Martes, 29 de septiembre de 2015 | Hoy
Por Rodrigo Fresán
UNO No en el principio pero siempre al final: el Verbo es Fix. Una de esas sonoras y sónicas palabras en inglés con mucho de onomatopeya de comic y que se las arreglan para significar tantas cosas parecidas pero con sus diferencias según quién y cómo las aplique. Fix, entonces, como arreglar, acomodar, fijar, emprolijar, atar, clavar, drogar, eliminar, amañar, emparchar, instalar, reponer. Y, ahora, Rodríguez la conjuga no en su acepción del to fix emotivo y luminoso –como en la de “Fix You”, balada épica de Coldplay–, sino en su lado sombrío y fuera de la ley. Porque a eso se dedica el fixer Ray Donovan. A –en sus propias palabras– “alterar la historia” y a estar “tan cansado de solucionarles los problemas a gente que no se lo merece”.
Pero aún así, agotado, Ray Donovan –facilitador de lo difícil, sea como sea y caiga quien caiga– sigue alterando y solucionando.
Y fixeando.
DOS ¿De dónde viene Ray? Desde Boston –con Irlanda en su ADN– a Los Angeles: ciudad a la que en un episodio alguien define como “el lugar donde acaba cayendo todo lo que está suelto en el resto del mundo”. Pero Ray no cae sino que desciende del Ned Beaumont de La llave de cristal de Dashiell Hammett, del consigliere Tom Hagen en El padrino de Mario Puzo, del abogado especialista en lo que ninguno de sus colegas quieres especializarse que es George Clooney en Michael Clayton. Ray Donovan es el protagonista de Ray Donovan, serie de televisión favorita de Rodríguez. Y a Rodríguez le extraña mucho que todos esos serios que se la pasan hablando de series como si en ello les fuese la vida (no es su caso; para él la televisión sigue siendo televisión buena y mala) se refieran tan poco a Ray Donovan. Mucho Lost y Juego de tronos y True Detective y Girls; pero casi nada de Ray. Y es raro; porque en Ray Donovan está todo lo mejor de lo ya emitido: la fina línea que separa a un buen hombre de un mal tipo de Breaking Bad, la familia como amoroso horror de Los Soprano y de A dos metros bajo tierra, la profesión como credo/karma de Mad Men y Masters of Sex, la ciudad como coprotagonista y el delicado y coral equilibrio entre los grupos de poder de The Wire. Y por encima de todo y de todos, ah, el estoico Ray (un impasible pero lleno de matices Liev Schreiber, con ese aire de Gato de Cheshire que no sonríe nunca) trabajando horas extras para el amoral bufete de Goldman & Drexler o para un millonario todopoderoso o para sí mismo (este último el trabajo más arduo de todos y su idea fixa: mantener en curso a su clan de irlandeses volátiles e inflamables). Así, el man-scout Ray con las manos llenas de mierda (junto a ventilador encendido) siempre listo para neutralizar conflictos ajenos mientras los suyos se complican cada vez más.
Creada por Ann Biderman y con un grupo de guionistas que incluye a Michael “The Player” Tolkin, Ray Donovan recuerda al gran cine de los 60/70 en USA: a Robert Altman, Sidney Lumet, Hal Ashby, Alan J. Pakula y Sidney Pollack (quien, de seguir vivo, seguro, se hubiese dado una vuelta como parte del elenco). De ahí que, en su reparto, brillen glorias como James Woods, Elliott Gould, Paul Michael “Starsky” Glaser y un inmenso Jon Voight (ganador de un Globo de Oro por este papel) quien, en el rol de Mickey “Mick” Donovan, el padre recién salido de la cárcel de Ray, da miedo, mucho miedo. Y, también, una cierta ternura. Ray Donovan remite a las novelas de Ross Macdonald y de Bruce Wagner y a las crónicas de Joan Didion, a las canciones de Warren Zevon y de Dennis Wilson, a los cielos y a las piscinas en los cuadros de Ed Ruscha y David Hockney. Ahí, mafiosos armenios, luchadoras libres y mexicanas, sacerdotes pederastas, feroces millonarias con ortodoncia, sicarios israelíes, action-heroes gay y una magnífica aprendiz de fixer lesbiana, profesores de secundaria viudos y atormentados, juveniles estrellas de rap, capos del FBI sexópatas, mentores con obsesiones talmúdicas, prostitutas generosas, y no nos olvidemos de ese delfín que habla y aconseja a Mick en sus más definitivos momentos de decisión. Y ahí va y aquí viene de nuevo Ray con esa cara mezcla de asco y hartazgo al enterarse –esto es verdad– de que ya muere más gente intentándose sacarse un selfie tonto y peligroso que por ataque de tiburón.
