Sábado, 9 de febrero de 2008 | Hoy
Por Sandra Russo
“Si vuelves, lo anulo todo.” Quién sabe si efectivamente el presidente francés Nicolas Sarkozy envió ese mensaje de texto a su ex mujer Cecilia. Quién sabe si estaría, en ese caso, dispuesto a anular todo, o si lo envió a conciencia de que Cecilia, que ya está en otra cosa (bah, con otro hombre) no volvería, y fue un gesto más de la exagerada cortesía francesa. Quién sabe si no fue un pedido de Cecilia, humillada por su vertiginoso reemplazo. Quién sabe si Sarkozy se empeña en mostrar a Carla Bruni porque no logra superar el abandono de Cecilia. ¿Cómo saberlo? Esto es lo que tienen las noticias sobre la vida privada de la gente pública. Pueden circular impunemente, porque aunque los protagonistas hagan declaraciones y se exhiban haciendo esto o aquello, uno nunca puede acceder a la verdad. ¿Cuál es la verdad verdadera de las vidas privadas? Probablemente ni el propio Sarkozy pueda explicar el desmadre que armó con su victoria política, su divorcio, su noviazgo y su nuevo casamiento. Hasta ahora, todo indica que se dejó llevar. Como estrategia política, su actuación es deplorable: perder 13 puntos de popularidad en un par de semanas es una proeza kamikaze.
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Cuando los historiadores franceses Philippe Aries y Georges Duby dieron forma a la Historia de la vida privada invirtieron el punto de vista desde el que se podía leer la historia. De los hechos puntuales, las batallas y las fechas, pasaron a investigar mentalidades. Qué comía un campesino medieval, cuál era el destino de las mujeres solteras en el Renacimiento, qué distribución tenían las primeras casas burguesas, en fin: cómo se vive, con quién, en qué términos, supuso un giro teórico: el interés pasó de lo público a lo privado, porque lo privado es una fuente inagotable de información acerca de las mentalidades de época. Y las mentalidades, o las subjetividades, como se las llama en las ciencias sociales, están moldeadas por estándares políticos.
Lo político y lo público estuvieron muchos siglos pegoteados. Pero ya tenemos claro que tanto lo público como lo privado dependen de lo político. Si Sarkozy está bajando vertiginosamente en las preferencias de los franceses, es porque los franceses han leído, en el colapso sentimental del presidente, banalidad, exageración, descontrol de esfínteres políticos.
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La Historia de la vida privada permitió, en su momento, descubrir un universo que había sido evitado por otras historiografías. El mérito de Duby y sus discípulos fue comprender y hacer comprender que los actos privados se desarrollan en un marco social que acepta o repele determinadas conductas. Lo que nos hace felices o infelices, lo que nos distrae o lo que nos aburre, lo que nos ilusiona o lo que nos desilusiona es como una papa frita marcada: los individuos no hacemos más que volver a ponerla en aceite hirviendo. Tanto lo público como lo privado están marcados por un imaginario simbólico del que participamos sencillamente, sin hacer nada. El solo hecho de vivir hoy, y no hace cincuenta años o dentro de diez años, nos hace los que somos. Y hoy somos sujetos ávidos de la vida privada de los otros. No es una mirada de historiadores, claro. Es una hojeada casi lasciva sobre los aspectos más intrincados de las vidas privadas ajenas. Lo que hacen o lo que no hacen los otros nos habla de nuestras propias vidas.
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Andrea del Boca interrumpió esta semana su programa La mamá del año para llorar y contar su drama personal. Así titularon los diarios y anunciaron los noticieros: “su drama personal”. La hija que tuvo con alguien con quien nunca formó pareja estaba de vacaciones con el padre en un lugar impreciso, y Andrea derramó en cámara esas lágrimas redondas que le salen por esos ojos que han vertido a lo largo de tantos años falsas lágrimas. Andrea del Boca no conduce ese programa por azar. Ella misma es la mamá del año todos los años, porque ése es el papel que representa desde que entró en guerra con el padre de su hija. ¿Cómo saber si es la verdad la que ella cuenta, si es posible que sea apenas una parte de la verdad, la que ella opta por hacer pública?
Otra vez y otro escenario para el eterno dilema de lo privado: fascina lo que se sabe a medias, lo que es pasible de ser adaptado al propio relato, lo que obliga, a los millones de interesados, a tomar un grotesco partido entre uno u otro. Es literalmente imposible saber la verdad. Lo que hay es en todo caso una representación de la verdad, una parte de la verdad, una astilla de la verdad. Porque lo privado no es privado en tanto es exhibido, y porque lo que se exhibe es editado por los propios protagonistas. Lo privado al estilo Del Boca o Sarkozy tiene bastante poco de privado. Casi no tiene nada. Hay personajes públicos que se autoacuchillan para mostrar sus vísceras. A los espectadores les encantan las vísceras. Se alimentan de ellas.
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Sin embargo, estos dos casos difieren en un punto trascendente: Del Boca llora, Sarkozy ríe. La opinión pública rehén de las vísceras ajenas es proclive a la empatía con los que lloran. Los que ríen dan que pensar. Desde que empezó su romance con el presidente francés, Carla Bruni ríe junto a él. No le resulta fácil a esa opinión pública digerir la exhibición de la felicidad, aunque nadie tenga la menor idea de lo que realmente pasa. Como fuere, el mensaje de texto que fue publicado en todo el mundo le debe haber congelado la sonrisa a la ex modelo italiana. El mensaje no la ubica en el lugar de mujer irresistible, sino de premio consuelo. Y aunque nunca se sepa si Sarkozy sigue enamorado o no de Cecilia, lo que a Bruni la debe haber sobresaltado es que el mensaje se haga público. De esa trampa no se sale. Si algo se ventila tanto, sale el olor a azahar, pero también el olor a desperdicios.
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