ESPECTáCULOS › ANAHI BERNERI HABLA DE UN AÑO SIN AMOR,
QUE SE ESTRENA HOY EN EL FESTIVAL DE BERLIN
“El no es una víctima, es un guerrero”
El debut de la directora, que se verá en la sección “Panorama”, se basa en el libro de Pablo Pérez, el diario de un portador de HIV que quiere dejar constancia de su búsqueda de amor.
Por Luciano Monteagudo
“¿Podría mostrarle toda esta desnudez a alguien a quien amo? ¿Podría seguir escribiendo todo esto estando enamorado? Me apuro porque sospecho que, en caso de enamorarme, no podría seguir escribiendo esto que intenta ante todo ser un diario de la búsqueda del amor, de la pérdida del amor, del deseo y del miedo ante la muerte.” Quien habla es Pablo, el protagonista de Un año sin amor, la ópera prima de Anahí Berneri, que hoy tiene su estreno mundial en el Festival de Berlín. “Es un buen lugar para lanzar la película, el lugar indicado, porque hay muchísimas películas de género en la Berlinale”, se entusiasma Berneri. Basada en una novela autobiográfica de Pablo Pérez, Un año sin amor se ocupa obsesivamente de un joven escritor enfermo de sida, a quien el temor a la muerte lo embarca a escribir su diario. “No quiero escribir, me obligo”, se repite una y otra vez. Y la obligación de escribir se transforma en la obligación de seguir buscando la cura a sus males. No sólo a la enfermedad, sino también a la soledad. Pablo busca al hombre que lo devuelva a su vida plena. Publica anuncios de contactos y recorre el circuito gay de Buenos Aires, que desemboca muchas veces en sexo eventual, en prácticas sadomasoquistas y el fetichismo por el cuero.
Berneri llegó a Berlín embarazada de ocho meses junto a su marido, Diego Dubcovsky, productor de la película en sociedad con el director Daniel Burman. El año pasado, Burman y Dubcovsky volvieron de la capital alemana con el Oso de Plata al mejor film y el premio al mejor actor (Daniel Hendler) por El abrazo partido. Ahora, Un año sin amor participa de la sección “Panorama”, no competitiva, pero igualmente aspira al premio de la crítica (Fipresci) y a los Teddy Awards, que la Berlinale otorga a los mejores films sobre diversidad sexual. Y antes de que la película tenga su primera copia en 35 mm ya consiguió un vendedor internacional de la dimensión de Bavaria (la principal compañía alemana), un lugar en la competencia oficial del Festival de Mar del Plata, en marzo, e invitaciones a festivales como el Tribeca de Nueva York, en abril.
“Conocí a Pablo Pérez cuando yo hacía un programa de TV por cable, que duró muy poco tiempo, una especie de magazine gay”, cuenta Berneri. “En ese momento, la idea era trabajar con distintos artistas que hicieran obra de género o transgénero, un tema que siempre me interesó. Y en un especial que hicimos sobre literatura gay lo conocí. Esto era en 2002, él ya tenía publicada la novela, pero en realidad todo surgió de su cuento El mendigo chupapijas, que leí en una antología. Me comuniqué con él y le dije que me interesaba adaptarlo; él me dijo que hacía tiempo que le interesaba escribir un guión, pero quería hacer Un año sin amor. Primero me asusté, porque se trataba de hacer una película sobre el sida, pero tanto el cuento como la novela comparten al mismo protagonista, que tiene cosas autobiográficas de Pablo. Y en los dos se contaba una búsqueda, la búsqueda del amor, que era lo que me interesaba tratar. En Un año... es mucho más fuerte, porque esta búsqueda es más ansiosa y más desesperada, porque el protagonista piensa que se va a morir y tiene miedo a sufrir.”
–No es la única búsqueda del personaje...
–Pablo también busca su lugar de pertenencia. Por eso en la puesta en escena reforcé los pasillos del hospital, los corredores del cine porno, los lugares de paso que tiene que atravesar y recorrer. Se trata de un personaje que busca un espacio que no sea transitorio. No quería hacer una película sobre la enfermedad y mucho menos panfletaria, que hablara de discriminación o enseñara cómo no contagiarse. Quería que no se perdiera lo humano, que la enfermedad no hiciera desaparecer al personaje.
–¿En qué etapa aparece el actor, Juan Minujín?
–Lo conocí durante el rodaje de El abrazo partido, donde hace un papel mínimo. Pero es tan carismático e inteligente que se destacaba por su manera de ser. La verdad, en principio no había pensado en él, porque Juan trabaja en el grupo de teatro danza El Descueve y es muy flexible, muy vital, muy alegre, características que el protagonista no tiene. Pero en El Descueve trabajan muchísimo el erotismo y había una zona que me parecía que iba a ser más fácil trabajar con él. Tuvimos una entrevista y se enganchó con el guión. Trabajamos mucho lo corporal, es muy creativo, sabe interpretar lo que uno le propone y no quedarse sólo con eso, reformularlo.
