ESPECTáCULOS › ENTREVISTA A LA ACTRIZ Y DIRECTORA SUSANA COOK
“El género es una actuación”
Es argentina, pero vive desde hace más de diez años en Nueva York, donde se formó abordando la discriminación sexual y el racismo. El show que presenta aquí cuenta la vida de un inmigrante en los EE.UU.
Por Cecilia Hopkins
La actriz y directora Susana Cook es argentina, pero vive en Nueva York desde hace más de 10 años. Es la fundadora y directora de la compañía Tango Lesbiango, con la cual ha estrenado más de 14 obras de su autoría, que fueron presentadas en teatros independientes y universidades. Todas sus producciones fueron concebidas para ser interpretadas por mujeres. La sátira política es una de sus constantes; los temas que aborda son la discriminación sexual, el racismo, la problemática del inmigrante. Entre sus obras pueden mencionarse: Hot Tamale, Conga Guerrilla Forest, Rats y Butch Fashion Show. Cook acaba de llegar a Buenos Aires para presentar dos funciones de su unipersonal Argentina de exportación: mañana y el sábado, en la Sala 420 (Balcarce y Carlos Calvo). El mismo show podrá verse en la ciudad de La Plata el viernes 26 (calle 59 entre 12 y 13), en tanto que en la ciudad de Córdoba se presentará en el Teatro La Luna, los días 23 y 24. Paralelamente a las funciones, en la misma sala de San Telmo, Cook dictará un taller titulado “Señoras y señores y nosotros, los demás... ¿somos todos los que estamos?”. Allí abordará temáticas de género desde una perspectiva teatral, utilizando técnicas de transformismo.
Egresada del Conservatorio Nacional, hacia fines de los ‘80, Cook se fogueó en las veladas del Parakultural, junto a Batato Barea, Alejandro Urdapilleta, Humberto Tortonese y Omar Viola. Sus sketches –siempre escritos por ella, diferentes cada semana– también fueron presentados en el Rojas, Mediomundo Varieté y Cemento. En 1989 emigró, primero a Washington y, luego, a Nueva York. “Allí fue donde me encontré con una comunidad con la cual identificarme, me hice lesbiana y dejé atrás una historia de machismo que, según mi punto de vista, hasta las mujeres sostenían”, cuenta Cook en la entrevista con Página/12.
En Nueva York, la actriz se vinculó al Wow, agrupación teatral que, desde 1990, funciona adjudicando todos los roles creativos solamente a mujeres. Ellas son las que escriben, actúan, dirigen, musicalizan, diseñan la iluminación y el vestuario de todas las producciones y hasta tienen a su cargo los roles técnicos. Según describe Cook, en un principio no estaba permitido el ingreso de espectadores varones a sus espectáculos, “pero ya se dejó de lado esa actitud discriminatoria”. Desde el ‘93, Cook cuenta con su propio grupo compuesto por un número variable de actrices (“las hay negras, asiáticas, latinoamericanas”) con las cuales estrena, al menos una vez al año, un espectáculo nuevo. Tiene en su haber varios premios y subsidios para la creación de sus shows, pero continúa paseando perros por Manha- ttan para ganarse la vida. Le gusta definir su actividad con el nombre de arte de performance: “Es una expresión artística que tiene elementos del teatro pero no del tradicional: hay contenido político, hay humor, se utiliza un ámbito no convencional, pero las obras no pertenecen al género del café concert”, describe.
–¿Cómo es su estilo de humor?
–En los espectáculos de chistes en Estados Unidos, para hacer reír, siempre se cae en la actitud de ensañarse con los marginados; se ríen de los judíos, de los negros, de los asiáticos. Nosotros, en cambio, nos reímos de quienes tienen el poder. Encuentro que el artista tiene un instrumento muy importante: cuando está representando un personaje genera un grado tal de identificación en el público que lo que hace se vuelve más fuerte aún que un discurso político.
–¿Usted define su teatro desde una perspectiva sexual?
–No, si bien al principio hacía teatro solamente para la comunidad lesbiana. Después entendí que una mujer no tiene que ser lesbiana para estar en crisis con su género. Yo comparto la visión que sostiene Judith Butler: el género no es otra cosa que una actuación, porque tiene que ver con un disfraz –un vestidito, un traje, unos bigotes, unos ruleros– o con una actitud física: los hombres se sientan despatarrados, mientras que las mujeres se sientan cerrando las piernas, porque así se lo enseñaron desde siempre. Estas formas de actuar son culturales.
–¿Qué pasa en estos momentos en Nueva York en relación con este tema?
–Allí, como en San Francisco, la revolución transexual es una realidad, porque hace tiempo que la idea de género está despegada de lo sexual; hombres y mujeres son más libres para seguir sus impulsos sin que nadie los juzgue. La gente empezó a usar nombres más neutrales; las hormonas se toman como caramelos, hay espacio para las transformaciones de género. Los lugares que se precian de modernos o de políticamente correctos o bien tienen un solo baño o tienen tres, uno destinado a “todos los géneros”. La diversidad de sexos está todavía oculta en Buenos Aires; al menos, cuando me fui, la homosexualidad estaba muy silenciada. Sexualidad era sinónimo de heterosexualidad, lo cual funcionaba como norma.
–¿El tema de la transformación de géneros está presente en su espectáculo?
–Mi personaje va cambiando de género pero desde el discurso, no tanto desde el exterior, porque esta vez pensé que el cambio de ropa distraería. Me visto con un traje masculino y saco partido de mi aspecto, porque no respondo al canon de la feminidad. Cuento la vida de un inmigrante en Estados Unidos, algo que yo misma he vivido. Los norteamericanos se sienten invadidos por los inmigrantes, pero ellos representan un alto porcentaje de la mano de obra que, encima, les trae el beneficio de ser muy barata. Además, la obra plantea una mirada crítica sobre la política exterior de los Estados Unidos y los efectos devastadores del imperialismo norteamericano en los países de origen de los inmigrantes.