CONTRATAPA
Nuestro Frankenstein
Por Michael Moore
Gracias a Dios Saddam está de nuevo en manos norteamericanas. Realmente debe habernos extrañado. La verdad, se lo veía muy mal, pero al menos consiguió un examen odontológico gratuito, algo que la mayoría de los norteamericanos no pueden obtener.
Antes, a los Estados Unidos les gustaba Saddam. Lo queríamos mucho. Lo financiamos. Lo armamos. Lo ayudamos a gasear a las tropas iraníes.
Pero después se salió de madre. Invadió Kuwait, una dictadura, y, al hacerlo, hizo la peor cosa que uno pueda imaginar: amenazó a un país que era aún más amigo nuestro que Irak, Arabia Saudita, otra dictadura con enormes reservas de petróleo. Los Bushes y la familia real saudita eran y son socios estrechos, y Saddam, a principios de los ‘90, cometió una ofensa a la realeza al acercarse demasiado a los holdings. Las cosas desde ese momento empeoraron para él.
Antes, Saddam era nuestro amigo y nuestro aliado. Apoyamos su régimen, y no era la primera vez que respaldábamos a un asesino. Nos gusta jugar al doctor Frankenstein. Creamos muchos monstruos –el sha de Irán, Somoza en Nicaragua, Pinochet de Chile– y luego nos mostramos ignorantes o impactados cuando masacraron a sus pueblos. Nos gustaba Saddam porque quería combatir al ayatollah, y entonces nos aseguramos de que tuviera miles de millones de dólares para comprar armas. Armas de destrucción masiva. Las tenía. Cómo no saberlo: nosotros se las dimos.
En los ‘80 alentamos a las empresas norteamericanas a hacer negocios con Saddam. Así consiguió Hussein elementos químicos y biológicos para usar en armas químicas y biológicas. De acuerdo con un informe del Senado emitido en 1994, fueron éstos:
- Bacillus anthracis, causa del ántrax.
- Clostridium boutulinum, una especie de toxina que produce botulismo.
- Histoplasma capsulatam, causa de enfermedades que atacan los pulmones, el cerebro, la espina dorsal y el corazón.
- Brucella melitensis, bacteria que puede dañar los órganos más importantes.
- Clostridium perfringens, bacteria muy tóxica que causa enfermedades graves.
Entre las empresas que ayudaron a Saddam figuraron AT&T, Bechtel, Caterpillar, Dow Chemical, Dupont, Kodak, Hewlett-Packard e IBM.
También entregamos a Saddam imágenes satelitales para que pudiera localizar a las tropas iraníes. Sabíamos bastante bien cómo usaría Saddam esa información. No bien le mandamos las fotos, gaseó a los iraníes. Y nos quedamos callados: Saddam era nuestro amigo y los iraníes, nuestro “enemigo”. Sólo un año después de que gaseara a los iraníes establecimos relaciones diplomáticas plenas con Irán.
Después gaseó a su propio pueblo, empezando por los kurdos. Ustedes pensarán que entonces nos separamos de Saddam. En efecto, el Congreso quiso imponer sanciones económicas contra Hussein, pero la Casa Blanca bajo Ronald Reagan rechazó de inmediato esa idea. Estábamos virtualmente de fiesta con este Frankestein que (en parte) habíamos creado nosotros mismos.
Luego, igual que el mítico Frankenstein, Saddam se nos fue de las manos. Empezó a no hacer lo que su maestro le había ordenado que hiciera. Saddam debía ser capturado.
Ahora que Hussein acaba de ser traído desde el salvajismo en que vivía, quizá tenga algo que decir acerca de sus creadores. Tal vez podamos aprender algo... interesante. Tal vez Don Rumsfeld sonría y estreche de nuevo la mano de Saddam como hizo en 1983.
La verdad, es probable que no nos encontrásemos en la situación actual si no fuera por lo que hicieron Rumsfeld, Bush padre y compañía. Si no fuera porque en los ‘80 se entusiasmaron tanto con su amigo, el monstruo del desierto. Mientras tanto, ¿alguien sabe dónde está el tipo que mató a tres mil personas el 11 de septiembre del 2001? ¿Dónde anda ese otro Frankenstein nuestro? ¿Estará en una ratonera?
Hay muchos de nuestros pequeños monstruos dando vuelta y queda muy poco tiempo antes de las próximas elecciones. Pero manténgase firmes, candidatos demócratas, el mundo árabe nos odia con pasión, y lo pagaremos de nuestro propio bolsillo en los años venideros. Nada de lo que haya pasado estos días (o en los últimos nueve meses) mejoró un ápice nuestra seguridad en este mundo posterior al 11 de septiembre. Porque Saddam nunca fue una amenaza a la seguridad nacional de los Estados Unidos. Lo que nos condena, más bien, es nuestra costumbre de jugar al doctor Frankenstein.