EL PAíS › OPINION

Demagogia carcelaria

 Por Martín Granovsky

Heródoto y Maquiavelo decían que la historia es maestra de la vida. Error: los hombres aprenden muy poco. En cambio, para usar una escala más manuable, las experiencias concretas pueden dar lugar a reflexiones concretas y, aunque parezca utópico, a soluciones concretas.
Según cifras del Ministerio de Justicia, en el 2003 había 5300 presos en Córdoba. Los números del 2004 no están listos, pero seguramente sean mayores porque antes la estadística ya marcaba un ascenso de los encarcelados. En 1997 había 1828 presos. En 1998, 1656. En 1999, 1753. En el 2000 no hay registro. En el 2001, 5482. Y en el 2002, 4926.
La media nacional también aumentó brutalmente. En 1999 había en toda la Argentina 31 mil presos. Hoy, alrededor de 60 mil, el doble.
El gobernador de Córdoba, José Manuel de la Sota, es el principal apoyo institucional de Juan Carlos Blumberg, a tal punto que llegó a firmar un acuerdo con el Manhattan Institute, la fundación ultraconservadora norteamericana que respalda al ingeniero. En los Estados Unidos, donde el Manhattan se identifica con la corriente oficial en desarrollo, hay 500 presos cada 100 mil habitantes, cinco veces más que la media de Europa, donde hay menos delitos y, sobre todo, menos homicidios. La Argentina ya superó los 100 presos cada 100 mil y va hacia los 200, una tasa que Córdoba ya alcanzó.
Las atrocidades cometidas anoche por los presos son un dato insoslayable de la situación, que pudo haber empezado o por el manoseo a las visitas o por un motín para cubrir una fuga o por todo a la vez. Sin que ninguna explicación justifique un crimen, la pregunta es si no hay relación entre el hacinamiento y el desastre carcelario. La respuesta obvia es afirmativa. Pero, ¿cuál es la causa del hacinamiento? Sin duda el endurecimiento de las condiciones para salir en libertad. También el uso del procesamiento como una pena, porque la sentencia llega pocas veces. Y el encarcelamiento indiscriminado de una Justicia que no separa entre los delitos graves y el pequeño crimen de los pequeños rateros.
Hay un argumento en contra. Podría decirse que el hacinamiento es sólo producto de la falta de obra pública y que, construyendo más cárceles, se resolvería el problema. Suena pobre. Primero, porque encarcelar más y más es un proceso infinito. Y segundo porque, en Texas y en Córdoba, o en Mendoza, más presos no equivalen a más seguridad.
La locura de pensar que el Código Penal resuelve todos los problemas es mala en sí misma, porque elude plantear la responsabilidad social para resolver las cosas, pero además suena a pura demagogia. Al margen de no ser una solución para los problemas ya existentes, la demagogia carcelaria suma problemas nuevos.

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