Sábado, 9 de febrero de 2008 | Hoy
ECONOMíA › PANORAMA ECONOMICO
Por Alfredo Zaiat
Las reservas de divisas internacionales en el Banco Central alcanzaron el viernes los 48.085 millones de dólares. Con elevada probabilidad, el primer trimestre cerrará cerca del monto record y simbólico de 50 mil millones. Y si, como se prevé, continúa el actual ritmo de ingresos de dólares por el frente comercial, a fin de año el total de reservas sumará la impactante cifra de 60 mil millones. Semejante escudo anti-corridas ha mostrado su efectividad en estas semanas de una crisis financiera internacional de proporciones. A mediados del año pasado, cuando estalló la burbuja inmobiliaria de los créditos subprime en Estados Unidos y se pensaba que el problema era solamente de liquidez de las entidades, el Banco Central registró una merma de apenas 2 mil millones de dólares. Hubo turbulencias en la plaza cambiaria y alza en la cotización del billete verde. Fue una pulseada que perdió finalmente el mercado. Si bien sin la incertidumbre política por la inminencia de las elecciones presidenciales de la segunda mitad del año pasado, ahora la autoridad monetaria no tiene que salir a vender divisas sino que gana reservas. Los bancos internacionales no se pueden dar el lujo de seguir perdiendo en jugadas especulativas en plazas alejadas, más aún cuando sus quebrantos son multimillonarios en su propia casa. La acumulación de reservas como política de prevención es hija de las traumáticas crisis que desde mediados de la década pasada recorrieron desde México, Rusia, los tigres asiáticos hasta la Argentina. Sin embargo, que los denominados países emergentes se hayan dado una estrategia de defensa común sin haberla acordado y como fruto del aprendizaje no minimiza la implementación de esa política en el mercado local sino, que por el contrario, la hace doblemente valorable. Basta con repasar acontecimientos pasados para observar cómo en la Argentina se hacía lo opuesto a experiencias contemporáneas relativamente exitosas.
Todo sendero económico tiene etapas y objetivos a cumplir, que cuando se logran requieren de su reformulación para no estancarse. Esto no significa alterar la concepción básica de la política sino simplemente adaptarla para mejorar su progresiva eficacia. En este caso, el interrogante que se plantea apunta a qué hacer con tantas reservas y cuál es su nivel óptimo. Después de los traumas de los ’80 y los ’90 no hay dudas de que se necesita un abultado colchón de dólares en el Banco Central. Bien mullido y rellenado con tenaz obsesividad. Cualquiera que proponga dejar de comprar reservas lo hace por ignorancia de la historia de las crisis o por mezquina picardía para debilitar la economía en función a quién sabe qué intereses. En este año, el superávit en dólares del sector privado se ubicará de 11 mil a 13 mil millones de dólares. El Tesoro nacional comprará de 3 mil a 4 mil millones con el excedente fiscal, entonces el BC deberá intervenir en el mercado para absorber de 8 mil a 9 mil millones de dólares. Esas compras, además de acumular reservas, sirven para evitar una caída del precio del dólar, uno de los pilares de la actual orientación económica.
Uno de los criterios aceptados por los economistas para definir el esquema de “reservas óptimas” es que esas divisas deben cubrir cuatro meses de importaciones y ser equivalentes a una porción del circulante monetario (algunos calculan el 25 por ciento y otros hablan del 50 por ciento) más los depósitos en cuenta corriente y caja de ahorro. En la Argentina se cubren casi exactamente un año entero de importaciones y no están lejos del ciento por ciento del circulante más esos depósitos mencionados. También se elaboran indicadores referidos a la relación con la deuda y los vencimientos de capital e intereses futuros. En el primero de esos índices, hoy las reservas son equivalentes al 40 por ciento del stock total de los pasivos, mientras que los pagos anuales de deuda representan el 25 por ciento de esa montaña de dólares.
