CONTRATAPA
Una fortaleza para Bush
Por Osvaldo Bayer
Los berlineses se levantaron ayer con dolor de cabeza por pura desorientación. Ver ese espectáculo de tres días, su ciudad convertida en fortaleza por la visita de apenas dieciocho horas de George W. Bush, los hizo comprobar cuán artificial se ha convertido la política, la democracia, la seguridad, los sentimientos cristianos, la hermandad entre los pueblos y toda esa artillería de palabras con que se los bombardeó constantemente durante la existencia del muro y después. Diez mil policías y 600 empleados de la CIA cerraron todo el centro herméticamente. ¡Qué tiempos aquellos cuando las carrozas de las visitas reales se paseaban a paso de trote de los caballos por la Unter den Linden! No: aquí, todo cerrado, hermético, con tiradores en los techos, con policías femeninas revisando los pastos del Tiergarten, con sospechosos en vestimenta civil abriendo las cajas de las columnas de alumbrado. Todo berlinés pasó a ser sospechoso. Es que venía el hombre de Texas, George Doubleiú Bush.
Toda la escenificación sirvió sólo para mostrar qué encadenada está la política alemana a la de Estados Unidos. Pero qué alejados están sus sentimientos. No existen ya relaciones carnales de las culturas. El hombre de Texas no pudo conquistar Berlín. Se lo vio pasar al cowboy como un adelanto de una muestra próxima de un film del Lejano Oeste. Es que Bush puede despertar simpatía, pero ni tranquilidad ni confianza. “Viene a buscar aliados para su próxima guerra”, fue la desconfiada interpretación del hombre medio que tiene miedo que le manden a sus hijos a la próxima guerra con Irak.
Su discurso en el Reichstag no fue ni histórico ni una pieza brillante. Fue un esquema sin tutías para continuar con los misiles y bombardeos. No hay otra interpretación: habló de inseguridades para hacer notar aún más su papel protector. Su discurso fue un prolegómeno, redactado por algún experto en clima psicológico. Y sirvió para comprobar qué sometidos están los políticos alemanes a la influencia del inmenso poderío que viene del Oeste. Fue hasta lamentable ver los esfuerzos de Gerhard Schroeder, el primer ministro alemán, por mantenerle la sonrisa a su amigo George Doubleiú. No sólo del partido mayoritario sino también de su asociado en el poder, el Partido Verde. Ver las interrupciones del discurso con aplausos metódicos mostró las ganas de quedar bien con el gran patrón. Tan luego los verdes, aquella vanguardia combativa en las calles estudiantiles del ‘68. Pareciera que alcanzar el poder, disciplina. Oír al ministro de Asuntos Extranjeros, Joschka Fischer, recomendar con voz teatral a los jóvenes comportarse bien y ser disciplinados, cuando fotos de su juventud revolucionaria lo muestran con piedras en las dos manos.
Sólo un diputado verde abandonó la sala de sesiones –”ante tanta estupidez”, como dijo–, y tres ex comunistas –que hoy cogobiernan la ciudad de Berlín– mostraron un cartel pacifista: “Terminen con las guerras, señores Bush y Schroeder”. En las calles, los jóvenes demostraron su desprecio hacia todo aquello que se califique como globalización, preparación para la guerra, perjuicios a la naturaleza (EE.UU. no firmó el protocolo de Kyoto sobre daños a la biosfera); mentís a los derechos humanos (Estados Unidos no acepta la Corte Suprema Internacional de Justicia). Saludable fue ver a los jóvenes marchar sin autodefensas ante los miles de policías armados hasta los dientes y con sus rostros desfigurados por las escafandras. Jóvenes que mostraban su humor y su búsqueda de paz contra todos los anuncios del hombre de Texas, en el Bundestag, guardado por las barricadas conformadas por los custodias y una gama patética de hombres vestidos de negro y el pelo a bocha mirando con ojos de animales venenosos a los jóvenes de la protesta.
