Lunes, 23 de enero de 2006 | Hoy
EL MUNDO › MORALES ASUMIO AYER COMO PRIMER PRESIDENTE COCALERO DE BOLIVIA
La capital boliviana se convirtió ayer en una multitudinaria fiesta popular cuando Evo Morales asumió como primer presidente indígena del país. El flamante mandatario evocó a Túpac Amaru, Túpak Katari, Bartolina Sisa, el Che Guevara, Marcelo Quiroga Santa Cruz y otros mártires del colonialismo y las dictaduras.
Por Pablo Stefanoni
Desde La Paz
“Cambio histórico, vuelta de página”, no resulta fácil encontrar una frase que dé cuenta de lo que ayer sucedió en Bolivia. Evo Morales Ayma, de 46 años, se convirtió en el presidente número 69 de la historia boliviana, un cargo para el cual la mayoría pertenecía a las elites “blancoides”, con casos como Gonzalo Sánchez de Lozada, que hablaba mejor el inglés que el castellano; otros eran mestizos que lograron blanquearse, pero ninguno un “indio de verdad”. “El mundo mira a Bolivia”, titulaba sus imágenes una cadena de televisión, y los bolivianos también miraban al mundo, al menos quienes se concentraron en las calles de un domingo soleado para ver pasar las comitivas y aplaudir y silbar según el espectro ideológico de los ilustres visitantes: Alvaro Uribe de Colombia perteneció al segundo bando; Lula, Hugo Chávez o Néstor Kirchner al primero.
Al mediodía, la atención se concentró en el Parlamento. El recientemente nombrado en Tiahuanacu “presidente de los indígenas de América” ayer lo sería oficialmente de Bolivia. Evo Morales vestía un saco de alpaca oscuro, con toques de aguayo (tejido andino), sin solapa ni corbata, sobre una camisa blanca. Una elegancia, llevada al paño por la modista boliviana Beatriz Canedo Patiño, que buscaba estar a tono con el momento histórico, pero escapando a un atuendo asociado a una parte minoritaria del país: el traje y la corbata. Fue su vicepresidente, el sociólogo y ex guerrillero Alvaro García Linera, el encargado de representar a esas “clases medias urbanas”, él sí con un elegante traje oscuro y una corbata que se quitaría apenas finalizada la ceremonia. Buscó materializar así la consigna electoral de poner en pie un “gobierno de poncho y corbata”, una “alianza de clases” que exprese el reencuentro entre los bolivianos, la reconciliación de Bolivia consigo misma.
Con el puño izquierdo en alto, Evo Morales recibió su segunda “coronación”, esta vez la que vale según la Constitución Política del Estado y lo transportará a las páginas de los libros de historia como el primer presidente electo indígena, campesino y cocalero del país. Con una marcada emoción, el alguna vez “joven pelotero” recibió la banda presidencial de manos de García Linera y, desde el primer minuto, buscó dotar a su nueva gestión de todos los condimentos necesarios para una asunción “refundacional”, una divisoria de aguas en la convulsionada historia política boliviana, con eje en la nacionalización de los recursos naturales. El nuevo vice le tomó juramento “por Dios o por la creencia que profese y por la memoria de nuestros ancestros”, y el último verso del Himno, “Morir antes que esclavos vivir”, sonó con fuerza, como enfatizando el nacimiento de una segunda república que deje atrás la fundada en 1825, cuando Bolivia –en honor al libertador Simón Bolívar– se independizó de la Corona española, pero reemplazó el colonialismo ibérico por el “colonialismo interno”.
“Recuerdo cuando en esta misma plaza desfilaban los mineros armados en los años ’50, poco después de la Revolución Nacional de 1952”, comentaba con una visible emoción un veterano periodista y militante de izquierda mexicano que siguió de cerca la historia boliviana del último medio siglo: una historia de masacres, rebeliones y más masacres con breves “primaveras populares” como los primeros años de la revolución del ’52, la Asamblea Popular de 1971 o el triunfo de la izquierda en 1982.
