CONTRATAPA › ARTE DE ULTIMAR

Que por mayo era, por mayo

 Por Juan Sasturain

Para todos los perseguidos
por una Justicia genuflexa del Poder.

Supongamos que tengo –tenía, pero ya no tengo más– que dar mi clase de literatura hoy lunes a los adolescentes de cuarto año y me / nos toca como tema el Romancero. Tienen que tener leído el Romance del prisionero, maravilla recogida en su versión más trunca (si cabe la burrada) por el viejo Menéndez Pidal cuando era muchacho en la Flor (significa selección, antología) nueva de romances viejos, gran título, libro memorable. Claro que también los pibes tienen que haber leído los diarios y visto la tele en el fin de semana, así que trataré de que no se dispersen. Difícil, sobre todo cuando sienten tan ajeno ese texto con marcas tan medievales de oralidad castellana, y eso que está en versión modernizada. Como es cortito –16 versos– vamos a ir leyendo y comentando, digo yo.

Supongamos que ya saben que es anónimo no porque no lo escribió nadie, como dice uno, sino porque no se sabe quién lo hizo / cantó primero –como las canciones de la cancha– y se ha ido modificando con las repeticiones hasta que alguien lo puso en papel. El ejemplo de las canciones tribuneras les interesa pero se dispersan en obscenidades y hay que parar ahí. Reconocen que son octosílabos, como toda la poesía popular de nuestra lengua, les digo, que riman sólo los versos pares (una rima suave, la llamada asonante, en que coinciden sólo las vocales, no necesariamente las consonantes) y les muestro eso con los cuatro primeros: Que por mayo era, por mayo / cuando hace la calor / cuando los trigos encañan / y están los campos en flor.

Aclaramos ese raro Que de salida, una señal, una marca de que la cosa viene como empezada –no uso el tecnicismo in media res para no espantarlos– es como un pedazo de una confidencia, una conversación, si quieren: porque es algo dicho, no escrito. Y no “está mal” lo de “la” calor –joden con eso– porque la lengua no estaba fijada aún (siglo quince, ponganlé) y el uso genérico era indistinto. Una vez más hablamos de que el diccionario (La Ley) y la gramática (El Orden) vienen después (lógica y temporalmente) del uso, de la práctica, que es lo único vivo, la materia anterior: en el fondo lo único que hay… Que la Ley & el Orden son formalizaciones posteriores que devienen reglas sujetas al poder de lo escrito. No es fácil explicar eso porque la cuestión deriva hacia la asociación –en el romance– de mayo con el clima cálido cuando en mayo estamos todos cagados de frío en un aula de precaria calefacción con tarifa de gas sincerada. Y saltan las últimas noticias sobre el calentamiento global y otras aberretadas verdades de internet cuando por fin uno pesca que es una cuestión de hemisferios: “Mayo es la primavera –dice– en España. No el otoño como acá. En el partido del Barça estaban todos de manga corta”. Por eso los trigos encañan (se hace caña el tallo, les explico) y hay flores en el campo.

Sintetizando, digo: hay alguien –no sabemos quién todavía– que dice que hace calor, está lindo el tiempo, crece el cereal y está lleno de flores. Este alguien describe el clima y la naturaleza, lo vegetal, digamos. Y fíjense cómo sigue (y ahí pasamos a los cuatro versos siguientes): cuando canta la calandria / y responde el ruiseñor / cuando los enamorados / van a servir al amor. Aunque los pibes no han visto nunca una calandria (pajarito bien argentino, les cuento, que cantaba como la pulpera de Santa Lucía) y menos aún un mítico ruiseñor porque acá no hay –aunque como la alondra se solía parar en el palito de los versos tangueros– me dedico a las aves, y cuando estoy a punto de irme al carajo recordándoles que en segundo leímos El ruiseñor y la rosa de Oscar Wilde, que hay un cuento de Andersen y un poema de John Keats, veo que por ahí los pierdo y vuelvo a los versos del romance. Les cuento que el trino de estos pajaritos, fabulosos cantores, anuncia en el hemisferio norte la llegada de la primavera, llamada “la estación del amor”, porque es el momento del año en que los bichos se aparean, usando un verbo específico y sin contraindicaciones. Lo que sigue, la expresión “servir al amor” aplicada a los enamorados en general provoca diversas reflexiones / exclamaciones que en general quedan confinadas al intercambio verbal y gestual del alumnado, que me excluye naturalmente. Supongo que han entendido y seguimos, entramos en la segunda parte del romance.

