CONTRATAPA
Enanos
Por Luis Bruschtein
El escritor guatemalteco Augusto Monterroso aseguraba que los enanos tienen un don innato, una capacidad desarrollada que les permite reconocerse unos a otros sólo con el primer vistazo. En una mesa de café, aquí en Buenos Aires, se comentó este prodigio: “Es fabuloso –relataba un amigo–, si un enano entra ahora y hay otro sentado por allá, se da cuenta en seguida, sin dudarlo”. Reflexionó que sería maravilloso que los argentinos dispusieran de esta capacidad. “Nosotros tenemos la aptitud opuesta, que tiene sus pro y sus contra –profundizó–, no solamente somos incapaces de reconocernos, sino que además vamos a ver lo contrario a lo que ve el otro.”
Alguien intervino diciendo que no era políticamente correcto hablar de los enanos. Otro empezó un chiste de enanos. Y otro confesó que estaba enamorado de una enana bellísima. Y un cuarto salió con la deuda externa. La deuda externa y los enanos. Y había otro que hacía una hora que estaba contando la historia de su primer divorcio. O sea, la conversación seguía la lógica de cualquier conversación normal, donde no es necesario escuchar lo que dice el otro para responderle porque en algún momento el destino se encargará de que los discursos se vuelvan a tocar.
Cuando llegó ese punto, el amigo que había sacado el tema y que había permanecido en introspectiva reflexión mientras hablaban los demás, volvió a la carga: “Por ejemplo, si vos entrás –le dijo al que lo había criticado por hablar de los enanos– , no vas a ver un enano, vas a ver un hombre tomando café. Y vos –le dijo al enamorado– vas a ver un tipo pintón, a lo mejor, o fierazo nomás”.
Obviamente ninguno estuvo de acuerdo, ya fuera por miedo a que se terminara la conversación o porque esa es la lógica de no estar de acuerdo con la visión del otro, aunque el otro esté diciendo justamente eso. La charla siguió entre café y café, con la deuda externa, las inversiones chinas y la crisis de Boca Juniors.
Hasta que otra vez el azar, a través de una mención de la palabra enanos vinculada al fútbol, le dio otro empujón al tema: “Es así y es bárbaro –sentenció uno de los parroquianos sin que los demás entendieran de qué hablaba– porque los argentinos vemos lo que queremos ver, o lo que nos interesa ver. Si no, seríamos unos mediocres, no tenemos por qué atarnos a patrones convencionales. Eso nos da creatividad, independencia de criterio, si no ¿quién hubiera hecho el 19 y 20 de diciembre?”.
La mención a la rebelión popular del año 2001 desorientó a los demás amigos que no veían la relación con la reflexión inicial de Monterroso. Pero ya que estaban, se armó una endemoniada discusión política donde cada quien decía lo que le parecía en oposición a los otros. De la misma forma como la conversación se cruzaba al azar y en forma esporádica, el destino los había encontrado en la calle la famosa noche del Estado de sitio y el gran cacerolazo. Y después se había encargado de llevarlos por las ramas hasta que algo volviera a suceder en esa dialéctica de los topetazos.
Bueno, en ese momento entró Esteban al bar, el kiosquero del barrio, que además tiene la cualidad de ser enano, y se sentó a la mesa con los demás amigos. Venía con un diario bajo el brazo, que informaba sobre el triunfo del Frente Amplio en Uruguay.
“Yo no sé por qué los argentinos no podemos ponernos de acuerdo como hicieron los uruguayos”, exclamó con mal humor, al tiempo que mostraba el diario a sus amigos.
“Llegás justo cuando estábamos hablando de una cuestión de enanos”, lo recibió el lector de Monterroso, al tiempo que, al igual que sus amigos, ignoraba el comentario de Esteban y lo dejaban con el diario en el aire. El kiosquero se removió en la silla. “¿Y a mí qué me vienen a decir?”, los desafió.
“EeEeeeeh –exclamaron los demás– no es porque pensemos que seas enano, te decíamos nomás.” “Es que yo soy enano y no me importa, pero me hincha las pelotas que me cambien de tema todo el tiempo, yo quiero que me digan ¿por qué los argentinos no podemos ponernos de acuerdo como cualquier otro ser humano?”