CONTRATAPA › SOBRE COMO SALIR
Boca, de lejos
Por Juan Sasturain
Desde Barcelona
Uno se va lejos, se desconecta, y ella se queda. Por unos días, nos distanciamos. De la pasión, digo. O mejor, de la absurda preocupación, la pendencia –estar pendiente, eso es– del sentimiento: la inquietud sobre cómo salió Boca y cuál fue el destino ulterior del moriturus Brindisi es más fuerte y auténtica que las especulaciones sobre las consecuencias de la interminable muerte de Arafat. Del Medio Oriente a la mitad de la tabla. No hay proporción entre los espacios en la prensa europea y los lugares disponibles en nuestro alienado corazón. Por favor: ¿cómo salió Boca?
La pregunta en necesario diferido –en Lisboa, dos horas después del previsto colapso ante River; en Barcelona, tres días después de la semiolvidada revancha contra Cerro Porteño– se impone siempre. En algún momento suena la alarma, avisa que hay que llenar el casillero. ¿De dónde vendrá esa forma extraña: ¿“salir”? Con ese sentido de resultar, claro. Seguro que viene del cómo –en qué estado– salir del interior de la confrontación, del combate, del ring, del campo (de batalla), del espacio de contienda. Pero si la pregunta suena elíptica, casi abstracta –¿cómo salió Boca?– y en vez de la respuesta gramaticalmente lógica –“derrotado”, “ganador”, “triunfante”, “humillado” o sus variantes– aparecen las formas verbales directas, el hecho neutro y no sus consecuencias: “ganó”, “perdió”, “empató”, con sus dos variantes: personalizadas –“ganamos”, “perdimos”– y enfáticas de complicidad: “nos abrocharon las gallinas”, “los cagamos a los paraguas en los penales”.
¿De qué sirve en Barcelona o Tailandia (variante de distancia) saber cómo salió Boca? ¿Cuántos días o semanas después (variante temporal) tiene sentido aún conocer un resultado? No es fácil de contestar. Habría que dejar de preguntar, mientras se vive a Boca de lejos, cómo salió cada vez; dejar pasar el tiempo, ampliar la distancia. Y entonces experimentar el regreso controlado a la emoción y el vértigo de la ansiedad.
Se puede llegar a suponer una situación así: el hombre ansioso y pasional que –harto de sí mismo– se elige aislado, voluntariamente salido de contacto humano sistemático, y decide posponer el conocimiento de la información –en este caso deportiva, futbolera– durante un año: sin tele ni radio, acumula los diarios, en orden, día a día, ni siquiera los espía, y comienza a leerlos, sistemáticamente –uno por día– una vez transcurrido ese plazo. Ya no leerá noticias sino historia: cada vez que recoja el diario del día sabrá que el resultado –el triunfo, la derrota— no se produjo ayer sino un año atrás. A ese resultado ocasional le habrán sucedido otros, de diverso tipo. ¿Dejará por eso de emocionarse? ¿Es más importante el último? ¿Borra algo la victoria, salva algo la derrota? El hombre no podría dormir esperando el diario de mañana, de hace un año.
Como en las emociones y ansiedades que nos suministra la literatura con la ficción novelesca, el fútbol como confrontación, historia con un desenlace, nos implica siempre. Leemos cada vez y queremos saber qué y cómo le pasa lo que le pasa a Madame Bovary; queremos saber cómo salió Boca ayer, hace un año, siempre es ahora para nuestro machucado corazón.
El atroz empate ante Estudiantes –no tuve que preguntar “cómo salió Boca” lo vi y lo escuché en directo y sin anestesia– me hizo volver a entrar a la inmediatez de la que había creído salir. Boca de cerca es una amargura; de lejos, una pesadilla.