Diez escritores alemanes les enviaron cartas a Bush tratando con dolorosa ironía este carnaval trágico de sus apariciones y sus discursosfluctuantes. “América y Europa se necesitan mutuamente para llevar a cabo y ganar la guerra contra el terror global”, dijo su majestad Doubleiú en el Bundestag con mirada fantasmal de meter miedo. No, señor presidente, lo que necesitamos definitivamente es ganar la paz para vivir en dignidad. Usted habla de las armas que tienen los terroristas. Habría que ver quién les vendió esas armas o cómo llegaron a obtener las fórmulas para fabricarlas. Ustedes venden todo, empezando por la propia conciencia, y después hacen la guerra para destruir esas armas que vendieron. Llamó al “terrorismo internacional” el “eje del mal”. Algo bíblico para asustar a disciplinados aprovechadores de su sistema para que lo sigan apoyando. Creemos que el eje del mal está en manos de la nación que tiene todos los poderes y que maneja universalmente la economía como se le da la gana. “Tenemos que obrar con decisión”, nos dice con respecto a lo que él llama guerra. No, antes tenemos que obrar con decisión en toda la política financiera que llevan a cabo los organismos internacionales. Nos asusta con la guerra –que habría que deslindar bien quién la provocó o la está provocando– para que todo el actual panorama en el tercer mundo de miseria y explotación no se mueva, y los grandes consorcios internacionales sigan con sus habituales negocios.
El discurso “histórico” de Bush en Berlín es una página cínica de toda una política que habla mucho de modificar para que nada cambie.
La mejor muestra de lo que es el miedo y la violencia la mostró esa ciudad de Berlín, vacía y custodiada, esa fortaleza inicua. ¿Quién inició esa violencia para provocar tanto miedo? ¿Cómo viviremos en el futuro si, al parecer, la violencia está cada vez más cerca y en cinco años se van a necesitar 20 mil policías y gendarmes para cuidar a su majestad, el emperador de Washington y de sus tierras lacayas?
Lo de Berlín fue un teatro descomunal de algo que es lo irracional-patético. Doubleiú ha pasado a ser el verdadero Papa occidental. Faltaba el jueves que se le batiera incienso en el Bundestag. Todos le sonreían: demócrata-cristianos, socialdemócratas, liberales, verdes, esposas, esposos, embajadores, ordenanzas, policías, gendarmes. Todos con la sonrisa estampada para el hombre surgido de tierras de horca y cartuchos.
¿Dónde ha quedado la sabiduría del mundo? En el cinismo. ¿Por qué no están los hombres de la ética y del estudio profundo del ser humano? ¿Por qué, en cambio, dictadorzuelos o “presidentes” como los que nos toca soportar desde hace siglos? ¿Por qué hombres de pistola al cinto y no los seres de la palabra y el debate? Uno de los paseantes con quien me detuve en el Tiergarten me dijo: “Pensar que dependemos de él”. Otro paseante contestó a un periodista sobre la figura: “Simpático, pero peligroso”; otro (en traducción porteña): “Ese, ¿de qué la va el tipo ése?”; y otro más allá: “Es el que tiene la manija”. Buenas definiciones.
Seguí caminando por las calles de ese Berlín fortificado y pensé en aquel muro y en estos muros invisibles. Por esas calles de Berlín desfilaron los mariscales prusianos de Bismarck y más tarde los soldados del ‘14 como ganado directo al matadero. Pero también anduvo Rosa Luxemburgo repartiendo volantes y los marineros de Kiel, revolucionarios, llevando la esperanza roja y sí, también, los hombres de uniforme pardo con paso de ganso, y otra vez las guerras. Estamos en guerra, dice Doubleiú y nos harán marchar de nuevo. “Defendemos la civilización misma”, dijo con voz tonante en el Bundestag. El hace la guerra y los pueblos pagan con su hambre los préstamos del Fondo Monetario Internacional. ¿O eso es pura casualidad? “Los buenos propósitos pueden traer consuelo, pero ninguna seguridad.” Seguridad, ésa es la palabra. Ahora sí: por eso el hombre de Texas con la pistola al cinto. Seguridad: por eso fabricar armas, preparar los misiles y también fundar el ALCA. Todo es seguridad, principalmente la seguridad de Estados Unidos. Doubleiú saluda a todos y todos sonríen embobados. Habla todavía otra vez de “seguridad”. “Nos une una meta seria, en la cual descansan la seguridad de nuestros pueblos y el destino de nuestra Libertad.” Palabras que pueden decir todo, pero que casi siempre no significan nada. Se dicen para el aplauso final.
Nosotros aplaudimos, nuestro destino está entre ser mamarrachos u oler a cadáver. Los mamarrachos agitan las manos obsecuentes con el presidente que parte. Los estudiantes, a una calavera que le han puesto el sombrero de cowboy de Texas.