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La barra de hinchas que arenga y alienta a los jugadores del equipo argentino de Copa Davis no es necesariamente una barra brava, como las se que encuentran al por mayor en el fútbol argentino. Tiene sí bombos y redoblantes, y un líder que suele dar la orden de alto y es muy respetuosa de los árbitros, cuando éstos solicitan silencio para que los jugadores puedan disputar los puntos.

Tampoco fuman marihuana en las tribunas ni amedrentan al público general, no roban a sus pares y no participan del negocio del estacionamiento en el estadio Mary Terán de Weiss del Parque Roca. Son diferentes, claro está, pero sin embargo comparten ciertos códigos con los violentos del fútbol. Responden a la dirigencia que, en el fútbol desde siempre y en el tenis desde los últimos cuatro o cinco años, les facilitan como moneda de cambio entradas y otros beneficios como indumentaria oficial, pasajes y accesorios para el colorido.

El mundillo del tenis es pequeño. Y todos saben que entre la barra oficial y la Asociación Argentina de Tenis hay un nexo. Se trata del vicepresidente segundo de la AAT, Héctor Romani, quien por estos días se ha mostrado como desentendido.

El líder de esa barra, a quien el propio Romani entregó una caja de camisetas oficiales en el Parque Roca, según aseguran periodistas que fueron testigos de tal acción, se llama Sebastián Fernández y es dueño de una ferretería en Castelar. El mismo es señalado por el entorno de Del Potro como quien inició los cánticos que le pusieron los pelos de punta al tandilense, y a quienes el presidente de la AAT, Arturo Grimaldi, llamó ayer “desubicados”.

Ese es otro detalle que tienen en común la barra del tenis con las barras bravas del fútbol. Cuando la criatura crece y siente la fuerza necesaria para su autonomía, se termina convirtiendo en un problema para el creador. Romani deberá hacer nuevamente las cuentas. Si, tal como creen alrededor de Del Potro, fue quien orquestó las críticas contra Del Potro, deberá como mínimo brindar sus razones.