CONTRATAPA

En un programa de cable

Por Enrique Medina

En el televisor pasan el programa de Saulo Mendizábal. Un administrador de consorcio explica que en su edificio han decidido tirar la basura en bolsas de diferente color, como se hace en algunos países de Europa donde hay un lugar para los vidrios, otro para los cartones y otro para los plásticos. Así, de esta manera, la gente que revisa la basura en la calle ya no tendrá que romper todas las bolsas sino que solamente llevarán las que tienen papeles, y otra de botellas, y así la ciudad estará menos sucia y los pobres...
Saulo Mendizábal pone cara de asombro, disgusto y asco distinguido. Mirando para uno y otro costado, como verificando que lo enfocan y escuchan, transmitiendo corporalmente su no creer haber escuchado lo que sabe perfectamente que sí escuchó, con leve balanceo de cabeza y haciendo una pausa de oro, de inmediato, vocalizando como un aprendiz de idioma y arrastrando las palabras con la intención clara de perfilar una estela de repugnancia indebida para que los televidentes reciban el impacto de su dolor profundo, manifiesta que eso le parece degra-daaannn-te, y hasta ra–cis-ta y que de alguna manera se está aceptando una situación de mi-seeeeee-ria que nos humilla. Y lo dice gozando la humillación que le provoca al otro.
El administrador pone cara de pelotudo y de ¿entonces para qué me invitaron? Saulo Mendizábal redondea su discurso para la galería y le da la palabra a otro invitado, dejando colgado al administrador. Como el otro invitado no sabe cómo empezar debido a la incomodidad ambiente generada por el mal momento, el administrador aprovecha y se anima, abre la boca y dispara su ametralladora:
–Perdóneme, pero no es así. Para hablar hay que saber desde dónde se habla. Usted, se lo digo sin ánimo de ofender, yo, todos los que aquí estamos, hablamos desde la ducha caliente, la cama tibia y el estómago lleno. Estamos en guerra. Me gustaría saber lo que opina el pobre de lo que usted acaba de decir. Yo vi por televisión a esta gente diciendo que muchas veces meten las manos en las bolsas y las sacan lastimadas porque hay vidrios, latas, jeringas, en fin, elementos cortantes, etcétera. Y lo comenté con mis vecinos que también vieron lo mismo y nos pusimos de acuerdo en hacer lo de las bolsas de diferentes colores. No es una gran ayuda. Tendríamos que ayudarlos económicamente, invitarlos a nuestra mesa. Y si realmente quisiéramos actuar dignamente, deberíamos proveerles trabajo. Simplemente trabajo, y estaría todo solucionado. Y es casi seguro de que si yo no hago lo que puedo hacer, es decir, diferenciar las bolsas para que el pobre que revisa la basura no se lastime, posiblemente me sienta atiborrado de dignidad, y hasta podré creer que ese pobre se siente digno. Pero solamente lo creeré, nada más, ya que el pobre continuará lastimándose las manos, infectándose, enfermándose y yo seguiré viendo series por televisión sin entender que estoy en medio de una guerra, y que en la guerra los valores son otros y los códigos no existen, pero yo debo guiarme únicamente por la efectividad y no por lo que considero digno o indigno. Y cuando usted calificó de poco digno lo que yo le propuse, de una quiso descalificarme a mí, o en todo caso proponerme a mí como indigno. Y como éste es su programa y no quiero faltarle el respeto porque tengo educación, le diré que, girando sobre el mismo tema, indignos son los porteros con sus sueldazos y ventajas que, aprovechando la miseria que sufre la gente pobre, les venden los diarios acumulados de los vecinos. Criticar sin proponer otra cosa es muy de buen burgués. Pero con esta actitud pasiva y mezquina no ayudo ni le aligero el trabajo al pobre; simplemente no hago nada, sólo miro y me lavo las manos. En cambio, si aporto un granito de arena, por chico que él sea, algo es algo, al menosme involucro en el problema, no me hago el oso y miro para otro lado pensando que a mí no me va a tocar. Por el contrario, el mero hecho de intentar un aporte me va a generar un interés por mejorar lo que hago e incluso hacer algo más. En la medida en que hago algo puedo hacerlo mejor. Si no hago nada, seguiré sin hacer nada. Lo dijo el filósofo comunista Antonio Gramsci: “Cuando no se puede hacer nada, lo poco que se hace ya es mucho”. Y le agradezco haberme invitado al programa. Buenas noches.
Se levanta y se retira del estudio.

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