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La próxima víctima
Por Gustavo Veiga
Si los muertos gobiernan a los vivos, como sostenía Comte, el recuerdo de Sebastián Garibaldi debería poner en remojo las conciencias de quienes casi nada hacen para evitar el dolor que es capaz de producir una desaparición absurda. La demanda es impostergable y apunta a que el fútbol no ha dejado de ser un viaje de ida hacia la muerte. El respeto a la memoria de ese pibe, un hincha de Estudiantes de tan sólo 14 años, tendría que generar algo más que tristeza y duelo. Sin embargo, los responsables de siempre –funcionarios políticos, jueces, policías y dirigentes– no muestran reflejos más que para decir frases de circunstancia o deslindar responsabilidades en el estilo obsceno que los caracteriza.
Después del trágico episodio ocurrido en La Plata y de los otros dos que costaron vidas, antes del partido Racing-Independiente y luego del que jugaron Acassuso y Midland, se dijeron o escribieron frases como éstas:
- “La solución de fondo es que se apruebe cuanto antes la ley que enviamos nosotros al Congreso” (Daniel Scioli).
- “Yo no tuve ningún trato con un barrabrava” (Fernando Marín).
- “La policía se vio sorprendida” (Felipe Solá).
- “Son de incumbencia exclusivamente policial y resultan ajenos a ambas instituciones” (De un expeditivo fallo del Tribunal de Disciplina sobre los hechos de Avellaneda, publicado en el boletín oficial N 3351 de la AFA).
Nadie quiere cargar con los muertos, está claro. Para el poder político la violencia en el fútbol es un problema de sus dirigentes, la Justicia argumenta que no da abasto en un sistema colapsado, las autoridades policiales conciben la seguridad como un negocio y los directivos y/o gerenciadores de los clubes continúan ocultando con descaro lo que todo el mundo sabe: su conflictiva relación con los barrabravas.
En este marco, la próxima víctima puede ser cualquiera de nosotros.