Esos indicadores reflejan que la Argentina se encuentra en una posición holgada. La inversión de esos recursos devengó una ganancia de 2767 millones de dólares el año pasado, según informó el Banco Central. O sea, las reservas son muchas y la utilidad también es elevada, al contabilizar un 7 por ciento sobre el capital, dos puntos más que en 2006. Una posibilidad de utilización de esos fondos podría ser para continuar con una agresiva estrategia de desendeudamiento, cancelando pasivos con el Banco Mundial o rescatando títulos públicos. También se podría pagar toda la deuda con el Club de París, que no llega a los 6 mil millones de dólares, del mismo modo que se hizo con el Fondo Monetario Internacional. A propósito, el transcurso del tiempo y el desarrollo de los acontecimientos van definiendo el saldo de ciertos debates: el pago al FMI sirvió para sacarse de encima a un organismo de recetas de fracaso, lo que permitió ganar una relativa autonomía en la política económica, lo que no ha sido usual en la Argentina. De todos modos, después de la inutilidad que ha demostrado el Fondo tanto en sus recetas como para prevenir crisis, siendo el último gran papelón con Estados Unidos al sostener hace un año que no había riesgos en el mercado hipotecario, no deja de ser peculiar que desde la ortodoxia hasta el progresismo crítico le asignen autoridad técnica para cuestionar aspectos de la realidad económica argentina. La situación del Indec es horrible, pero destacar y acompañar la preocupación cínica del Fondo por esa cuestión es de una militancia asombrosa.
Volviendo sobre la deuda, la negociación con el Club de París se parece a un diálogo de sordos. El Gobierno se resiste a aceptar un acuerdo con el FMI cuando las reglas de juego del Club de París indican que sin esa auditoría no hay posibilidad de cerrar trato. Entonces la situación está empantanada. La evaluación de esta situación consiste en definir cuál es el costo de extender ese default y qué se gana si se cancela totalmente esa deuda, ya que como están las cosas parece difícil una renegociación de ese pasivo excluyendo al FMI. Se sostiene que están cerradas las puertas de financiamiento de los gobiernos que integran el Club de París (Estados Unidos, Europa y Japón) por ese default. Si así fuera, para evitar caer en las trampas del FMI y para abrir el grifo oficial de mecanismos de financiamiento de inversiones externas de esos países, el pago de esa deuda no se presenta tan costoso teniendo en cuenta el actual y futuro stock de reservas.
Incluso si no se quiere tocar el monto de reservas por una comprensible y hasta exagerada estrategia conservadora ante la incertidumbre internacional, las ganancias obtenidas por su administración podrían tener ese u otro destino. No es realista pensar en la opción audaz de países asiáticos y petroleros que constituyeron fondos de inversión con una porción de sus reservas internacionales, vía por la que hoy desembarcaron en grandes bancos mundiales, como el Citigroup, para salvarlos o contabilizar quebrantos juntos. Pero una parte de esos recursos podría servir para acelerar el proceso de desendeudamiento y así seguir ganando grados de autonomía con la consiguiente baja de la tasa de interés, como proponen economistas mezcla hetero/ortodoxo, o para integrar un fondo para financiar proyectos productivos en sectores dinámicos y exportadores que garanticen un creciente nivel de ingresos de divisas para seguir alejando en el tiempo un eventual estrangulamiento de las cuentas externas, como sugieren heterodoxos y se deduce, por ejemplo, del proyecto de reforma de la Carta Orgánica del Banco Central presentado por la entonces diputada y actual presidenta del Banco Nación, Mercedes Marcó del Pont.
La acumulación constante de divisas ya ha demostrado ser un seguro indispensable frente a shocks externos y pilar de la estrategia de un dólar alto. Pero si bien se trata de una defensa necesaria, teniendo en cuenta la excesiva volatilidad de la economía argentina en las últimas décadas y del movimiento destructivo de los capitales especulativos globales, a esta altura se pueden empezar a debatir otros destinos para un pequeño porcentaje de las abundantes reservas internacionales.
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