EL PAíS
Creen que no va a decir nada a favor, rezan por que no diga nada en contra
Rato es el típico “hombre agresivo y enérgico, con ambiciones políticas” que tan bien describía Serrat. Pero en Economía se esperanzan con otros de sus rasgos: eclipsó a Anne Krueger y, si opta por un buen gesto, tiene capacidad de decisión.
Por Mario Wainfeld
Definir y describir a la contraparte es una de las (tan ineludibles como fascinantes) tareas de cualquier negociador. Los negociadores argentinos tienen bosquejada su pintura acerca de Rodrigo Rato, el mandamás del Fondo Monetario Internacional (FMI) que hará hoy una visita relámpago, que no irrelevante, a la Argentina. “Es uno de los gerentes de la nueva generación de España. Hombres acostumbrados a mandar, de un modo imperial”, define uno de los argentinos que suele pulsear con los funcionarios del Fondo. Los argentinos, privatizaciones mediante, sabemos de qué se trata. Personajes de poder, bastante autoritarios y arrogantes, con la ambición, la prepotencia y las ganas de comerse la cancha de los nuevos ricos. España funciona como bipartidista y hay entre sus gerentes hombres de izquierdas y de derechas pero en su conducta, en el trato a los demás, todos son de derechas. Con Rato no hay dudas, el hombre estuvo a tiro de ser candidato a presidente por el Partido Popular. Esa clase gerencial ha llegado muy arriba, siguen explicando en Hacienda. España, al fin y al cabo, es manejada por esos señores bien trajeados que salen en la revista Hola. Por ser más precisos, por los que salen al costado de las fotos de esa publicación. Los que salen en el centro de la foto no son gentes de trabajo.
Rato sí que trabajó duro. Y no en vano. Tiene una fortuna personal, lo que permite al funcionario argentino deslizar una reflexión con tintes olímpicos, pues alude al oro y al bronce. “El dinero ya lo tiene. Lo que ansía es el poder, su consagración. No es un burócrata que hace carrera, quiere ser exitoso, juega fuerte.”
Sabe mandar, es duro, es de derecha. ¿Hay alguna buena noticia? Para los negociadores argentinos, hay al menos dos pasables. La primera es que, a diferencia de Horst Köhler, Rato no comparte su poder con nadie, ni siquiera con Anne Krueger. El sol español eclipsó la figura de la dama, aborrecida por los argentinos, sentimiento que es mutuo. “No le da lugar en las reuniones. Las maneja él”, dice sin evitar una sonrisa el funcionario de estas pampas cerrando su puño como para demostrar dónde queda la otrora potente Krueger. “El rechazo a su propuesta de reestructuración de las deudas soberanas la planchó. Le tiraron abajo dos años de su trabajo”, dicen muy cerca de Lavagna y gozan viendo la caída de su ¿adversaria o enemiga? En una tensa mesa de negociación esas dos categorías no son tan nítidamente diferenciables.
El segundo aspecto positivo es que un gesto de Rato –anticipando que le parece razonable postergar los pagos por 1000 millones de dólares que Argentina pide shotear para adelante– será definitorio. “Claro que dirá que hay que consultar al directorio, pero eso será un trámite”, dicen los dos funcionarios locales.
La relación de Rato con las privatizadas españolas es un dato ineludible. “En las primeras charlas el tema esencial eran las tarifas”, reconocen muy cerca de Lavagna. Las tarifas volverán ser un eje de la relación, aunque el ministro piensa que el reciente aumento dispuesto por el Gobierno ha sido un gesto importante. “Se produjo un cambio, se rompió la inercia”, explica uno de los allegados más inmediatos de Lavagna. Y no se priva de señalar que el ala política del Gobierno ha acompañado, con prudencia, un viejo reclamo de Economía. Página/12 pregunta si el aumento es suficiente a los ojos de las privatizadas y, por ende, de Rato. “Hubo un aumento, una señal muy importante, un cambio de tendencia. Relájese y gócelo”, propone el interlocutor de este diario.
