CULTURA › EL TRISTE ADIOS A HECTOR YANOVER
Pasión por la letra
Además de recopilar anécdotas singulares desde el mostrador de una librería, editadas en un volumen imperdible, Yánover fue poeta, director de la Biblioteca Nacional y figura del medio literario.
Por Claudio Zeiger
Poeta, librero y durante dos años director de la Biblioteca Nacional –lugar donde ayer fueron velados sus restos–, Héctor Yánover, fallecido a los 73 años de una enfermedad pulmonar, fue una destacada figura de la cultura de Buenos Aires. Había nacido en Córdoba pero una vez que vino a Buenos Aires por primera vez en la década del ‘50 ya no la abandonaría, a punto tal de convertirse en un animador de la cultura porteña, identificado con sus lugares y escritores. Aquí en Buenos Aires, más precisamente en Recoleta, el centro desde el cual irradió su tarea fue la librería Norte de Las Heras y Pueyrredón, el máximo emblema de su trabajo con los libros, de la atención personalizada y de la forma en que se relacionó con los lectores. El mismo llegó a admitir que con los años se convirtió en un librero un tanto petulante. Un día entró un cliente a Norte y le empezó a decir: “Por casualidad...”. Yánover no lo dejó terminar. “Por casualidad nada. ¿Usted no sabe que yo soy Ese que leyó todos los libros?”.
Para llegar a convertirse en el exquisito librero de Norte pasaron algunos años desde su arribo a Buenos Aires y algunas circunstancias fortuitas. Hizo trabajos diversos y después de ser por un tiempo corredor de artículos de aluminio, un amigo le comentó que había un puesto en una librería. Claro que era como cuidador, para evitar que la gente se robara los volúmenes. Pero era algo. Tiempo después se emplearía en Huemul y cuando fue despedido de allí –según relataba él mismo– aprovechó para casarse, y entonces su suegro le hizo un préstamo para que pusiera su propio negocio. El único requisito fue emplear a su cuñado, quien con el tiempo también se convertiría en exitoso librero.
Yánover escribió varios libros de poesía y ensayos. Unos años atrás alcanzó muy buena repercusión, aquí y en el exterior, con las Memorias de un librero (escritas por él mismo), el único libro con el que admitió haber hecho un poco de dinero. Más allá del concepto convencional de memorias, logró en estas páginas combinar opiniones diversas sobre libros y autores con anécdotas jugosas, casi siempre sobre los dislates de los compradores: un hombre pide Cuentos completos y se sorprende cuando Yánover le pregunta de quién; una mujer le pide Rebeca, una mujer inoxidable; alguien quiere leer cualquier cosa de Kafka, no por el autor sino porque le intriga saber por qué dicen que Argentina es un país kafkiano. El libro fue publicado en Argentina a comienzos de los años 80. Casi quince años después, el editor español Mario Muchnik, interesado en estas memorias, le pidió que las ampliara un poco y las publicó en España, edición que vino a coincidir con el momento en que Yánover asumió como director de la Biblioteca Nacional. Otra iniciativa de Yánover fue la de editar discos con poemas leídos por sus autores. Así fue que quedaron registros de las primeras páginas de Cien años de soledad leídas por García Márquez o Los versos del capitán en la voz de Neruda, además de registros de Borges, Cortázar, Sabato y Mujica Lainez.
Entre 1994 y 1996, Yánover ocupó el cargo en el que lo habían precedido ni más ni menos que Leopoldo Lugones y Jorge Luis Borges: director de la Biblioteca Nacional. Antes, entre 1989 y 1990, había sido director de las Bibliotecas municipales de la ciudad. En verdad, ninguna de las dos experiencias le resultaron plenamente satisfactorias, ya que en ambos casos detectó los límites del ser humano con la burocracia y la desidia. Si bien él explicó en su momento que su renuncia se debía a haber cumplido un ciclo al frente de la BN, el detonante fue un recorte en el presupuesto para el cuarto año que le iba a tocar dirigirla.
Lo cierto es que después de su tarea de funcionario, Yánover volvería a ponerse al frente de la librería y a escribir poesía. También tuvo un programa por cable, “Los libros en casa”, en el que intentó transmitir toda esa pasión. Al cabo, en todas las actividades que emprendió siemprefue muy respetado y querido por la gente del ambiente literario, que siempre lo tuvo como un entusiasta animador.