CULTURA › GABRIEL MACHADO Y JOSE CICALA, LOS REYES DEL PHOTOSHOP
“Puedo volver sensual a Sofovich”
Los dos fotógrafos son los dueños de la imagen de los famosos en la tele, y ejercen una defensa enérgica del retoque: “El ojo se fue afilando y necesitás tocar todas las fotos”.
Por Julián Gorodischer
Los reyes del retoque desafían: “Podemos volver sexy a cualquiera”. Lo dicen con la impunidad que les da haberlo intentado con Mirtha Legrand, en las fotos que se ven en sus almuerzos. Gabriel Machado y José Cicala, los fotógrafos de la TV, ofrecen a los famosos un as en la manga: embellecerlos sin que importen los costos. Así se fueron quedando con el monopolio de las vanidades: desde Mirtha a Florencia de la V. exigen sus servicios en sus producciones. Facundo Arana, Pablo Echarri, Romina Gaetani y Araceli González reclaman ese lifting sin cirugías que luego deslumbra en las tapas de las revistas de farándula. Machado y Cicala se quedaron con casi todas las producciones de Fashion TV (backstages, desfiles) y hasta tienen un programa propio (Uomo) que rompe un tabú: exhibir el desnudo masculino en el canal de moda. En la era posterior a los almanaques de Gaby Herbstein, terminado el boom de las Fantasías de Gabriel Rocca y Andy Cherniavsky, la dupla más mimada por la fama nunca oculta sus pretensiones, hasta las desquiciadas.
José Cicala: –Puedo volver sensual hasta a Gerardo Sofovich. Lo ponés con luz natural para que se vean bien los ojos azules, increíbles, con una camisa medio abierta tipo Paul Newman, y el que primero se va a ver bien es él mismo. Mucha gente nos llama para pedir fotos lindas en un mal momento de sus vidas, y si podemos las hacemos.
Lo que llega es la defensa indiscriminada del Photoshop, el mágico programa de edición fotográfica que puede disolver arrugas, granitos, cicatrices, y hasta la marca de una BCG. ¿No será mucho? “Hay que hacerlo porque el cliente lo pide”, dice Cicala. “El ojo humano va cambiando y se adapta a los tiempos. Hay que tocar todas las fotos.” Hasta los retratos de modelos perfectos, sin un kilo de más. A los famosos les encanta verse así, esbeltos y tersos, y extendieron el capricho hasta su mundo privado. Ahora llegan al estudio gorditas en busca de su pose apolínea, o parejas en busca de la foto erótica, siempre retocada, en blanco y negro, o algo esfumada cuando la imperfección es irremontable. Luego la exhiben como un cuadro en el living.
–¿Todas las fotos necesitan modificarse?
J. C.: –Todas. Hace cinco años no había retoque, y estaba todo bien. Hoy el ojo se fue afilando y no sale una foto sin tocar. Hay que modificar incluso las imágenes de las modelos.
La consigna es embellecer: lograr que Mirtha sonría como una de treinta en la gigantografía que abre su programa, o que Florencia de la V. afine el mentón, y ni qué hablar de alguna modelo gordita que llega angustiada al estudio porque se siente en baja. Cuando eso sucede, Machado y Cicala la miran a los ojos como hadas madrinas, y señalan “la compu”, como si le anunciaran el borrón y cuenta nueva que vendrá con la edición. “La relajás, la calmás, y eso está buenísimo”, dice Cicala. “Yo prefiero que haya una adicción en el Photoshop y no en la vida. Evitás cosas que pueden ser terribles. Podríamos decir que, para las modelos, el Photoshop tiene un uso terapéutico.”
–Y así enamoran a los famosos...
Gabriel Machado: –Se sienten contenidos. Nos eligen porque pasan de boca en boca que los tratamos bien. Cuando se van dicen: “No quiero salir por esa puerta, me agrandaste. Yo venía mal de ánimo y ahora me voy contento”. Sabemos embellecer pero no sólo visualmente, sino también a nivel interno.
–¿Con cierta obsesión por conseguir una sensualidad?
J. C.: –Nos importa que el famoso se vea bien, lindo, gustable. Y la sensualidad tiene que ver con eso. Recuerdo la última tapa de Facundo Arana en Gente: tiene una luz, una paz y una tranquilidad inusuales. Por ahí él se resiste a posar en cueros, pero lo vas llevando. Te dice que quiere algo más actoral, pero le pedís que se saque la remera por apenas quince segundos. Lo vas manejando, le decís que va a salir bárbaro.
–Son quince segundos, pero es la foto de tapa.
J. C.: –Eso lo decide el editor de la revista. ¿Por qué ocurre? El en esa foto está sin nada, pero no es agresivo o desafiante. Es más limpia: una chomba lo ensuciaría.
G. M.: –Así está más natural, incluso más relacionado con lo que hace en la TV. Con ropa, lo ubicás en un tiempo y un lugar. Y la que se consiguió es una imagen casi mística, espiritual.
–Tan retocados, sin granitos, arrugas, ¿no pierden humanidad?
G. M.: –No nos pasamos de la raya, no cambiamos los rasgos ni los hacemos de porcelana. Pero la cicatriz de la BCG la volás. Está instaurado, aunque si te lo ponés a pensar hasta podría ser sexy. Pero el cliente ya tomó el retoque como parte del trabajo: te dicen que le cambies hasta el color de la tela de las prendas. Se convierte en un servicio.
J. C.: –Está mal hecho cuando te das cuenta de que está truchado: no lo creés. A veces no coincide con la perspectiva o las formas del cuerpo. Son cosas irracionales, sin razón de ser. Me acuerdo de una foto de Susana en Caras, parecía que la habían afinado con un fibrón. Eso no sirve.
–Pero el rejuvenecimiento que le hicieron a Mirtha en las fotos de su programa parece ligeramente excedido...
J. C.: –Puede ser que tenga un retoque de más. Pero ella está feliz, y eso vale mucho. Personalmente, no es tan distinta: la naturaleza, el brillo en la mirada es auténtico, increíble. Pero el tiempo pasa y es inexorable. Tratamos de que ella se sintiera bien, y ahora dice que le cambiamos el mejor perfil, que toda su vida había creído que era el otro.
–¿Hay límites?
G. M.: –No agrandamos una teta ni cambiamos una fisonomía. No se puede engañar al cliente. Si tiene los ojos marrones no los vamos a hacer azules.
J. C.: –El límite son los políticos: nunca nos gustó mucho retratarlos. Hicimos una foto familiar para los Alsogaray, pero era imposible que lucieran sensuales. Somos fotógrafos, no magos.
–¿Y qué dicen sobre la fama de ratoneros que se fueron forjando?
J. C.: –En parte trabajamos para voyeurs. Y a uno le gusta que se sientan seducidos por lo que están viendo. Pero no somos ratoneros. Es obvio que hay que mostrar bien el volumen de una lola o los contornos, pero también existe otra sensualidad que también nos interesa: la de la mirada, o el pelo volado al viento.