CULTURA
El mecánico que se puso a dibujar
Ex ferroviario y carpintero, a los 67 años Bruno Veronese tomó un lápiz y descubrió un talento oculto que lo llevó a realizar “Imágenes porteñas, el tango y la ciudad”, un libro editado por la recuperada Chilavert.
Por Mariano Blejman
Y un día, Bruno Veronese dibujó. Habían pasado 67 años de su nacimiento cuando tomó el lápiz de grafito entre sus dedos de jubilado. Ahora tiene 72. Aquel día, estampó unas curvas afiladas en el papel y le hizo bien. Se lo mostró a su mujer, a sus hijos, a sus amigos. Todos se sorprendieron: Veronese nunca había dibujado. Había sido durante 35 años mecánico ferroviario en los talleres de Remedios de Escalada. Los militares lo echaron en 1976 porque era delegado, y se dedicó a la carpintería. Hace diez años que se jubiló y cinco que dibuja. Y acaba de publicar su primer libro, Imágenes porteñas, el tango y la ciudad, editado, fiel a su estilo, por la imprenta Chilavert. Con prólogo de Horacio Ferrer, es el primer libro de arte que edita la empresa recuperada. “Nadie me enseñó”, confiesa Veronese a Página/12, y jura que jamás hizo un curso de dibujo. “Me dijeron que vaya a aprender. Pero aprovecho para hacer lo que me sale. Si fuera 30 años más joven, iría a aprender”.
Veronese fue mecánico de locomotoras a vapor o carbón. “Las diésel recién entraban cuando me iba”, recuerda. ¿Por qué no empezó antes? “Mi padre era muy duro, era italiano. Nació en Verona, de allí el apellido, y tenía sus prioridades. Primero era el trabajo, luego la casa. Sin darme cuenta maté mi vocación”, se anima a decir ahora. “Una lástima no haberme dado cuenta antes”. Una lástima, de verdad. Los dibujos de Bruno Veronese rescatan de modo hiperrealista las expresiones más profundas de un estado del alma, de una forma de sentir el tango, de una manera de mirar la ciudad. Y, curioso, todo empezó en momentos de angustia: los trenes del menemismo se le estaban yendo para siempre.
La mitad del libro está cubierto de rostros inspirados en fotos de cantantes célebres y la otra mitad viene llena de dibujos con escenarios tangueros de la vida porteña: un bar desde dentro, una calle empedrada de noche, una pareja que baila, otros que fuman y se abrazan. He aquí los dibujos sin modelo enfrente. “Troilo era un tipo bonachón. Un buen tipo, cálido, con una modestia grande como los grandes”, dice Veronese. “El dibujo de Pugliese salió de una fotito de tres centímetros”, confiesa. Dibujó durante tres años y hace dos que viene recopilando. “No dibujé pensando en un libro, simplemente dibujé”, detalla. Cada trabajo le puede tardar unos diez días, “pero algunos llevaron meses”. Y muchos otros, que no le gustan, los esconde en un rincón de su departamento en Chacarita.
¿Cómo es su relación con el tango? “No fui bailarín, pero algo bailé: del ‘45 al ‘60 fue la época de oro”, dice. ¿Cómo es posible que dibujos tan finos hayan permanecido ocultos en el interior de un mecánico ferroviario?, se preguntaron sus amigos. E hicieron una vaquita para ayudarle con la edición. También se lo preguntaron los tangueros. La textura del grafito y el carbón, el manejo de la luz y –sobre todo– de la oscuridad, el trazo de manos finas y rostros alumbrados (lo más difícil de dibujar) denotan un conocimiento en la materia. “Me gusta el tono oscuro. A veces tomo una foto que es de día, pero cuando la dibujo la hago de noche. Me atrae la noche, soy noctámbulo”, confiesa.
En Remedios de Escalada –”Este”, aclara– había tres clubes de tango: Siglo XX, Luz y Arte, Club Belgrano. Por ahí pasaban Troilo, Castillo, D’Arienzo, con orquestas que llenaban las salas. En Lanús vivía él, cerca de los talleres ferroviarios donde trabajaban 6000 personas. “Hoy es un cementerio”, grafica. De allí lo echaron los militares por “delegado de sesión” y junto a su hijo Daniel se dedicó a la carpintería. Daniel Veronese empezó a fabricar muñecos. Ahora Daniel es autor y director de teatro, e integrante de El Periférico de Objetos, que tiene lista una nueva obra El suicido (Apócrifo I).
Al revés de los libros que se ilustran con imágenes, Imágenes porteñas es un libro de imágenes ilustrado con poemas. “La poesía es extraordinaria para ilustrar”, dice Veronese. Raúl González Tuñón, Jorge Luis Borges, Evaristo Carriego, Enrique Cadícamo y María Elena Walsh son algunos de losinvitados por el dibujante a sumarse a las páginas. Hay un dibujo inspirado en una foto de 1930, cuando se ensanchó Corrientes. Hay un bar de Almagro, visto de adentro. Un retrato de El viejo almacén. ¿De verdad, nunca dibujó? “Llevé una vida pasional, intensa. No dejaba espacios”, responde él. Su viejo era un tipo bravo, pero no era un ogro: cuando tenía 18 años Brunito quiso aprender música. El padre protestó durante meses. Dos años después le compró un bandoneón: “Cuando me casé lo vendí y no me lo voy a perdonar nunca”.
Cuando se decidió a publicar recorrió varias editoriales, pero ya había estallado la crisis de 2002: “Me decían que volviera en unos años”. Alguien le comentó que en la imprenta Gaglione se hacían libros de arte como éste (que se consigue en la cooperativa El Farol, las librerías Distal y el Kiosco de www.pagina12.com). Pero Gaglione no existía más: había quebrado y era la Cooperativa Chilavert Artes Gráficas. “El proyecto adquirió, además, carácter de símbolo: era el primer libro de arte que podía hacer la imprenta”, cuenta. Alguien le mostró el libro a Horacio Ferrer, que encantado escribió el prólogo: “Veronese sabe muy bien que los seres que ven en la tiniebla, disfrutan de un arco iris con infinitos grises”, escribió Ferrer. Más tarde recibió auspicios y declaraciones de interés cultural. Pero Veronese tiene aún una tristeza: “Es increíble que ya no exista el tren”. Por eso, ahora piensa en una colección dedicada a los trenes. En uno se lo ve a él mismo, ajustando una tuerca de una locomotora: un fantasma de una persona que ya no existe, de un talento escondido, de un oficio casi extinto inmortalizado en su propio dibujo.