CULTURA
La feria y yo
por silvia bleichmar*
Buenos Aires sigue siendo un milagro. Sobrevivimos y generamos cultura, como podemos, desde libros hasta murgas, y la Feria es, pese a todo, una fiesta. Me pasa con ella como con el Día de la Madre: reconozco sus aspectos comerciales y me emociono igual que de niña, porque he aprendido a lo largo del tiempo a diferenciar que no es lo mismo vender armas que libros y sigo pensando que el nuestro es un país que se merece vivir sin analfabetismo y recuperar la escuela y la universidad que me formó, pero también tener editoriales propias que publiquen calidad y no sólo best-sellers.
Estuve en la Feria el miércoles 20, antes de que abriera al público. Compartimos, con el juez Zaffaroni, un panel en el cual hablamos de educar en el respeto a la ley y en el reconocimiento de la Justicia. Increíble poder sentarme con un miembro de la Suprema Corte de Justicia inteligente, culto y capaz de reconocer el costado estrecho con el cual la ley es siempre asintomática con el Derecho. Los pasillos aún vacíos permitían acercarse a los stands y conocer qué se publica, acá y en el mundo. Manteles tendidos y vajilla puesta, es posible disfrutar aun el orden y la limpieza, pero no el clima de una fiesta: no sé qué pasará luego, pero puedo imaginar a la gente agolpándose ante las ofertas, codiciando los libros extranjeros incomprables e incluso sólo recorriendo, sin comprar nada.
De niña mis padres no me dejaban detenerme en las vidrieras de las confiterías para observar desde afuera, largamente, los dulces. Tal vez consideraban poco adecuado, provenientes de una cultura de la pobreza, expresar el deseo de manera impúdica. Hoy me pasa lo mismo con los libros, pero los miro, nada me impide hacerlo, ya que vengo de un país donde tuvimos acceso a ellos y queremos seguir comprándolos para llevarlos, codiciosamente, a nuestras casas.
* Psicoanalista.