Sábado, 27 de enero de 2007 | Hoy
Por Osvaldo Bayer
El huracán de esta semana derribó en Alemania 25 millones de árboles. Claro, entonces comenzaron las preocupaciones. ¿Cómo fue posible? ¿A qué se debe? ¿Son casualidades o es una muestra más de que el sistema egoísta de los hombres que impera en el mundo nos va llevando al desastre? Dejemos esa pregunta como respuesta. Entonces inmediatamente después empiezan los datos que no figuran en los medios. Por ejemplo, a página entera todos los diarios y los medios se dedican al importantísimo tema de si el próximo presidente de la FIFA va a ser Platini o Johansson. Y sólo a dos columnas informan que sólo uno de cada tres árboles de los bosques alemanes está sano. Sí, los bosques aquellos que tanto cantaron Goethe y Schiller y que escucharon en sonidos Beethoven y Schubert.
Después del huracán comenzó una vez más la discusión. El dióxido de carbono que expulsan los automóviles, por ejemplo. Aunque la Unión Europea se había propuesto reducir esos gases de escape a 140 gramos por kilómetro, como máximo, actualmente el Porsche expulsa 297 gramos; el Land Rover, 253; el Chrysler, 241; el Jaguar, 208; el BMW, 192; el Mercedes Benz, 186; el Volkswagen, 161; el Opel Vauxhall, 157; el Peugeot, 154; el Ford, 153; el Chevrolet, 150; y los que menos envenenan la atmósfera son el Citroën, el Fiat y el Smart.
Las empresas van contra esa disposición diciendo que la democracia no tiene que imponer cosas sino que todo se debe hacer voluntariamente. Nos parece el mismo argumento de esos frailes que señalan que para que los problemas del mundo se solucionen hay que rezar. Sabemos muy bien que el mundo sólo puede encontrar soluciones mediante la regulación. Por ejemplo, cabe la pregunta: ¿reina democracia en un país donde los trabajadores viajan todos los días hacinados como animales en los subterráneos o trenes destartalados (ver Buenos Aires), mientras que por las avenidas viajan señores solos en automóviles enormes que gastan cualquier cantidad de combustible? Acabemos con ese concepto de que democracia sólo es cada dos años votar a un candidato impuesto en las llamadas internas. Democracia debe ser la posibilidad del Bien para todos, como sostiene el filósofo Wilhelm Vossenkuhl. Democracia es solamente cuando se hacen triunfar los principios de la ética. Actualmente sirve y se aplica sólo la ética del comercio mundial. Basta contar las extensiones que Brasil dedica al cultivo de la soja par alimentar cerdos europeos en vez de dedicarlas a la producción de alimento para sus habitantes bajo el nivel de pobreza.
Pero volvamos al tema autos y democracia y defensa del clima. En Bruselas se establecen límites pero luego, de inmediato, las empresas automotrices encuentran defensores que tratan de “demorar” las resoluciones. Se proponen algo nuevo, esperanzas nuevas. Por ejemplo, no disminuir el gasto de combustible de los autos de lujo sino cambiar esos combustibles con algo de combustibles biológicos de colza o remolacha de azúcar. Es decir, sigamos apretando el pedal, pero con la conciencia limpia, como sostiene con sorna el ambientalista Joachim Wille. Cuando lo más racional es terminar o por lo menos limitar el lujo irracional en el transporte. Permitir sólo la producción de medios de transporte limpios y no enemigos del equilibrio de la naturaleza. No, justamente el experto Axel Friedrich, de la oficina federal de Ecología de Alemania, constata que Daimler, BMW y Volkswagen construyen vehículos cada vez más grandes, más pesados, que tienen cada vez más potencia y accesorios nada necesarios sino de lujo, superfluos, que sirven sólo para el hedonismo de sus propietarios. Da el ejemplo de que el Volkswagen Golf actual pesa 1,4 tonelada más que el Golf original de 1974. Ese es nada más que un premio a la estupidez, a la superficialidad de los que les gusta pasear su egoísmo como muestra de su poder.
