DISCOS › DEAR HEATHER, LO NUEVO DE LEONARD COHEN
Un romance crepuscular
A los 70 años, el autor canadiense sigue conmoviendo con su voz y su poesía. Sus canciones vienen cada vez más despojadas.
Por Fernando D´addario
Es curioso cómo, a medida que pasan los años, la imagen pública de los artistas se vuelve inmune a cualquier contradicción interna e indiferente a los matices que podrían afectar su perfil. Leonard Cohen es, por caso, lo que sus fans de tres generaciones solidificaron: un icono de rebeldía romántica, un mujeriego empedernido, un nihilista irredimible. Eso es lo que su último disco, Dear Heather, transmite muy a su pesar; Cohen provoca en sus oyentes las emociones que éstos quieren sentir, casi en un acto reflejo, ajeno al sentido buscado por su autor. El recorrido por sus trece canciones opera como una suerte de envión sensitivo para despertar eso que está latente en cada gesto vocal del canadiense: una invitación al sexo, un derroche de melancolía activa.
Pero el querido Leonard Cohen, uno de los mejores cantautores de todos los tiempos, está viejo y cansado; tiene 70 años vividos a pleno y unas cuantas temporadas de reclusión espiritual que le hicieron replantear sus fuegos juveniles. Sus últimas creaciones parecen más destinadas a armonizar que a socavar instituciones y prejuicios, como si en la etapa crepuscular de su carrera buscara cerrar el rompecabezas de su espíritu beatnik. Las bellas canciones de Dear Heather lucen una digna resignación, guiadas por esa voz cada vez más profunda y grave, que tiene –como sutil contrapartida– cada vez menos certezas que defender.
Cohen se ha ido despojando de todos los manierismos que lo tentaron. En ese camino de austeridad radical fue desnudando también la coraza de sus canciones. Aquí las arropa apenas con lo indispensable, para no dañar el efecto catártico de sus palabras. Las variaciones melódicas son prácticamente una formalidad que acompaña su cadencia vocal inconfundible. En algunas partes (Villanelle for our time, sobre poema de Frank Scott; To a teacher) demuestra que un simple recitado puede agotar las posibilidades expresivas de una canción. Y tal como había hecho en Ten new songs, su disco de 2001, declina el monopolio interpretativo en favor de un juego con voces femeninas –Anjani Thomas y Sharon Robinson, esta última su compañera en aquel CD– que enriquece el material.
El disco todo aparece como un repaso de sus soledades y sus misterios, sin la acidez de otros tiempos. Una leve ironía lo acompaña en canciones como Because of (“por un puñado de canciones en que hablé de sus misterios/las mujeres han sido excepcionalmente gentiles conmigo, a mi vejez”), matizado con esa clase de romanticismo que sólo pueden exhibir quienes ya se han retirado de sus correrías. En There for you canta: “hago mis planes como siempre/ pero cuando miro atrás/ahí estaba para vos”. Es un Leonard Cohen entregado a un remanso de tristeza confortable, desligada de un mundo hostil que no cambiará. Hay apenas alguna alusión puntual a eso que podría llamarse la “realidad política”. En On that day recuerda a su manera el 11 de septiembre y el derrumbe de las Torres Gemelas en Nueva York: “Alguna gente dice/que esto es lo que nos merecemos/por pecados contra Dios/por crímenes en el mundo/No podría saberlo”.
Cohen prefiere sentirse protegido por sus duendes poéticos y por el universo musical que diseñó su figura: allí aparece su amado Lord Byron, legándole los versos de Go no more a-roving; y más acá en el tiempo rescata, con finísimos arreglos de cuerdas, una hermosa canción folklórica de Québec, reformulada como The Faith: “Una cruz en cada colina / una estrella, un minarete/ demasiadas tumbas para llenar / O amor, ¿no estás cansada todavía?”. El respeto a su pasado vuelve a quedar de manifiesto de otra manera en la versión en vivo que cierra el disco: Tennessee Waltz, un clásico del country escrito por Redd Stewart y Pee Wee King.
Este Cohen, que susurra sus versos como en una letanía, sueña con verse reflejado en ese Nightingale (ruiseñor), poseído por un espíritu de nostalgia angelical. Sus dibujos, que cobran vida en el booklet y complementan las letras, también parecen querer expresar cierta inocencia sabia. Sin embargo, algo levemente perverso se cuela en canciones y dibujos, en las letras y en las cándidas melodías: está en la mirada y en la sensibilidad ajenas. Está en esos miles que, muy lejos de Cohen se ponen a escuchar Dear Heather una tardecita de domingo, con llovizna, solos o acompañados.