Acá recién nos enteramos de quién es el que habla, les informo / digo fíjense: Sino yo, triste, cuitado, / que vivo en esta prisión, / que ni sé cuándo es de día / ni cuándo las noches son. Supongamos que me detengo en explicar el uso coloquial y raro de ese Sino como sinónimo de excepto o menos, es decir: todo es alegría menos / excepto para mí, triste y afligido (cuitado, con cuitas, pesares) que estoy en cana y ni siquiera sé, porque estoy encerrado y sin una ventana o ranurita de luz, cuándo es de día y cuándo de noche. Ah la flauta, digo para mí. Y para ellos: es decir que lo anterior, lo que describió que pasa afuera, el tipo sabe que es así por experiencia, pero no lo ve ni lo siente, como el Brisky de la famosa publicidad de mis veinte años.

Y supongamos que acá me detengo un poquito y les digo que se fijen que cambió el tiempo verbal del principio, que era en pasado (era por mayo) pero cuando el tipo, se refiere a sí mismo (sino yo), empieza a hablar en presente: las cosas le pasan ahora… Ah, la flauta… ¿Y qué le pasa?

Le quitaron la libertad –dice alguno– pero es muy abstracto eso, convenimos rápido. Nunca se menciona ni se habla de libertad, acá. Ni del por qué ni el cómo. La idea o las imágenes vienen por otro lado: al que habla, al prisionero, le quitaron el mundo. Lo desnaturalizaron: no puede vivir naturalmente. Lo encerraron, lo enjaularon, lo sacaron de circulación, lo dejaron solo consigo mismo, sin luz ni voces, sin tiempo. Les pido que piensen en eso, que imaginen lo que significa como experiencia de vida quedarse afuera del tiempo. Claro que –según dice enseguida el pobre tipo– le quedaba apenas un contacto mínimo con la vida exterior o mejor con todo lo que no fuera él mismo, solo. Y ahí entramos en los dos primeros versos del último tramo: Sino por una avecilla / que me cantaba al albor. Como al sino ya lo explicamos, sólo nos queda ese albor que significa, verbalizado, el alba. Cuando pregunto si alguno sabe qué es el alba uno jode con pintura, otro la confunde con aura, un tercero dice el amanecer y nadie acierta con que es la primera claridad que rompe la negrura de la noche / de esta noche.

¿Qué dice el prisionero, entonces? Que el único datito que tenía respecto del mundo exterior a esa cárcel se lo daba un pajarito que no nombra y que cantaba con las primeras luces –y eso lo debe saber por experiencia anterior– y que eso le permitía imaginar / saber / contar un día más. Y acá paro otra vez y supongamos que les señale, antes de que se fastidien por la extensión de la explicación o el comentario, que el alba es la hora tradicional de los fusilamientos, que por el hecho de volar y de moverse sin aparentes limitaciones los pájaros suelen encarnar la (idea de) libertad. Y que hay un poema de Jacques Prévert –o varios, lindísimos– que juega con eso y que ya hablaremos otro día porque ahora hay que terminar con el Romance del prisionero, con los dos últimos y tristísimos versos: Matómela un ballestero, / Dios le dé mal galardón. Ufff… Se los digo, se los arrojo como quien tira un hueso que abarajan. Nos corta el timbre, nos corta el chorro, nos corta el verso.

Apuro entonces. El esdrújulo con pronombre enclítico (no uso ninguna de esas expresiones abstrusas y piantavotos) del comienzo se convierte rápido en me la mató (a la avecilla: véase ese me afectivo), y si varios saben qué es una ballesta por las películas pueden entender que el ballestero que la usa (como el arquero usa el arco) le metió un flechazo fatal al pajarito. ¿Por qué? Ah… quién sabe. Si fue porque estaba cazando, vaya y pase; pero también puede que haya sido un guardia de la prisión que se ortibó, de puro jodido, como dice uno. Entonces está más que justificada la última, contenida maldición del prisionero a ciegas y a sordas: que Dios lo castigue en su crueldad, que no lo premie por eso, que el galardón o recompensa o reconocimiento sea negativo. Qué tal, qué les parece, digo yo, nos vemos el lunes no tomen nada raro / no se olviden / al salir / los documentos.

Supongamos que por mayo era, por mayo, y yo daba o no daba clase y era un puto otoño frío y tan injusto como éste y la justicia del Poder (no el poder de la Justicia) encarcelaba, ajusticiaba en diarios y pantallas sin que volara, cantara un pajarito a contramano. Sino / sin embargo, digo / el romance trunco estaba y está ahí. Y canta todavía. Y cada vez, en el encierro ciego y sordo, el poema que canta no cuenta por qué ni quién ni cómo sino sólo le da / le devuelve / la palabra al maltratado.

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