CULTURA
El reconocimiento a un camino sin interrupciones
Juan Gelman obtuvo en México el Premio Iberoamericano de Poesía Ramón López Velarde. Por primera vez lo gana un poeta no mexicano. “La poesía ha logrado mantenerse en pie por siglos”, destacó Gelman.
Por Silvina Friera
La memoria del poeta no sólo trata de restañar las heridas, las propias y las ajenas. Esa memoria adopta el registro de una voz que resuena en un presente continuo complejo y doloroso, una voz en constante estado de alerta, que lucha contra el olvido, que choca contra la realidad. La memoria del poeta argentino vivo más importante es un eco íntimo y vital que dialoga siempre con los otros. Alguna vez Julio Cortázar dijo que cuando Juan Gelman pregunta “nos está incitando a volvernos lúcidamente hacia el pasado para ser más lúcidos frente al futuro”. Estos interrogantes, surgidos de quien no restringe su mundo poético a lo meramente cronológico, geográfico o coyuntural, deben haber impactado en el jurado que decidió otorgarle a Gelman el Premio Iberoamericano de Poesía Ramón López Velarde por su destacada trayectoria poética.
Esta es la primera vez que un poeta no nacido en México obtiene este galardón, que se otorga como reconocimiento a la obra de escritores sobresalientes por su entrega a la creación literaria, al impulso y enriquecimiento de las letras de México e Iberoamérica. “La poesía ha logrado mantenerse en pie por siglos, a pesar de las catástrofes naturales y aquellas causadas por el hombre a lo largo de la historia”, señaló Gelman, ganador de 10 mil dólares, diploma y medalla de plata con la efigie del poeta jerezano (autor de La sangre devota, primer poemario publicado en 1916, aunque quizás haya sido la poesía La suave patria el trampolín hacia el reconocimiento popular en tierra mexicana).
“El hilo de la poesía viene desde el fondo de los siglos y jamás se ha interrumpido, y eso algo quiere decir”, añadió Gelman, Premio Nacional de Poesía (1997), autor de Violín y otras cuestiones (su primera obra publicada en 1956), Gotán (1962), Fábulas (1971), Interrupciones (1988), Incompletamente, Ni el flaco perdón de Dios (1998), entre otras obras que han sido traducidas a diez idiomas. El poeta y periodista, columnista de Página/12, sigue trazando un recorrido único e ineludible, dentro de la literatura nacional, un trayecto que ha trascendido las fronteras argentinas. Prueba de este encantamiento y reconocimiento que han generado sus poemarios son los numerosos premios que Gelman recibió: el Internacional de Poesía, Mondello (Italia, 1980), el Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo (2000) y el Premio de poesía José Lezama Lima (La Habana, 2003), por citar sólo algunos. El escritor Víctor Sandoval, quien formó parte del jurado, señaló (respecto de la obra de Gelman) que “hay apertura en su forma de ver al mundo, sin descartar su compromiso social y político, como una forma de templar la poesía con las grandes cuestiones de nuestro tiempo”.
La poesía del joven Gelman, ha dicho su propio amigo Francisco Urondo, hacía pensar en alguien que silba lejos. Ese silbido se fue esculpiendo, con el devenir de los libros, en un estilo capaz de hacerse inconfundible por el fraseo coloquial y los abruptos encabalgamientos de sus versos –de notable poder visual–, además de la recurrencia de ciertos temas, acaso obsesiones que configuran el universo poético de Gelman: el olvido, el desengaño, la lucha, la vida, la muerte, la belleza de la mujer, la ausencia de Dios, el cansancio y, por qué no, la esperanza. “Aun en esta época de corrupción y desmedido control económico, prevalece en los escritores la necesidad de escribir poesía, sin que ésta sea una medicina para curar o remediar los males que aquejan a la humanidad”, advirtió en la conferencia de prensa, donde se dio a conocer el Premio Iberoamericano de Poesía Ramón López Velarde, con el que ya fueron premiados, en anteriores ediciones, escritores mexicanos como Juan José Arreola, Alí Chumacero, Rubén Bonifaz Nuño y Hugo Gutiérrez Vega, entre otros.
“La poesía es un oficio ardiente en el cual uno trabaja mientras espera que se produzca el milagro del maridaje feliz de la vivencia, la imaginación y la palabra.” Así definió Gelman este oficio hace unos años, consciente de que todavía persiste un relegamiento del género dentro de la literatura. “Somos laburantes de lo imposible –recordó–. Hay casos enque la relación entre imaginación y memoria es tan intensa que crea otra memoria, en que el sueño de la realidad se rehace como sueño de la escritura. Pienso que la vivencia es hija de la experiencia. Como la realidad que la despierta, la vivencia tiene muchos rostros y la imaginación los interroga.” Gelman, el laburante de lo imposible, ha logrado ese maridaje feliz.