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Por Diego Bonadeo

Como para no perder la costumbre de inventar tablas de posiciones de torneos que nunca se jugaron, la corporación FIFA acaba de publicar un ranking de directores técnicos. Aunque oficialmente no es la Federación Internacional de Fútbol Asociado, sino la Federación Internacional de Historia y Estadísticas de Fútbol, escondida en las siglas IFFHS, la entidad que dio a conocer dicho escalafón, está claro que la metodología y el resultado están en absoluta sintonía con el espíritu onanista de los carcamanes de Zurich, cuando de este tipo de pelotudez se trata.
Dícese que el jurado estuvo integrado por periodistas y expertos especializados que para determinar que el primer lugar era para Luiz Felipe Scolari, evaluó que Scolari “supo reprimir las individualidades y con gran espíritu de equipo condujo a la selección brasileña a la conquista del campeonato del mundo de 2002”.
Por cierto toda una hazaña lo de “reprimir las individualidades”, de acuerdo al particularísimo criterio de estos cráneos evaluadores, como si justamente ése fuera el mayor atributo del técnico ahora a cargo de la selección portuguesa.
El espíritu cuasi “imperial” que se esconde detrás de lo de “reprimir” pareciera haber sido tomado de algún reciente discurso del amenazante represor George W. Bush. Es algo así como no aceptar que se piense ni se haga diferente. No solamente para el fútbol, reprimir las individualidades no es ni más ni menos que adocenar al conjunto. Imponer la disciplina del pensamiento único. Negar toda alternativa. Impedir la posibilidad de crear, inventar, soñar, en fin, jugar.
No interesan demasiado, en realidad no interesan para nada, los nombres y apellidos de los ranqueados en esta nueva paparruchada del tacticismo internacional.
Sí interesa que se sepa que para estos figurones y alcahuetes del poder lo más importante para evaluar a un director técnico de fútbol es su capacidad para “reprimir las individualidades”. De allí a acuartelar en vez de concentrar planteles antes de los partidos, hay solamente un suspiro. O quizás un calabozo...