ESPECTáCULOS › LA PANTALLA CHICA SE REARMA CON NUEVAS HERRAMIENTAS: LLEGO LA ERA DE LOS PROGRAMADORES TODO TERRENO
Ahora los dueños de la pelota también se largan a jugar
Es la última tendencia televisiva. Ya sea como actores o ideólogos, los gerentes y directores artísticos incluyen en la grilla creaciones propias, explotando su perfil personal.
Por Emanuel Respighi
Es increíble lo que puede el paso del tiempo. Lo que en un momento determinado resulta totalmente impensado, después de un tiempo –no importa su extensión– puede transformarse en norma. Algo de eso sucede en estos momentos en la televisión argentina, en un brusco cambio de rumbo. Después del desarrollo que evidenció la TV local durante los noventa y la posterior crisis económica que golpeó a la industria, la pantalla chica se rearma con novedosas herramientas. La última tendencia televisiva salta a la vista si se recorre detenidamente la grilla de programación de las señales de TV abierta. ¿Qué tienen en común ciclos tan disímiles como Un cortado: historias de café, De la cama al living, Los machos, Sin código, Telefé cortos y Música para soñar? La respuesta es muy sencilla: se trata de programas en los que participan activamente los programadores de sus correspondientes canales de emisión, ya sea como actores, autores o ideólogos. Bienvenida la última raza televisiva: los programadores todo terreno.
En otra época relegados a las sombras, los programadores del siglo XXI ya no se limitan a la mera evaluación de los proyectos que como hormigas se amontonan en su oficina. Tampoco se dedican exclusivamente a la tarea de pensar estrategias de programación, mirando de reojo los movimientos de la competencia, en su lucha despiadada por el dios rating. Los nuevos programadores ya no cultivan el bajo perfil de sus predecesores, a quienes la gente apenas si conocían por sus nombres. Ahora, la época los exige mediáticos y ellos se prestan al juego, algunos más gustosos que otros. Los programadores, entonces, se atrevieron a dar el salto: ya no aparecen esporádicamente frente a cámara, como lo hacía el por entonces inefable Alejandro Romay en cuanta oportunidad tuviera, ya sea en la cobertura de elecciones o en los institucionales de fin de año del viejo Canal 9. La novedad es que –de alguna manera– cada uno posee su propio programa dentro de la programación por ellos mismos diseñada. La cámara, ahora, los enfoca de frente.
A Adrián Suar, gerente de programación del 13, se lo puede ver en esa pantalla entre tiros y persecuciones como protagonista de Sin código (miércoles a las 23), saciando su espíritu actoral. Jorge Maestro, gerente de contenidos de ficción de América, delinea cada semana los guiones de la aggiornada serie Los machos (lunes a las 23), junto a Gastón Pessacq. Por su parte, Leonardo Bechini, gerente de contenidos de ficción y entretenimientos del 7, tiene en la actualidad dos ciclos suyos en el aire del canal estatal: la reposición de Un cortado: historias de café (miércoles a las 23), del cual es guionista y director, y De la cama al living (sábados a las 22), donde escribe todos los libros. Mientras tanto, Claudio Villarruel, director artístico de Telefé, es ideólogo y jurado del bienvenido Telefé cortos (domingos al término de Trato hecho) y alma mater del flamante Música para soñar, el ciclo musical que cada noche cierra la transmisión del canal líder de la TV abierta. La excepción es Canal 9, cuya programadora no posee ningún ciclo propio en la grilla, aunque esa sea una historia aparte (ver recuadro).
“Me parece fenomenal que tipos creativos estén al frente de la dirección artística de los canales”, se entusiasma Villarruel, que además de diagramar la grilla de Telefé se encarga de producir programas a través de Telefé Contenidos. “Es una tendencia buena –continúa– porque todos nosotros buscamos, casi por vocación, estar un paso adelante en materia de contenidos. Que nos involucremos directamente en algunos proyectos responde a una cuestión referida a nuestra formación, de la que uno nunca puede disociarse del todo.” El mismo fervor destilan las palabras de Bechini, aun cuando haya en la nueva tendencia un visible conflicto de intereses. “Es –dice– una linda coincidencia que actualmente los que estamos manejando las programaciones seamos todas personas que venimos del palo artístico. Uno intenta siempre armar la mejor programación posible. Ycuando se elige qué poner al aire es de hipócrita decir que no piensa en uno, porque uno cree que lo que hace siempre es lo mejor.”
