CULTURA
Bajo el influjo de Arlt y el Che
El homenaje y diálogo abierto con David Viñas, a sala llena, dio pie para que el autor brindara detalles de su próximo libro.
Por Silvina Friera
A veces hay crónicas que deben empezar por el final, para comprender el impacto que puede generar el encuentro fraternal con uno de los intelectuales argentinos que más aportes realizó en el campo de la literatura argentina, en su doble condición de ensayista y escritor. Cuando se aproximaba el epílogo del homenaje y diálogo abierto con David Viñas, coordinado por María Gabriela Mizraje, uno de los espectadores tomó el micrófono y dijo: “Yo soy chileno y quiero felicitarlo de forma calurosa. En Chile, que es un país fascista, admiramos a los argentinos porque son menos mojigatos que nosotros. El discurso crítico de este ‘dinosaurio’, dicho con afecto, en mi país no tendría esta numerosa audiencia, a lo sumo habría cinco personas escuchándolo”. Hasta ese momento, nadie había reparado en la cantidad de personas sino más bien en los comentarios del autor de Literatura argentina y realidad política. “Me siento un poco perplejo en este lugar, porque para una persona que transita la calle Corrientes, esta franja de la ciudad y este recinto en particular (la sala Victoria Ocampo) me remiten a una especie de aeropuerto”, ironizó Viñas, antes de hablar de Tartabul o los últimos argentinos del siglo XX, novela que está terminando de escribir.
“Respecto del trabajo que estamos haciendo... sé que el ‘nos’ suena al comienzo de la Constitución nacional –subrayó–. Lo que pasa es que soy un jansenista y me cuesta la utilización del yo, que es una zona en la que mis colegas incurren con excesiva frecuencia; pero aquí estamos hablando de trabajo, porque somos trabajadores.” Tartabul o los últimos argentinos del siglo XX es una novela que desarrolla la vida de cinco figuras entrañables a través de un narrador, Tartabul, que Viñas comparó con el personaje de La Bolsa (1891), de Julián Martel, “al que los señoritos de entonces lo tenían para el churrete, le pegaban en la cabeza con un puntero y le decían: ‘Imitá a Mitre’”. Para Viñas, su propósito fue actualizar Los siete locos, de Roberto Arlt, pero en los arquetipos de la generación del Che. A diferencia de otros escritores, reacios a la hora de anticipar la trama de lo que están escribiendo, Viñas no escatimó detalles acerca de los personajes y circunstancias de su próxima novela, en la que tratará de apretar permanentemente el bandoneón, según confesó.
“El Chuengo es una especie de (Carlos) Correas, un compañero de la revista Contorno. Fue de los primeros homosexuales que exhibieron su condición de manera muy agresiva. Uno de los cuentos de Correas fue sometido a proceso por el fiscal De la Riestra, muy famoso en su época. La segunda figura es Piti, que viaja a Cuba, a Estados Unidos y roba alegremente en una especie de aventura. Piti muere en la calle Corrientes, asesinado durante la dictadura. El Griego, o Piraña, es una especie de gran cínico. De los cinco es el único que se acomoda durante el menemato, como embajador de Madrid. La cuarta es Moira, una pituca contradictoria, que es torturada, y el torturador la pasea por la ciudad para que señale a sus compañeros. Finalmente, el Tapir, como aspecto más dramático, tiene que fusilar a un oficial del Ejército y dice que Dios es la única utopía.”
Entre las obras de su autoría que decidió rescatar, Viñas optó por recuperar Los dueños de la tierra y Un dios cotidiano, “porque alude a la educación de un chico en un colegio de curas, pero de un chico mestizo, a medias cristiano, a medias judío”. Esta novela, que admitió es en parte autobiográfica, le permitió recordar la mixtura de su familia. “Mi madre era de familia judía, rusa, anarquista, artesanos provenientes de Odessa. En cambio, mi padre pertenecía a la típica clase media de la provincia de Buenos Aires. En los años ‘20, cuando se conocieron, las hermanas de mi padre se encarnizaban con ‘esta judía’ que, además, fumaba e iba al cine, contribuyendo al escándalo. A mi hermano Ismael le negaron la posibilidad de entrar a la escuela naval y nunca supe por qué, hasta que encontré supartida de nacimiento, en donde figuraba como ‘hijo natural’. Este país no es fascista, tiene más influencia del autoritarismo a la española.”
Aunque no respondió si consideraba que formaba parte de los escritores canonizados, Viñas advirtió que el canon es un discurso hegemónico del poder. “Borges, Bioy Casares, Mujica Lainez y, creo que de manera condescendiente, Soriano están muertos. El canon es un mecanismo defensivo, una práctica complementaria de cementerio. No hay mejor escritor que aquel que está muerto.”