Todas las calles de las ciudades modernas muestran un cuadro de la total irracionalidad: las masas de autos cierran las calles con su lento andar por las rutas o las nuevas avenidas que no alcanzan para contener a los miles de vehículos que se suman al tránsito año por año. Y los gobiernos municipales que no se atreven a nuevas normas de tránsito porque significaría que comenzarían contra ellos las solapadas campañas políticas. Las distancias urbanas que antes se recorrían en media hora llevan hoy el irracional “progreso” de recorrerlas en una hora o más llenando de gases de escape la atmósfera ciudadana, además del gasto de bolsillo del propietario de las cuatro ruedas. Claro, lo principal es manejarse en el auto propio. Símbolos de la pequeñez mental, de los egoísmos inventados por la propaganda diaria del consumo.
La salida tiene que ser lo comunitario: el subterráneo, el tranvía, el tren. La naturaleza.
Pero claro, el mundo no se arregla con eso. Los automóviles no representan todo el problema. ¿Y las armas? ¿Y los misiles? ¿Y las bombas atómicas? ¿Y los bombardeos que se han convertido ya en tema acostumbrado? Y más que todo: el sistema económico y político.
Aquí en Alemania acabamos de asistir a dos espectáculos increíbles. Casos de corrupción indescriptibles que dan vergüenza a todos. En las dos clásicas empresas alemanas: Volkswagen y Siemens. En la primera, la Justicia condenó al director de Trabajo de la empresa, Peter Hartz. La corrupción más abierta y desvergonzada. Se compró al representante obrero con una coima de varios millones de euros: mujeres, viajes, regalos. Bien, pero lo peor es que la sacó barata. La Justicia condenó a Peter Hartz a una multa de 567.000 euros y a dos años de prisión pero en libertad condicional, así que no necesita ir a la cárcel. Esta sentencia ha causado indignación porque poco antes fue condenada a seis semanas de cárcel, a cumplir, una mujer pobre que había robado un perfume. Como siempre, la cárcel es para los pobres.
Y el caso de Siemens roza con lo increíble: cajas en negro, negocios ilegales, rebaja de jornales, cierre de empresas, pero los jefes resolvieron aumentarse el sueldo en un treinta por ciento. La asamblea de accionistas dejó todo al desnudo, pero todo quedó en críticas y no en resoluciones. Fue el título de ayer de todos los diarios. En la asamblea, un accionista gritó desesperado “¡necesitamos más higiene!”. Se refirió, sin duda, a las manos sucias de los grandes accionistas, que pese a todo aprobaron la conducta de los altos funcionarios. Pero esto no bastó. Quedó la impresión de que el sistema lo corrompe todo. Todo se compra, todo se vende.
Los intérpretes de la situación, en sus comentarios, trasuntaron la duda sobre el futuro de la humanidad. Si los que tienen el poder se comportan así, ¿cuál es el futuro? Y de paso miraron hacia el otro lado del Atlántico. Bush.
El huracán de la naturaleza. El comportamiento de las sociedades. ¿No estará la única salvación en los docentes que comiencen a enseñar a los niños los únicos valores eternos de la humanidad: la ética, la solidaridad, la modestia, la sabiduría de la no violencia, el valor de la humildad?
En momentos que escribo esto me llega una carta de Corral de Bustos, provincia de Córdoba. Allí el 4 de diciembre pasado “se armó una pueblada”. “Todo se inició con el dolor que produjo en el pueblo la violación y posterior asesinato de una nena de tres años. A raíz de esta pueblada fueron detenidas 22 personas y luego ocho más. Treinta detenciones con prisión preventiva. Las prisiones no tienen razón de ser dado que –continúa la carta– no existen pérdidas de vida. Y no hay riesgo de que los detenidos huyan del país porque todos tienen familia, la mayoría son albañiles, trabajadores rurales, dos periodistas, un maestro. Son gente de pueblo. Entre los detenidos hay un joven discapacitado. No queremos impunidad pero sí justicia real”.
Quien me escribe pide justicia real. Pero lo que no dice el autor de la carta es que todos los detenidos son pobres. Por algo será.
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