CULTURA › MARCELO COHEN
Los postulados de la imaginación
El escritor habla de El fin de lo mismo, el libro que publica mañana Página/12.
Aunque la atmósfera y las circunstancias por las que transitan los personajes de los cinco relatos que componen El fin de lo mismo son fundamentalmente densas, agobiantes, Marcelo Cohen les afloja un poco las opresiones, a ellos, con búsquedas que conducen a situaciones un poco mejores, y a los lectores con toques delirantes o humorísticos que llegan a través de una descripción, una jerga inventada, alguna actitud de sus criaturas. El libro fue publicado inicialmente en 1992, mientras Cohen vivía en España –allí residió entre 1975 y 1996, allí escribió estos textos–, y mañana aparecerá reeditado junto a este diario en la continuidad de la colección de Literatura Fantástica y Ciencia Ficción, dos géneros de los que este traductor, ensayista y narrador nacido en 1951 suele hablar con pasión.
Las historias de El fin de lo mismo transcurren en un mundo contemporáneo “inflacionario” y “posindustrial”, sin referencias a personas reales ni a lugares geográficos específicos, y se desarrollan en torno a algún elemento extraordinario: en La ilusión monarca las celdas de una cárcel dan a una playa cercada por dos muros que se internan doscientos metros en el mar y los presos no saben qué les pasará si se animan a una fuga a nado; en El fin de lo mismo hay una mujer que tiene tres brazos y un hombre que un poco la ama; en Aspectos de la vida de Enzatti un señor oye un grito en mitad de la noche y decide averiguar de dónde proviene. “Estamos ante personajes sometidos a una alta presión fáctica y emocional, como reclamaba Cortázar para el cuento –anota Guillermo Saavedra en el prólogo–, pero con mayores posibilidades verbales y narrativas que en el relato moderno convencional.” “En sus siempre resbalosas circunstancias –agrega– resuenan con soterrado heroísmo entre diversas alternativas de la verdad, asediándola o escapando de ella, en el pantano del aparente sinsentido y de la falta de trascendencia. Son, para decirlo sin eufemismos, héroes de nuestro tiempo, habitantes de una épica bastarda que parecen pedir a gritos el beneficio de un ideal que los redima.”
Cohen dice que las geografías de sus relatos son inventadas y se dan por sentadas: “Los personajes la conocen, pero el lector no –explica–; yo no querría provocar una desorientación total. Me interesa dar una cantidad de indicios suficientes como para que el lector se pueda hacer una idea de la situación a través de la mirada de los personajes. La mayoría de las veces hago planos de los lugares, eso me divierte: hay una parte artesanal, aunque uno siempre espera el momento de olvidarse de todo cuando está escribiendo, incluso de la próxima frase, que sería lo mejor que podría pasar, tal vez por insatisfacción con que la escritura sea tan mental”. La rareza, lo extravagante de esos lugares, dice, son escenarios propicios para que las experiencias de sus personajes permitan “recuperar el contacto con otras cosas que se pierden en la realidad inmediata, con hechos y experiencias ‘reales’. Y como la experiencia ‘real’ está hecha de fragmentos, como una rapsodia, un continuo de retazos –agrega–, yo creo que haciendo lugares sintéticos, con pedacitos, a lo mejor aparece algo que se ha perdido en el jadeo del presente, donde las cosas pasan tan rápido. Y no por recuperar un hecho pasado, sino porque las sensaciones verdaderas no son muy frecuentes. Y en esos lugares, a través de anécdotas extravagantes, se recuperan sensaciones verdaderas”.
–¿El punto de partida de estos relatos es la anomalía, la circunstancia o el hecho extraordinario?
–Para mí el punto de partida es “¿qué pasaría si...?”. Es decir, un postulado de la imaginación. En realidad es como yo creo que están hechos montones de cosas; buena parte de lo que consideramos la realidad inamovible es la realización de un salto imaginativo. Las pirámides de Egipto, por ejemplo. La literatura logra que aparezca lo imposible. Mentalmente: que aparezca en el mundo algo que no está, algo que todos los protocolos por los cuales nos movemos cotidianamente indicarían que es imposible. El juego, por lo tanto, da una posibilidad infinita, una apertura de conciencia.
–En estos relatos sus personajes, siempre dentro de ambientes y situaciones agobiantes, consiguen alguna forma de alivio.
–Es que yo creo que lo único que no pueden eliminarnos son las alternativas. Uno puede estar con una pistola en la cabeza y sin embargo puede elegir pensar una cosa u otra. Por supuesto que los condicionamientos están por debajo del pensamiento, pero aun así el juego con las condiciones modifica los pensamientos. Es un deseo de lucidez; pero en la medida en que la lucidez también es engañosa, es un deseo más bien de desprenderse de uno mismo, y por lo tanto del condicionamiento y de la lucidez. Yo creo en los raptos; estos cuentos pueden entenderse como situaciones espantosas en las cuales, al mismo tiempo, los pequeños raptos pueden ocurrir.
–En 2001 decía que la lectura en la Argentina estaba en un punto muy bajo de atractivo. ¿Y ahora?
–Sí, estaba muy disgustado con la literatura argentina, pero ahora me parece mucho más atractiva. Podría hablar de quince escritores argentinos contemporáneos que me gustan. Me parece que hay literaturas muy audaces y consistentes y otras leves y etéreas pero muy originales. Se ha escrito mucha obra en estos últimos años.