Respecto de la implementación del canje de la deuda privada, el Gobierno sólo espera silencio. “No va a decir nada a favor, que no diga nada en contra”, proponen. La consigna de Lavagna, ya convertida en slogan, es “que hablen los mercados”. La previsión del ministro y del secretario de Finanzas, Guillermo Nielsen, es que los mercados irán aceptando la oferta argentina. Lo cierto es que los bonistas son un colectivo bien heterogéneo en nacionalidad, en poder económico, en pasiones. El Gobierno confía en que los tenedores argentinos irán aceptando la oferta. Las AFJP lo harán porque les convenga o porque el Gobierno les hará sentir alguna presión. Otros argentinos se irán plegando –se ilusionan– porque los va tentando tener liquidez para aplicar a una economía que está dando jugosos frutos al capital.
Respecto de los foráneos, los negociadores distinguen a los “institucionales” (bancos, fondos de inversión) de los pequeños ahorristas. Los institucionales tienen recursos contables y económicos para disimular su pérdida, imaginan en Hipólito Yrigoyen y el Bajo, y estarán dispuestos a hacer cuenta nueva para, en un lapso no muy largo, volver a prestar plata por acá. Con los acreedores individuales, que en Italia por ejemplo son un bullicioso tropel, no existe análogo optimismo. “Ellos son el costado trágico del canje –se apiada ma non troppo nuestro negociador– a diferencia de los institucionales, algunos tienen todos sus ahorros puestos ahí. Y además no actúan con plena racionalidad”, los describe resignado. La cuenta de Economía es que cuando termine el verano un 50 por ciento, acaso un 60, de los acreedores se habrá resignado a la oferta argentina. “Si hay menos será un problema, si hay más mejor”, dicen pero dejan la impresión de que si hay más también será un problema. Para atenderlos, el proyecto de Presupuesto 2005 contendría una previsión de aceptación del ciento por ciento. Al Gobierno le agrada hacer previsiones imprecisas que luego le permiten reacomodar los presupuestos a su guisa. Algo que no cuadra mucho a la república pero sí al estilo decisionista de la gestión K.
Néstor Kirchner suele plantear la negociación de la deuda como plantea casi todo, es decir, con un fuerte tono épico. Lavagna prefiere el estilo flemático, lacónico, décontracté. Los dos tienen, más allá de sus modos, bastantes cosas en común. La básica es su obsesión de demostrar que todo está bajo control. La segunda es no entrar en pánico. La tercera, que combina las anteriores, es jugar con los tiempos, siempre al borde del precipicio. En la actual contingencia su decisión es permitir que el canje avance, en la idea de que la aceptación de una cantidad razonable de acreedores inducirá a otros a seguir sus pasos. “Los mercados”, afirman quienes lo conocen, no son pura racionalidad, también los determinan reacciones humanas o lúdicas: la fatiga, la imitación. Especialistas de primer nivel en estos temas los explican a Página/12 en función de la “teoría de la manada” y no con la frialdad matemático-racional que les imputan a los mercados los gurúes de la city. Como fuera, los argentinos, como solían hacer los jugadores de la augusta selección de básquetbol, retienen la pelota y miran atentos el reloj.
Rato, español, de derechas, “hombre agresivo y enérgico con ambiciones políticas”, vendrá con gesto hosco y talante imperial. Sus contrapartes, saben que el trato personal tiene su peso y apuestan a eso módicas fichas. Un negociador avezado debe integrar su bagaje con una pizca de voluntarismo, sobre todo si es la parte débil de la pulseada.
“¿Cuál sería un buen saldo posible de la visita, amén de un gesto a la postergación?”, pregunta este diario. “Que Rato comience a entender nuestras razones –le responden y luego añaden un toque personal a la razón– y que se establezca cierta química.” Parece poca cosa, pero conociendo el paño suena bastante difícil.