Después del discurso vicepresidencial –en el que el sociólogo citó a Montesquieu para reclamar una “patria donde todos nos sintamos cómodos”–, el mandatario electo pidió un minuto de silencio para los “mártires de la liberación”. En medio del suave y solemne sonido de los pututus (cuernos de vaca), Morales trajo a la escena a Túpac Amaru, Túpak Katari, Bartolina Sisa, Ernesto Che Guevara, el diputado socialista Marcelo Quiroga Santa Cruz (asesinado por la dictadura en 1980), y el padre Luis Espinal, quien sufrió igual suerte a manos de los mismos verdugos. Cultivador de coca en la región tropical del Chapare, el “hermano presidente” tampoco olvidó a sus camaradas de las seis federaciones cocaleras caídos en las batallas contra la erradicación, dirigida por Estados Unidos, de la “hoja sagrada”.
“Gracias al movimiento popular de Bolivia y de América latina”, dijo en medio de aplausos y vivas a Evo que dejaban en evidencia la hegemonía masista en el nuevo Parlamento. “No es importante eso, no estamos en campaña”, retó con tono risueño a los legisladores. “Hasta hace 50 años, los indios no teníamos derecho a caminar por esta Plaza Murillo, esto parecía Sudáfrica”, dijo recordando una “historia negra” boliviana revertida sólo parcialmente por la revolución del ’52, cuando milicias obreras y campesinas dirigidas por el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) le arrancaron al régimen oligárquico el voto universal, la reforma agraria y la nacionalización de las minas de los “barones del estaño” (Hoschild, Patiño y Aramayo).
Ayer no desfilaron frente al Palacio mineros ni campesinos armados, pero era claro que el triunfo del MAS es el resultado directo de otros mineros y campesinos que desde el 2003 vienen tirando piedras y recibiendo balas frente al reclamo de un cambio político y económico en el país. Mientras “su” presidente hablaba de los “odiados, excluidos y marginados”, o de los indígenas “a los que les sacaban los ojos o les cortaban las manos por aprender a leer”, podía verse en las pantallas de televisión caras morenas, con arrugas que dibujaban las huellas de crónicos padecimientos e infinitas batallas casi siempre perdidas, con la expectativa de que tener a “un campesino que sabe pastorear llamas y trabajar la tierra” al frente del gobierno se traduzca en una nueva era, en el “vivir bien” que proclama el MAS.
Al promediar su discurso, Evo Morales miró la hora y se permitió una broma: “No crean que Chávez y Fidel me están contagiando”, y, acto seguido, pasó a delinear los detalles de su “revolución democrática y cultural”. “Queremos cambiar Bolivia con votos y no con balas, nos dejan un país dependiente y transnacionalizado, si hubieran querido un poco a esta patria hoy seríamos mejor que Suiza, que se desarrolló sin recursos naturales”, denunció y anunció la nacionalización de los recursos naturales. La sonrisa de un periodista que tomaba nota en el centro de prensa cosechó el reproche de una militante masista, que le detalló cómo esos recursos fueron sucesivamente “saqueados” por intereses foráneos.
Señaló que “privatizar el agua es violar los derechos humanos”; que no va a haber coca cero, aunque sí “cero narcotráfico”; que se van a acabar los latifundios improductivos y los planes económicos elaborados en el extranjero; que los profesionales bolivianos dejarán “de ir a lavar platos a la Argentina, Estados Unidos o España”; que “Bolivia volverá a ser un país minero mediante la refundación de la estatal Corporación Minera de Bolivia”, y pidió a los organismos financieros internacionales y países centrales la condonación total de la deuda externa. Llamó a Kirchner, Lula y Chávez “mis hermanos mayores”, y les reclamó “que no excluyan a Bolivia de los proyectos de integración energética en la región”. Como parte de la nueva ética pública (el mandato incaico “No robar, no mentir, no ser flojo”), anunció la rebaja a la mitad de los sueldos del presidente, diputados y senadores. Y aseguró que en agosto próximo entrará en sesiones una Asamblea Constituyente que deberá “refundar el país y no solamente reformar la Constitución”, lo cual incluye un “régimen de autonomías solidarias”, principal reclamo de las elites cruceñas.
