CULTURA
La feria y yo
Por Alejandra Correa *
Siento ir contra la marea: no soy adepta a la Feria del Libro. Pero si quieren oírlas, tengo mis razones. Y esas razones tienen que ver, precisamente, con la marea. De libros. Porque ese amplio muestrario editorial donde se aglutinan los títulos privilegiados que empuñan sus anchas fajas como armaduras para enfrentar a todos aquellos que están y seguirán estando en segundo plano, simplemente me apabulla. No caben dudas: la Feria del Libro es un sitio necesario para la industria editorial, no discuto eso. Pero en lo que a mí respecta esta oferta desmesurada me deja petrificada. Al ingresar, sistemáticamente, siento que debo modificar mi personalidad para poder sobrevivir a la Feria. Allí adentro ya no soy la lectora que soy sino una cazadora en la jungla del libro. Para llegar a mi presa de oro, trazo una metodología del recorrido posible, de la supervivencia mía y de mis bolsillos. Pero a los diez minutos perdí toda estrategia y empiezo a tropezarme, hablo sola y dejo detrás de mí los pasos de una cosmogonía propia de un psicótico.
A medida que reúno títulos de los que sólo me quedan vocablos como Geopolítica, Lágrimas, Inversión, Psicoterapia, Sagrado, Clandestino, Pájaros, me olvido de mí y caigo en una suerte de hipnosis que tarde o temprano, me hará deambular sin rumbo hasta que algo o alguien me lleve de nuevo a la realidad. Es decir: la salida. Debo decirlo con todas las letras, para mí a la Feria le sobran títulos, libros, charlas, colores, folletos, marquesinas, pasillos atestados, señoras perfumadas, perfumes, ofertas, promotoras, vendedores sonrientes, enciclopedias. No soy feliz allí. Simplemente a la Feria le falta el silencio con el que me encuentro cada vez que en un rincón de una librería cualquiera, cuando nadie me ve, tomo un libro entre las manos, dejo que mis dedos lo recorran, lo llevo a la altura de mi nariz para sentirle su particular olor y degustarlo en ese íntimo encuentro entre él y yo.
* Poeta, autora del poemario El grito.