Superada la excepción dada tiempo atrás por algunos programadores, lo cierto es que el rol fue paulatinamente ampliando sus fronteras, aunque con una lógica: tanto Villarruel como Suar, Maestro y Bechini explotan en pantalla el rol que poseían antes de ubicarse en los sillones de quienes manejan en silencio los hilos de la TV local. Dos de ellos escriben libros (Bechini y Maestro), otro produce casi personalmente (Villarruel) y el cuarto en cuestión actúa (Suar). La procedencia y la formación previa aún se respetan. “Lo que pasa –señala Maestro– es que el programador actual cumple funciones que exceden lo que su cargo le indica. El rol está globalizado: hay autores, actores y productores que –sin perder su verdadera esencia artística– hacen las veces de programadores.”
Realidad televisiva, hay que señalar, sin embargo, los motivos por los cuales surgió esta nueva raza catódica. El caso de Bechini en el 7 responde más a la necesidad de inyectarle ficción a un canal de escasísimo presupuesto que a una elección estética. “Estar en pantalla no responde a ningún ejercicio personal de satisfacer mi ego. No había proyectos al alcance del presupuesto y obedecí a una lógica muy concreta: aprovechar los recursos propios del Estado. Y yo soy parte del Estado”, subraya, mientras aclara que por la reposición de Un cortado: historias de café (que ya se emitió en el 2001) no percibe ningún dinero extra. “Era la única lata de ficción que podíamos tener de forma gratuita”, apunta.
En el caso de Villarruel, al frente del único canal productor de contenidos de ficción, su activa participación, seguimiento y desarrollo personal de Telefé cortos y Música para soñar tiene que ver con una cuestión personal. “Al tener la programación estabilizada, podemos darnos el lujo de incluir en la grilla programas que a la TV local le están faltando, sin la necesidad de buscar rating. Responde a inquietudes personales con el objetivo de darle una oferta cultural diferente a los televidentes. Por eso me involucré de lleno en esos dos programas”, explica. Villarruel detalla que un canal líder, “además de entretener e informar, tiene la responsabilidad de ofrecer nuevos lenguajes”.
Mientras que tiempo atrás los dueños de los canales elegían para el rol de programador a hombres más ligados a las finanzas o a la parte comercial, ahora la tendencia es nombrar a creativos que puedan hacer frente a un escenario de enorme competencia. “La llegada de creativos a puestos ejecutivos –analiza Maestro– forma parte del proceso de cambios que comenzó con la crisis del 2001, a partir de la cual la industria se preocupó más por la forma y no tanto por el fondo: ese vacío en los contenidos se intenta compensar con la llegada de creativos a roles empresariales.” En la misma línea, Villarruel subraya que, en realidad, el perfil creativo de los programadores se debe a un fenómeno mundial. “La tendencia no es sólo a nivel local, porque pasa también en España o Colombia. Parte de que los dueños de los canales se dieron cuenta de que, más allá de que los números cierren, en definitiva son los contenidos los que sostienen al medio. Y nadie mejor que gente formada en alguna etapa artística para manejar esos puestos. Es más fácil hacerle entender a la gente proveniente de lo artístico las cuestiones económicas que exigirles creatividad a financistas.” Y cuando se le pregunta acerca de los motivos que hacen que la Argentina sea el único país en el mundo en que los programadores poseen ciclos propios, Villarruel ensaya una suerte de explicación. “Que el rol del programador –argumenta– sea ahora más visible que antes se debe a que como la Argentina es un país de teleadictos (se trata del país en el que la gente se expone más horas por día frente a la pantalla, con un total de cinco), donde la gente demanda saber qué piensan quienes estamos detrás de los canales. Y la prensa se hace eco de eso. La Argentina es el único caso del mundo en el que los programadores son conocidos. Se venció el prejuicio de que el programador se sienta en un altar de marfil con cara de malo. Los argentinos, ahora,se interesan por saber quiénes son los encargados de crear la realidad televisiva. Una realidad que, en ocasiones, puede confundirse como la realidad del mundo.”