El nuevo presidente no se privó de pasar algunas “facturas”, como cuando acusó a algunos medios de hacer “terrorismo mediático”. Recordó cuando, enenero del 2002, lo expulsaron del Congreso, lo que, lejos de provocar su “muerte política”, lo catapultó como líder “antisistema”, dándole el aire necesario para subir una cuesta que lo dejó sentado en un sillón presidencial históricamente esquivo a los bolivianos de su etnia y de su clase. El Evo “terrorista”, “narcotraficante” y “asesino” tenía ayer la sartén por el mango y se dio el lujo de agradecerles a sus adversarios: “Muchas gracias, gracias a ustedes el pueblo tomó conciencia y hoy estamos acá; pero no se asusten –les dijo a los diputados de la derecha, cuyas caras inexpresivas contrastaban con la alegría de la izquierda, en un nuevo Parlamento casi dividido en dos bandos– no vamos a hacerles a ustedes lo que nos hicieron a nosotros.” Jaime Paz Zamora –que estaba en el palco con los ex presidentes– escuchó con sorpresa: “El boliviano en el exterior es considerado honesto y trabajador, y Bolivia es uno de los países más corruptos del mundo. ¿Cómo puede ser esto don Jaime?”, dijo mirando al mandatario cuyo gobierno (1989-1993) estuvo marcado por los “narcovínculos” que le costaron la cárcel a varios dirigentes del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), que poco tuvo de izquierda y menos de revolucionario. Después de reprender a un senador masista que estaba por ser vencido por el sueño, interpeló al nuevo Parlamento, que cuenta con 72 diputados del MAS sobre 130: “Este nuevo Congreso deberá ser el ejército de la liberación nacional, y si no puede, seguirán siendo los movimientos sociales los que continúen la lucha por la segunda independencia”.
Cuando había pasado casi una hora y media de discurso que improvisó con la ayuda de un “machete”, el presidente, a esa hora ya en ejercicio, pronunció un discurso en aymara, provocando muestras de emoción entre los campesinos que seguían su discurso desde la Plaza de los Héroes, y luego saludó en quechua a los jefes de Estado extranjeros. “Gonzalo Sánchez de Lozada hablaba castellano con acento inglés, por fin un boliviano de verdad es nuestro presidente, por eso estamos orgullosos de él”, dijo uno de los mallkus (jefes aymaras) que anteayer hizo de seguridad en Tiahuanacu y ayer formó parte de la multitud concentrada para acompañar las ceremonias de transmisión de mando. Y Evo Morales no es el único indígena que llega al poder: Santos Ramírez, nuevo presidente del Senado, es hijo de una señora de pollera que no habla español y su colega de la Cámara baja, Edmundo Novillo, es un abogado quechua de origen campesino.
Al momento de recibir el bastón de mando, la emoción generalizada hizo carne en Morales, que soltó varias lágrimas, como cayendo en la cuenta de lo que le estaba ocurriendo. Quizás ahí volvió a pensar en el niño llamero que juntaba cáscaras de naranjas que tiraban de los micros en Orinoca y su mayor sueño era “estar entre los pasajeros”. “Nunca soñé estar aquí. Gracias a mis padres, a mi pueblo, Orinoca, que me enseñó a ser honesto, a las seis federaciones cocaleras donde nací a la vida sindical y política”, dijo antes de concluir citando al Subcomandante Marcos: “Gobernaré obedeciendo al pueblo”.
Al salir del Congreso lo esperaba el Palacio, su nuevo hábitat por cinco años, desde cuyo histórico balcón, acompañado por Hugo Chávez, asistió a un desfile militar. Luego seguiría la fiesta, junto al pueblo, en la histórica Plaza San Francisco. “Ya no podemos seguir llorando por los 500 años, nos toca gobernar.” Y hoy tocará empezar la rutina del Estado: nombrar ministros y anunciar las primeras medidas. En síntesis: reproducir en millones el sueño que el nuevo presidente boliviano acaba de hacer realidad.
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