CULTURA › SEMINARIO EN EL ROJAS: “RODOLFO WALSH Y TRES DECADAS DE LA POLITICA ARGENTINA”

“Walsh era un tipo normal, no un semidiós”

Eduardo Jozami habla de la vigencia del periodista, escritor y militante político, asesinado por la dictadura en 1977.

 Por Angel Berlanga

“Uno descubre que, a medida que pasa el tiempo, siempre tiene algo más para decirnos”, introduce Eduardo Jozami en torno de “Rodolfo Walsh y tres décadas de la política argentina”, nombre del seminario que, a lo largo de seis lunes, hasta el 29 de noviembre, dicta en el Centro Cultural Ricardo Rojas. El titular de la Cátedra de Economía de la Facultad de Ciencias de la Comunicación, ex legislador y funcionario en el Gobierno de la Ciudad, destaca la agudeza analítica de este hombre extraordinario en la historia de las letras y de la militancia: “Primero, y obvio, como escritor: uno lo relee y vuelve a encontrar cosas –explica–. Pero en segundo lugar porque siendo tan representativo de lo que podríamos llamar la generación de los ‘70, tanto en sus definiciones políticas como en su actitud como periodista e intelectual tuvo una gran lucidez en los últimos momentos como para hacer una crítica del proceso en el que estaba participando, y me parece que eso proyecta su pensamiento y su figura hacia los años ‘80. Walsh fue uno de los pocos que en ese momento de vértigo y lucha tan frontal mencionó el tema de los derechos humanos, y fue uno de los pocos que le planteó a la conducción de Montoneros que era necesario buscar algún tipo de salida que tuviera como objetivo el restablecimiento de la democracia. Son temas que hoy parecen obvios, pero allá por 1976, cuando él lo planteó, fue un aporte novedoso”.
–Fue representativo para su generación, la de los ‘70. ¿Qué significa Walsh para quienes hoy rondan los 20 años?
–Es una figura atractiva, pero creo que un poco es responsabilidad nuestra, de quienes conocimos más las experiencias y los tiempos en los que Walsh participó, al hacerlo más inteligible. Les resulta atractivo por sus textos: uno vuelve a leer Operación masacre y siempre encuentra un libro maravilloso. Quien quiera acercarse a la historia de los últimos 50 años pasará por Walsh. Además les resulta atractivo porque hay heroísmo, entrega; su permanencia en el país acompañando de algún modo un proceso de resistencia en el que ya no creía, o por lo menos en la conducción política que lo llevaba adelante. El talento y el heroísmo son suficientemente fuertes cuando se dan juntos en una persona. Y además de esto, que podría generar algún tipo de actitud reverencial hacia él, sirve leerlo: explica la Argentina de fines de los ‘50, con la resistencia después de la Libertadora, la década del ‘60, la Revolución Cubana, el acercamiento de los intelectuales al movimiento obrero.
–¿Percibe algún tipo de mitificación de Walsh?
–En algunos que no quieren revisar la historia. Hablé de heroísmo porque me parece que no hay que tenerle miedo a eso, pero ojo con hacer una historia de héroes. Me parece que hay que hacer una historia de gente común, con todas sus vacilaciones, problemas y contradicciones. Yo tuve la suerte de conocer a Walsh: era un tipo perfectamente normal, como todos. No era un semidiós. Tenía sus rabietas, sus manías de intelectual, pero eso no le impidió ser un militante político muy consecuente.
–¿En qué consistiría esa mitificación?
–Bueno, hay dos versiones de Walsh que no tienen que ver con la realidad. La primera es la que tiende a negar la fortaleza de su compromiso militante: se lo muestra sólo como un símbolo del intelectual que decide arriesgar su vida, escribe la carta a la Junta Militar y por eso termina siendo secuestrado, cuando en verdad era un militante que era buscado desde mucho antes. La segunda es la que niega todo lo que hay de contradictorio, de lucha interior, en el Walsh de los últimos años; él no es, como dicen algunos, el escritor burgués que rechazó la literatura y se entregó a la militancia: siguió siendo un escritor hasta el último día de su vida. Y se cuestionaba por no poder seguir escribiendo. No casualmente en sus últimos días, ante la evidencia de la derrota, cuando empieza a espaciar más sus contactos con la gente de la organización y plantea la necesidad de una resistencia más a largo plazo y hasta más individual, vuelve a pensar en su novela y retoma la escritura de sus cuentos. No es el intelectual que no tenía mucho que ver con la política, ni el escritor que terminó con sus vacilaciones pequeño-burguesas y se hizo militante. Es mucho más complicado: es las dos cosas. Eso lo hace fascinante.
–¿Qué distingue a la escritura política de Walsh?
–Cuando aborda la política, sigue siendo un escritor. El se reprochaba que no entendía mucho de política, que era un mal marxista, y si bien en algún sentido podía ser cierto, porque no era un teórico en el sentido tradicional del término, también tenía una visión distinta de las cosas. El pensaba que a veces retratar bien a un personaje o una situación, como lo podía hacer un escritor, de pronto decía mucho más sobre un tema que muchos discursos cargados de ideología. ¿Uno puede recordar a Eva Perón sin pensar en el cuento Esa mujer?
–¿Ubica a algún intelectual equivalente a Walsh en la actualidad?
–No. Yo creo que su marca, o su herencia, hoy está en muchos, pero no me animaría a decir... Horacio Verbitsky ha desarrollado ciertos aspectos de su obra como periodista e intelectual, aunque también tiene sus matices o diferencias con lo que hizo Walsh. Es difícil, además, porque es una época muy diferente. Junto a Haroldo Conti y los que desaparecieron esos años, como Paco Urondo, Walsh es de los últimos que entendieron que la primera obligación del intelectual revolucionario era hacer la revolución, como se decía entonces. Hoy la relación del intelectual con la política también es otra. Walsh ejerce una influencia importante: todos lo tenemos un poquito. A mí no me gusta hablar de modelos, pero de hecho... Además, a todo el que escribe le gustaría hacerlo como Walsh.

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Jozami destaca: “El siempre tiene algo para decirnos”.
 
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