.
Previniendo sobre el avance de la pobreza infantil en España, resalta la Sociedad Española de Salud Pública: “La exposición de la infancia a situaciones de privación y desigualdades incide en peores resultados en salud a corto, mediano y largo plazo. Cuanto más precoz es la exposición más irreversibles y negativos son los efectos”.
La situación de los niños está estrechamente vinculada con los grados de equidad de los países. Encabezan el ranking de Save the Children países “activistas” en políticas públicas de protección social. El número 1 es Noruega y le siguen Finlandia, Islandia, Dinamarca y Suecia. El Estado de Bienestar social nórdico se expresa en este fundamental.
Entre 178 países, Argentina es el líder latinoamericano: ocupa el puesto 36. Le sigue Cuba (40), Costa Rica (45) y Chile (48). Entre los peores, Honduras (109) y Guatemala (179). Perú está en el grupo de los que tienen la mayor disparidad en esperanza de vida entre niños urbanos pobres y ricos.
Los casos de Guatemala y Honduras ilustran sobre el impacto de las grandes desigualdades.
Guatemala tiene desde hace décadas un 48 por ciento de desnutrición infantil y una de las peores distribuciones del ingreso. En 2013, 245 millonarios tenían 30.000 millones de dólares, 122 millones de dólares cada uno. La recaudación fiscal es solo un tercio, proporcionalmente, que la de Argentina o Brasil.
La fiscalía y la Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala (Cicig) creada por la ONU, que ha desempeñado un papel clave en la lucha por los derechos humanos, denunciaron que una banda criminal dirigida por el secretario privado de la vicepresidenta, Roxana Baldetta, se estaba apoderando de la recaudación por derechos aduaneros. La vicepresidenta, a punto de ser expulsada por el Congreso, tuvo que renunciar. El gobierno de la “mano dura” está contra la pared y llueven las denuncias. El presidente afirmó días atrás que no renovaría el mandato de la Cicig. Las razones son obvias. El Periódico de Guatemala estima que con la suma robada se podría eliminar totalmente la desnutrición de los niños.
En Honduras, 215 personas tienen 30.000 millones de dólares (139 millones por cada fortuna). La pobreza supera el 60 por ciento.
Mas de 60.000 niños se fueron de Guatemala, Honduras, México y El Salvador en 2014, sin acompañantes ni documentos, tratando de llegar a EE.UU. La Acnur llama a este desplazamiento masivo, “niños en fuga”. Escapan de la pobreza atroz, y a no ser integrados a la fuerza al narcotráfico y las maras.
Ante las crudas realidades de las madres y niños pobres hay diversas alternativas. Una es negarla y echarles las culpas. Cuando un niño tiene problemas de conducta en la escuela, es el culpable. No hay que averiguar si vive en una vivienda hacinada, en pobreza, en familias quebradas. Si no hace los deberes escolares es por vagancia, y no porque en su lóbrega vivienda no hay ninguna mesa donde hacerlos.
Del Sel, el aspirante a gobernador por Santa Fe, tiene las cosas claras. En un programa de TV expuso su doctrina de “mano dura” para los niños díscolos en la escuela y la familia (Pertot, Página/12, 6/5/15). En la escuela: “Donde el pibe se porta mal, amonestaciones. Y si no, rajarlo del colegio y que pierda el año”. En la familia: “Metele un buen cocazo y que no joda más”. Sin palabras.
Otra es que las políticas públicas asuman el problema. Se pregunta Walls (El País, 1/9/14): “¿Podría aprender España de los ejemplos exitosos en reducción de pobreza infantil de países latinoamericanos?”. Destaca a Bolsa Familia del Brasil y Asignación Universal por Hijo de Argentina, el programa ejecutado por la Anses con la conducción de Diego Bossio, que ha llegado a 3,6 millones de niños humildes y ya cumplió 5 años. Una amplia evaluación con 3100 encuestas en todo el país, y un margen mínimo de error, encontró que, entre otros resultados, ayudó a ganar un año de escolaridad a los niños pobres y que aportó a lograr un ciento por ciento de control de embarazo en las mujeres pobres.
Las políticas públicas son las principales responsables de reintegrar sus derechos humanos a los niños pobres del mundo y la región. Organizaciones modelo como Unicef, insisten en ello. Pero deben ser asistidas por la sociedad civil.
Kailash Satyarthi, hindú, recibió el Premio Nobel de la Paz en 2014. Narra en una entrevista que cuando tenía 5 años y fue por primera vez a la escuela (Agüero, El País, 8/5/15) vio a un niño de esa edad limpiando zapatos en la puerta. Preguntó a todos por qué no estaba en la escuela con ellos. Le contestaron que “había nacido en una casta destinada a hacer ese trabajo, como lo habían hecho su padre y su abuelo”. No lo convenció. A los 26 años, ya ingeniero y profesor, dejó una vida fácil para entregarse a la lucha contra el trabajo infantil. La organización que creó salvó a 84.000 niños del trabajo infantil, la esclavitud, su uso en el tráfico de drogas, el comercio de órganos y su venta para la prostitución.
No fue gratis. Las mafias atentaron contra su vida en múltiples ocasiones, y tiene cicatrices y heridas en el cuerpo.
Explica que “aunque estaba liberando a otros, me estaba liberando a mí mismo”.
No seremos realmente libres mientras haya niños precondenados a una vida muy breve, y a la privación de sus sueños y derechos.
* Está en imprenta la nueva obra del autor en coautoría con Irene Novacovsky, El gran desafío. Romper la trampa de la desigualdad desde la infancia. Aprendizajes de la Asignación Universal por Hijo. Editorial Biblos, Organización Iberoamericana de la Seguridad Social, 2015.
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