CONTRATAPA
Uno para todos
Por Hugo Soriani
El que no fue todavía se debe estar lamentando. Aunque a lo mejor fueron todos, porque la vista no alcanzaba para abarcar tantas caras conocidas.
Capif (la cámara que reúne a los sellos discográficos) otorgó por primera vez el premio a la Personalidad del Año y el elegido fue León Gieco. El que crea que en este país no existe la justicia ya tiene un motivo para no abandonar del todo las esperanzas.
El festejo fue en el Piazzolla Tango y parecía un cumpleaños familiar. Lalo Mir captó rápido el clima y, casi cuando empezaba la cena, tomó el micrófono para llamarlo al escenario y recordarle que iba a ser premiado, que el homenaje era en serio y que tenía que decir unas palabras.
Gieco sacó entonces una hoja del bolsillo y se puso a enumerar los proyectos que tiene para este año. Mencionó tantas actuaciones a beneficio que parece cercano a cumplir su sueño de Pete Seeger, uno de los ídolos de León y padre del folk norteamericano, que desde hace años no cobra más entradas a sus shows. Va a tocar aquí, allá y en todas partes, para comedores populares, comunidades indígenas, escuelas y hospitales públicos, fábricas recuperadas. Allí donde haga falta plantar una bandera, poner el hombro, allí sonará su armónica y su ya clásica guitarra fileteada.
Pero también anunció un disco nuevo que seguirá este año a Bandidos rurales. “Para dejar tranquilo a Alejandro Varela”, gerente de la EMI, como bromeó Gieco desde el escenario.
La cena avanzaba, los invitados intercambiaban lugares, todos hablaban con todos, y llegó la primera sorpresa: Se corrió el telón y aparecieron Liliana Herrero, Andrés Giménez y Abel Pintos para hacer una versión de Cinco siglos igual que hizo enmudecer el salón. Después vino el video con los días de Gieco desde bebé con rulitos a éste de hoy, pasando por el setentista de pelo largo, jeans y botas texanas de la tapa de su primer vinilo. Ese “amarillito”, editado en 1973, que traía los después famosos “Hombres de hierro” o “En el país de la libertad” y algunas joyas menos conocidas como “Soles grises, mares rojos” o “La colina sobre el terciopelo”. El video, musicalizado con un tema suyo (“...sin querer, la vida y yo llegamos hasta aquí”), muestra las fotos necesarias para descubrirlo.
Ya estaba Gustavo Santaolalla, que trepó al escenario para hacer a dúo con Gieco un tema de Leda Valladares que sonó como si lo hubieran ensayado toda la vida. Gustavo habla y recuerda sus inicios como productor en el proyecto De Ushuaia a La Quiaca. Alejandra, su mujer, fotógrafa de aquella gira, mira con nostalgia y prepara su camarita digital para llevarse el recuerdo de una noche que imagina también inolvidable.
Lalo Mir prepara el premio, una bella escultura de Pujía, y llama al ministro de Educación, Daniel Filmus, uno de los pocos políticos al que Gieco nombra en sus recitales, para que se lo entregue. Filmus sube, habla y trastabilla con las palabras porque está tan emocionado como los otros cuatrocientos que estamos ahí.
La escultura va de mano en mano porque todos quieren mirarla de cerca, hasta que vuelve a manos de León, quien baja la vista hasta la cabecera de la mesa principal buscando a Alicia Sherman, mujer blindada, su compañera de toda la vida, esa que con quien se reencontró en la plaza un 25 de mayo camporista y que está a su lado desde entonces. Treinta años donde pasó de todo. Exitos, prohibiciones, persecuciones, exilio, regreso y ahora la estatuilla. Todo en manos de esa mujer de perfil bajo y convicciones firmes.
Todo es tan familiar que las nietas de Gieco corretean por la sala mientras su mamá Liza las persigue sin alcanzarlas. León acaba de recordar a dos compinches que ya no están y que lo acompañaron hasta el último día, su manager Pity Iñuñigarro y su gitarrista Eduardo Rogatti, a quienes echa de menos en la vida y en el escenario.
Ya había subido la Bersuit para hacer delirar a todos con una potente versión de Pensar en nada, cuando llegó Charly García. Solo, tranquilo y discreto se fue a sentar a la mesa donde León tomaba unos vinos con todos los que se acercaban. Abrazo de Charly “al maestro”, así le dijo, y cuando Alicia le preguntó si iba a tocar no se hizo repetir el deseo: “Si León me lo pide...” Y ahora sí se termina porque están zapando todos juntos, un supergrupo que hubiera sido el sueño de cualquier productor. Todos esos monstruos tocando para el Rey León: Alejandro Lerner, Víctor Heredia, Gustavo Cordera, Gustavo Santaolalla, Aníbal Forcada y el gran Charly en los teclados. Va La colina de la vida y amagan irse pero no, los hacen volver. Y con El fantasma de Canterville ya todo es luces, aplausos y helados derretidos porque nadie quiere perderse detalle.
Gieco programa nuevas actuaciones solidarias con algunos de los presentes, ahí mismo suma proyectos y despliega nuevas ideas como si fueran las doce del mediodía y se acabara de levantar. El tipo de Cañada Rosquín que un día vibró con Dylan se subió a sus acordes y lloró como un chico cuando escuchó Hombres de hierro en la radio de un taxi que lo llevaba a su pensión, se lleva a su casa el premio y la fiesta. Para él seguro ya pasó, porque es de los tipos que sueñan hacia delante.
Gieco suele decir que no usa celular ni contesta mails. Claro, porque sencillamente está. Cuando lo llaman está. Con su cuerpo, con su voz y con su música, como estará el 24 frente a la ESMA, cuando ese centro del horror sea convertido en Museo de la Memoria. Y treinta mil pares de oídos, desde quién sabe dónde, escuchen su voz, su armónica limpia y su guitarra compañera.