CULTURA › OPINION

Un nido de ángeles negros

Por Tomas Abraham *

Sartre... se escucha hoy como una palabra extraña, un nombre que para los jóvenes letrados designa un prestigio amortizado. Para nosotros era un mundo y una vida. Más que eso: era una fábula. Hablo como un viejo. Son 25 años de su muerte, cien años de su nacimiento. Hagamos un desafío a quienes hoy dicen que no era un novelista, que no escribía bien, que era un autor de tesis. Lean El muro, el cuento La infancia de un jefe, o su ensayo sobre Tintoretto, agreguen su opúsculo sobre Merleau-Ponty. Nombro estos títulos porque son los que en su homenaje he leído esta semana. Es un desafío que los sartreanos lanzamos con firmeza porque vemos que nuestro héroe se defiende bien, sus palabras siguen duras, su pensamiento muerde. Sartre no era un pulóver oscuro, un cigarrillo machucado y una angustia fruncida. Su literatura es alegre y optimista. El mismo se incomodaba ante su radical optimismo que lo hizo ser escritor famoso, hombre de mundo, viajante planetario, amante apasionado, polígrafo incansable, amigo de la juventud militante, bebedor y compañero fiel de Simone de Beauvoir. Sin Simone, Sartre habría sido un filósofo de fuste, por ella, por la pobre Simone de la que tanta gente se ríe, se hizo personaje de una novela inmortal. No sé cómo era el mundo de Bloomsbury, con Virginia Woolf y Lord Keynes, pero el círculo de Saint Germain de Près, el de Bost, Vian, Casares, era un nido de ángeles negros.
Sartre es la ironía, el sarcasmo, la risa sobre sí, el ataque furioso, el superyó de la juventud burguesa, inteligente y feo como una rata, apestoso, inmenso. Sartre es un disolvente de los cogotudos de los salones culturales. Con Paul Nizan los llamaba perros guardianes, lo siguen siendo, aun sin dientes. El ser y la nada es una obra de iniciación. Leerla es entrar en el mágico mundo de la filosofía. Su prosa es bella como un uppercut, y nos guía por el mundo de los conceptos con la gracia de un esgrimista. Nos enseña el ritmo de la filosofía cuando la entona un experto, un granuja. Aquellos que se alzan de sus asientos cuando se dice Heidegger, y afirman con adiposidad que Sartre es un mal alumno de un gran maestro, confunden pantano y cascada, un bulldozer con un skate. Para los que les gusta escarbar en los fundamentos ontológicos del Ser, y hacer de la condición humana un espamento verbal, está bien, vayan a la Selva Negra a comer patatas con repollo, mientras tanto los sartreanos nos enfundamos en el perramus y nos perdemos entre la gente.

* Filósofo.

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