Lunes, 23 de enero de 2006 | Hoy
Por Octavio Rodríguez Araujo *
Un gobernante siempre hace lo que puede, dentro de lo que quiere; o al revés: hace lo que quiere dentro de lo que puede. Y, paradójicamente, entre más democrático es un país, lo que puede es menos de lo que quiere. En una dictadura, el gobernante puede más que en una democracia, y aun así, como los países no son entidades aisladas, también tendrá límites, sobre todo en el ámbito de la economía, que es global.
Los críticos de los gobernantes siempre son más exigentes de lo que serían con ellos mismos, pasando por alto que no es lo mismo gobernar que criticar, como no es lo mismo hacer una obra de arte que criticarla: con frecuencia los críticos de arte no son capaces de superar a los creadores criticados, y a veces ni de hacer algo aceptable con un pincel o un lápiz. Felipe González, el español, no el funcionario armado de la Secretaría de Gobernación de México que ahora quiere ser senador por Acción Nacional, dijo en alguna ocasión que había sido más fácil ser oposición que gobierno. Y tenía razón, por mucho que no haya sido ni sea de mis simpatías. Gobernar, salvo en las autocracias, quiere decir estar sometido a presiones: de otros gobiernos (sobre todo de los países más poderosos), de empresarios nacionales y trasnacionales, de instituciones multinacionales como el FMI, de movimientos sociales, del parlamento, de sus propios colaboradores que generalmente pertenecen a diversos grupos políticos, de organizaciones de todo tipo, incluidas las no gubernamentales, etcétera. Sin embargo, hay matices: no es igual Gutiérrez, en Ecuador, que traicionó de entrada sus compromisos tanto con sus aliados como con sus votantes, que Chávez en Venezuela, que ha hecho más de lo que ofrecía en 1998, en la elección que lo llevó por primera vez a la presidencia, precisamente apoyándose en las mayorías depauperadas de su país.
Y a propósito de Chávez, él también, como Evo Morales, es un hombre de extracción humilde con el que se han identificado muchos venezolanos igualmente humildes y con esperanzas de cambios sustanciales que les favorezcan. Los críticos dicen que Lula también es de extracción humilde y que esto no es garantía de nada, y tienen razón. Tienen razón porque el origen humilde no significa una ideología consecuente con las causas populares, pero tampoco se puede generalizar: Lula y Chávez no son lo mismo, como tampoco el Cholo Toledo, de Perú. Los tres, de origen humilde, son muy diferentes en tanto que Zedillo, también de origen humilde, fue tan reaccionario como presidente de México como su antecesor (Salinas), que no se caracteriza por su humildad, ni por la cuna ni por sus acciones como el protagonista político que quiere ser todavía.
Los críticos de Evo Morales, desde posiciones de izquierda (ultraizquierdistas, diría), como Felipe Quispe, del Movimiento Indígena Pachakutik, quisieran que el ganador de las elecciones bolivianas se planteara la nacionalización total de las empresas asociadas con el gas y directamente la construcción del socialismo, confundiendo, pienso, a los movimientos sociales con lo que puede ser y hacer un gobierno.
No les basta la declaración de Morales de que para gobernar se necesita escuchar la voz del pueblo, lo que éste quiere, y entender que su triunfo no puede disociarse del movimiento iniciado hace cinco años y que se llevó, entre el polvo levantado, a dos presidentes del país.
Para otros críticos, también de la ultraizquierda, Morales sólo será un administrador de la crisis social y política de Bolivia, en favor de las trasnacionales y de los grupos oligárquicos de Santa Cruz, la provincia más próspera de Bolivia y cuya burguesía es de tendencias autonomistas; para otros será un mediatizador de los movimientos populares que han tenido un papel protagónico desde el año 2000. Otros más ven en el Movimiento al Socialismo (MAS) en que se apoyó Morales para las elecciones, una de sus debilidades, pues –dicen– no es un partido propiamente dicho y, por lo tanto, en el gobierno el futuro presidente no contará con los cuadros suficientemente capaces para llevar a cabo las difíciles y delicadas tareas de la administración pública.
Todo se puede decir sobre el futuro del gobierno de Evo Morales, pues la especulación puede ser tanta como la imaginación y los prejuicios la permitan, pero lo que no se puede soslayar es que en la contienda del 18 de diciembre perdieron los amigos de Washington, los defensores del neoliberalismo, los racistas de siempre y quienes conciben la soberanía nacional como una mera fórmula escrita en papel mojado.
Evo Morales ganó sin ofrecer las perlas de la virgen; en realidad, ofreciendo poco y lo que ha creído que se podrá hacer en alianza con el pueblo y sin enfrentamientos riesgosos con las compañías que operan en su país, incluyendo a Petrobras, la empresa petrolera brasileña que controla la cuarta parte de las reservas de gas boliviano. ¿Valdrá la pena negarle el gas boliviano a San Pablo, capital industrial de un país con el que convendrá mantener una relación estrecha, complementaria y amistosa? Bolivia necesita aliados, no enemigos o, en términos del mismo Morales, socios, no patrones. Y éste ya es un buen principio de gobierno, lo sabemos muy bien los mexicanos... por lo que no tenemos.
* Profesor-investigador de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, UNAM; analista de los movimiento populares y de izquierda.
De La Jornada, de México. Especial para Página/12.
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