TRES La mañana del domingo en el que, por la noche, se emitirá el último episodio de la tercera temporada de Ray Donovan, Rodríguez se pregunta algo así como “¿Y ahora quién podrá fixearme?” Ahí está: frente a todos esos sobres recibidos por correo con boletas para las elecciones autonómicas súbitamente plebiscitarias. El sobre de las del PP pregunta “¿Estás harto?” y, al abrirlo, lo primero con lo que se encuentra uno (¿ningún asesor se da cuenta de estas cosas?) es con la carita de Rajoy ilustrando cartita invitando a fiestita de la democracia para “poner fin al lío en el que nos han metido”. Para Rodríguez está claro que el siempre liado Rajoy no es un fixer aunque sí un gran aforista/absurdista. Días atrás –interrogado por nuevas evidencias de corrupción en su partido– prometió que lo arreglaría con un “Haré lo imposible, si lo imposible se puede hacer”. Y se quedó tan ancho y tan alto y se fue a una entrevista a enredarse con lo de catalán y español y europeo. Y sus rivales no se quedan atrás. Todos –independentistas y no– parecen gente a los que Ray les diría “Lo siento pero todo tiene un límite. No puedo/quiero hacer nada por ustedes”. Mal negocio. Nada que ganar. Poquita cosa (bailotean sobre sí mismos, cuentan chistes de comanches o ríen doble sentidos sexuales, tironean banderas, deliran paranoias fundamentislamistas, sonríen sus ya clásicas sonrisitas de tahúr en palcos y balcones, besan verduleras, anuncian la inmediata génesis de una utopía o un inminente apocalipsis distópico) si se los compara con el grado de fixerismo que necesitarán los tramposos de Volkswagen: el eslogan “Das Auto” cambiando a “Das Asco” y los escarabajos metaformoseándose en cucarachas. Y Rodríguez se pregunta a cuántos ejecutivos-refugiados de la compañía recibirá cada país europeo.
Mientras tanto y hasta entonces, a refugiarse de estos estadistas ibéricos. Todos discutiendo acerca de diputados versus votos y porcentajes, de mayorías que no se pronuncian, de si es fácil volver a entrar en Europa si se sale de España, de si se irán de Cataluña los bancos y el Barça y la editorial/premio Planeta y Pronovias y la fatigante leyenda del Boom y la memoria en llamas de Carmen Balcells, quien ha conseguido lo que ya no consiguen papas ni reyes: morir en su trono. Ray, en cambio, no puede irse ni salir de su vida. Ray es el carcelero de sí mismo. Alguien que, cuando le preguntan si “se siente diferente ahora que ha conseguido todo lo que quería”, se lo piensa un segundo y, con cara de Ray Donovan, contesta “No”.
Si se lo preguntasen al indiferente y frustrado Rodríguez, éste contestaría “Sí”.
Pero (ahora empiezan los verdaderos problemas, ahora viene el hundido día después, la resaca y la jaqueca, las muchas semanas de facturas y fracturas, las grietas y las arrugas, las dificultades para recomponer lo tocado y manoseado durante años por unos y por otros) Rodríguez estaría contestando, históricamente alterado y suelto y cayendo, como tantos otros catalanes españoles y/o españoles catalanes, a otra pregunta, a la pregunta “¿Estás harto?”
Con cara de Raydríguez.
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