Martes, 26 de julio de 2011 | Hoy
DEPORTES › OPINIóN
Por Gustavo Veiga
El fútbol camina hacia cambios estructurales en apariencia, empujados más por la coyuntura adversa que por la convicción de un rebaño de dirigentes. Adversa porque los torneos son violentos y estresantes, los poderosos que los sostienen en convocatoria se caen a pedazos en la cancha, hay mucha efervescencia política –en octubre son las elecciones en la AFA– y hasta la Selección Nacional está en sostenido declive (anoche se despidió a su cuarto técnico en los últimos cinco años). Quizá como nunca antes, nunca antes ni después de la reforma de Valentín Suárez con los campeonatos nacionales del ’67, asistamos a un nuevo escenario que ya despierta polémicas. Toda transformación las genera, aunque, en este caso, resta saber si cambiarán las apariencias o se apuntará a los problemas de fondo. Nos inclinamos por lo primero.
Cuarenta clubes en Primera División, otra cantidad semejante en una segunda categoría en el futuro, la suspensión transitoria de los descensos, acaso de los promedios, y una reformulación que avanza hacia el interior con síntomas de mayor apertura, son algunas de las nuevas coordenadas. Hay voces que le atribuyen al gobierno nacional la profundización de estas medidas, otras que hablan del plagio a un proyecto del empresario Daniel Vila por parte de la AFA y también quienes adivinan detrás de esta metamorfosis futbolística la intencionalidad de Julio Grondona de perpetuarse aún más en su cargo. Las razones pueden ser una, dos o las tres al mismo tiempo.
Como si no bastara con la declamada reformulación de los campeonatos o un volantazo para torcer el rumbo del seleccionado (no gana un título internacional de relieve desde hace 18 años), ayer comenzó a hablarse oficialmente de organizar en conjunto con Uruguay el Mundial de 2030. El cuestionado Joseph Blatter vino a bendecir la iniciativa rioplatense. Todo se precipitó en simultáneo, lo que sugiere la idea de una cuasi revolución futbolera, aunque liderada por protagonistas que nada tienen de revolucionarios. Imprevisible, obsceno, sin identidad (instituimos definiciones por penales en los torneos a fines de los ’80 y mantenemos aún los discutidos promedios), con record de muertes en las canchas, clubes que no resisten una auditoría y directivos que se enriquecen a sus costillas o son tolerados por quienes no lo hacen, el fútbol argentino se cae a pedazos desde la década del 90.
Ni siquiera los recursos que centrifuga gracias a la televisión consiguieron lavarle la cara. Fútbol para Todos es una idea democrática que le arrebató el negocio a un monopolio, pero delegó el control de los clubes en una AFA que se permite y les permite todo. ¿De qué vale dar vuelta al sistema como una media si el sistema tolera corruptelas, violencias, sospechas de sobornos y la violación sistemática de los reglamentos? ¿Si muy pocos están a la altura de la responsabilidad que se les confiere? Se dirá: estamos igual en otras actividades. Pero también el fútbol es demasiado generoso y permeable. Cualquiera puede abusarse de él. Se necesitan más voces como la del recordado Dante Panzeri para protegerlo. El periodista decía refiriéndose al deporte en general: “Yo solamente puedo darle protesta para defenderlo de quienes lo destruyen. Con lo que creo que construyo”. No parece que haya demasiados dirigentes dispuestos a apoyar esa idea.
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