–La película es intimista, trabaja hacia adentro antes que afuera...
–Queríamos hacer eso, teniéndolo a Pablo, teniendo una visión tan interior y personal de qué es lo que le ocurría a él. Por otra parte, a mí me encanta el documental, por eso también todas las locaciones que recorre el personaje son reales, y nos ayudó mucha gente y hay partes documentales. No queríamos una visión desde afuera. Y también era una cuestión de respeto, porque ante una visión de mujer yo intentaba no tener una mirada estereotipada, jugaba todo el tiempo con mi temor.
–¿Con qué prejuicios llegó al rodaje?
–Con todos, o al menos con muchos. El sadomasoquismo, que no lo entendía, la experiencia de ir al cine porno, que no la entendía... Si bien ya había trabajado sobre el tema y había ido miles de veces a boliches y estaba muy empapada de ese mundo, tenía muchos prejuicios. Me ayudó muchísimo la investigación, ir no una sola vez al cine porno sino tres, cuatro, las veces que fuera necesario. Quería saber qué me pasaba a mí allí, o en el club leather. Hablar con la gente, preguntar. Y tal vez todavía queden prejuicios, pero quería minimizar ese riesgo.
–¿Y con qué prejuicios piensa que puede llegar el público a verla?
–El temor que tenía, y tengo, es presentar un personaje con HIV que es libre sexualmente. Es muy fuerte. Y donde no está todo el tiempo planteando si va o no va a contagiar a alguien. Hay una sola apertura de un preservativo, se nota la intención del personaje de no contagiar, pero no es esencial. Me cuidé en el rodaje, y en el montaje, de que ese preservativo existiera, porque no por no hacer una película panfletaria iba a hacer algo que la gente pudiera entender mal.
–¿Qué le interesó específicamente de la novela?
–La posibilidad de descubrir un mundo o un espacio donde las mujeres no estamos presentes y no somos un objeto sexual, no somos parte del deseo. Un mundo que no es de uno, conocer ese mundo masculino. Uno nunca sabe en el fondo, psicológicamente, por qué le interesa la sexualidad, la ajena y la de uno. Pero la sexualidad es un tema muy rico y me gusta cuando veo artistas que lo saben trabajar.
–¿Quiénes?
–Me gusta Gus van Sant, o Rosa von Praunheim, que también va a estar en el “Panorama” (¡no podía creerlo!). Me cuesta dar referentes claros. Si bien yo sé con qué películas trabajamos como referentes, tengo un tema con la ideología. Estudiamos mucho el tipo de encuadres que usa Gaspar Noé y a mí ideológicamente me molestan muchas cosas de su cine. Me molesta decir que es un referente, porque no lo siento como tal. A su vez, cuando empezamos a construir al protagonista con Minujín, trabajamos con un film que no tiene nada que ver, como Búfalo 66. Nos gustaba el protagonista, sus movimientos, un personaje siempre tenso, que tiene tanta violencia acumulada. Vincent Gallo es un actorazo. En fotografía amo a Nan Goldin. Y en cine a Jarmusch y Cassavetes y Leos Carax... Y alguien que ve la película puede decir: “¿Y dónde está todo eso?”. Pero es que una se empapa de tantas cosas...
–La sexualidad aparece poco en el cine argentino.
–Es verdad, se ve poco sexo. Tengo ganas de seguir trabajando con el tema, me siento cómoda, creo que es muy natural, que la sexualidad nos interesa a todos. No sé por qué otros no trabajan ese tema. No sé qué tan reprimidos somos los argentinos. Por otra parte, La niña santa es una película que trata claramente sobre el sexo, muy erótica.
–Un año sin amor transcurre en 1996. ¿Por qué?
–Es el año en que Pablo situó la novela. Es el año del Congreso de Vancouver, donde se implementan las terapias con cóctel de drogas. Pero Pablo no cree, no las quiere tomar. Tiene la fantasía de que si se mantiene en buen estado físico y con las defensas altas es suficiente. Prueba con dietas naturistas, tés, hierbas. Es lo que le sucede al personaje. Está buscando y experimentando la forma de manejar su enfermedad. En la novela es más profundo: habla mucho de qué hierbas toma, cómo las toma, qué flores, de qué manera. Es casi una receta. Como la novela es un diario, escribió todos los medicamentos que tomaba y cada cosa que hacía y dejaba de hacer y cómo se alimentaba para dejar testimonio, si se moría, de qué funcionaba y qué no en el tratamiento de la enfermedad.
–¿Cómo resolvió ese tránsito a la película?
–Si bien hay pequeños detalles, donde él toma flores y hierbas, ya no había necesidad de dejar testimonio. Por otro lado, volcamos una parte en el personaje de la tía que vive con él, que viene a ser como un reflejo decadente de Pablo, un espejo de las soledades extremas, más desesperadas, una mujer que hace de todo para intentar estar bien. Por contraste, esto le da al protagonista algo más de dignidad. La idea de Pablo es la de un guerrero, alguien que está luchando, no una víctima.