Jueves, 7 de junio de 2007 | Hoy
Por Juan Gelman
El físico ha provocado –entre otras cosas– cambios de clima en todo el mundo, lluvias inesperadas, estaciones que se ponen del revés. El político amenaza con causar más derramamiento de sangre todavía y, se sabe, la sangre no es el mejor fertilizante de la tierra. El empecinamiento de la Casa Blanca en instalar su escudo antimisiles en países del Este europeo que alguna vez fueron zona de influencia soviética ha levantado palabras fuertes en la boca del presidente ruso Vladimir Putin: amenazó con rediseñar viejos y nuevos blancos en Europa occidental que podrían ser atacados con “misiles balísticos o tal vez mediante un sistema completamente nuevo”, si el presidente Bush insiste en instalar un radar en la República Checa y un interceptor de misiles en Polonia (AP, 4-6-07). Washington argumenta que el escudo es necesario para hacer estallar en el aire los misiles que lanzaría Irán, aunque es notorio que no tienen el alcance necesario para tocar tierras europeas y mucho menos las estadounidenses. Moscú afirma que se quiere cercar militarmente a Rusia. Los “halcones-gallina” han acentuado su campaña de acusaciones contra el régimen ruso, al que califican de antidemocrático y fatal para los derechos humanos. Por las dudas, W. afirma que esto no es un retorno a la Guerra Fría. Tiene razón: lo que vendría es una guerra muy caliente.
Otra disputa alimenta el calentamiento político global: la lucha entre EE.UU. y China por el control del petróleo africano. El primero tiene escasas reservas de oro negro y necesita sostener su sistema industrial y agropecuario. El PBI chino crece a un ritmo impresionante –alrededor del 10 por ciento anual– y su demanda de energéticos aumenta a paso rápido. Los dos países emplean métodos diferentes. El Pentágono se atiene a la “filosofía” tipo Irak y Afganistán y ha establecido no hace mucho un comando militar específico para Africa (Africom, por sus siglas en inglés), continúa su intervención encubierta en la guerra civil de Sudán, ha comenzado a bombardear la Somalia también sumida en una guerra civil, teje una red de alianzas militares en Africa del Norte y planea combatir a los insurgentes de Nigeria, su devoto aliado. La injerencia militar norteamericana en Sudán lleva años, léase Darfur. No otra cosa ocurre en Somalia: en los años ‘90, EE.UU. intervino contra los señores de la guerra en nombre del “humanitarismo”, ahora les proporciona grandes cantidades armas y dinero en nombre del “antiterrorismo”. Todo cambia en esta vida. La sed de petróleo, no.
China, por su parte, recorre otro camino: inversiones y más inversiones, ya que –se estima– el 30 por ciento de sus importaciones del energético proviene de Africa. Ofrece créditos blandos sin intereses ni garantías –nada que ver con los “austeros” del Banco Mundial y el FMI– y otorga préstamos para construir caminos, hospitales y escuelas en algunos de los países más endeudados del planeta. Esto viene envuelto en una gorda serie de iniciativas diplomáticas. En noviembre del 2006, Pekín organizó una reunión en la cumbre a la que asistieron 40 jefes de Estado africanos, de Angola, Nigeria, Mali, Argelia, Sudáfrica entre otros. La Compañía Nacional de Petróleo de China (CNPC) acaba de cerrar acuerdos con Nigeria y Sudáfrica para crear un consorcio que incluye a la South African Petroleum Co. y que le dará acceso a otros 175.000 barriles diarios de oro negro el año que viene. La CNPC tendrá el 45 por ciento de las acciones correspondientes a la explotación de un yacimiento submarino de Nigeria. Y luego: Pekín aportó más de 8000 millones de dólares a Angola, Nigeria y Mozambique en el 2006, contra los 2300 millones que el Banco Mundial destinó a toda el Africa subsahariana. Y asoma el cinismo sin fronteras: la Casa Blanca denuesta a China porque quiere “asegurarse el abastecimiento de petróleo en las fuentes”, como si ésa no fuera una preocupación central de EE.UU. desde hace un siglo.
La CNPC es el inversor petrolero más importante de Sudán, país al que ha volcado unos 15.000 millones de dólares desde 1999 y del que toma del 65 al 80 por ciento del medio millón de barriles que produce cada día. Posee una refinería a medias con el gobierno sudanés, ha construido un oleoducto y así satisface el 8 por ciento de su demanda interna de petróleo, que se incrementa un 30 por ciento anual, según datos de la Agencia de EE.UU. para el Desarrollo Internacional (www.usaid.gov). La cuestión es que los yacimiento de petróleo sudaneses se concentran en el sur del país y la Casa Blanca califica la guerra civil –que alimenta– de “genocidio” a fin de disfrazar su intención de proceder a un “cambio de régimen” drástico en Sudán. Desde que se descubrió petróleo en Darfur, el Pentágono ha intensificado su apoyo al Ejército Popular de Liberación de Sudán –financiación y entrenamiento, incluso en la Escuela de Fuerzas Especiales de Fort Benning, Georgia– y echado más leña a un fuego que ha provocado la muerte de 100 a 200.000 sudaneses y el desplazamiento de un millón desde el 2003, año de la invasión a Irak. En el documento de los “halcones-gallina” titulado “New American Century’s Present Dangers: Crisis and Opportunity in American Foreign and Defense Policy” (rightweb.irc-online.org, 7-6-06) se lee clarito: “Nuestro poderío militar y la voluntad de emplearlo seguirá siendo un factor clave en nuestra capacidad de promover la paz”. Como dijera el novelista y comediógrafo francés Tristan Bernard: “Hay amenazas de paz, pero no estamos preparados todavía”.
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