Miércoles, 16 de julio de 2014 | Hoy
DEPORTES › MIENTRAS SE DISCUTE LA CONTINUIDAD DE ALEJANDRO SABELLA AL COMANDO DEL EQUIPO NACIONAL
Qué hay que hacer con el seleccionado para no desaprovechar lo conseguido y continuar evolucionando en la línea de la alta competencia mundial. Se impone la preponderancia de la idea del juego sobre los nombres y es preciso recuperar idoneidad.
Por Pablo Vignone
Como en el fútbol argentino lo urgente siempre es más importante que lo primordial, la posible continuidad de Alejandro Sabella al mando de la Selección Argentina impide por el momento un debate más profundo sobre el futuro del equipo nacional, que se impone ahora que se esfuman los ecos del subcampeonato mundial conseguido en Brasil. Para no desaprovechar lo conseguido y para continuar la evolución competitiva, la lógica indica ajustar el proceso de la Selección, al menos en tres pasos imprescindibles.
1 Primero la idea, después el entrenador:
Si Sabella finalmente se deja seducir por el canto de las sirenas de Ezeiza, no será necesario imponer este paso previo: en ese caso, la idea y el nombre van de la mano. El entrenador ya mostró sus cartas, su idoneidad y sus principios de juego: con él en el banco, la Selección Argentina se sentirá más cómoda jugando como punto que como banca. Es acorde con lo que piensa el conductor, que fue abandonando la premisa de armar un equipo que rodeara de la mejor manera posible a Messi, para formar otro que lo fuera dejando más y más solo.
Pero si no es Sabella, los rumores señalan a Gerardo Martino, con antecedentes en Newell’s y en Barcelona que sugieren un estilo opuesto, más de posesión y ataque, más emparentado con el gusto tradicional del fútbol nacional, confusiones al margen. O también a Diego Simeone, que prefiere imprimirles a sus equipos un sesgo posicional antes que de posesión. Muy coherente todo. Como cuando para taponar la llegada de Carlos Bianchi a la dirección técnica del seleccionado, los mismos que ahora tildaron de “mufa” a Diego Maradona lo promovieron al cargo sin más proceso que una ronda de consultas familiares.
Por eso, lo que la Selección necesita para el nuevo proceso que se inicia es una idea primordial, a la cual subordinar los nombres. Hay que decidir cómo se debe jugar y eso debe decidirlo no un grupo de iluminados sino el fútbol todo, en un amplio debate, para el que seguramente habrá muchos entusiastas con fundados conocimientos, ex futbolistas y entrenadores de sobrada experiencia y méritos, que pueden indicar y consensuar una dirección plausible. Definir a qué se quiere, a qué se debe jugar. Porque a la pregunta de cómo hay que jugar, la respuesta “a ganar” es la más ridícula de todas.
No es obligatorio imitar a Alemania, un fútbol de características y posibilidades muy distintas, pero sí aprender de ese proceso. Tras la final perdida del 2002, el fútbol alemán decidió que debía cambiar. Los frutos no se dieron en el Mundial 2006, con Jurgen Klinsmann como entrenador, y ni siquiera en 2010, cuando a Klinsmann lo reemplazó su ayudante Joachim Löw. Sin embargo, el proceso no fue abortado y derivó la conquista de la Eurocopa 2009 Sub-21, y ahora en el título mundial. Priorizaron la idea. Los nombres eran accesorios, eventuales. Capaces, por supuesto, pero subordinados a un plan. Es lo aconsejable para este caso.
2 Recuperar la formación de futbolistas idóneos
La Argentina resultó ser el plantel en promedio más veterano de Brasil 2014. Hay que refrescar el dato porque ahora, que faltan cuatro años, ya se hacen cálculos sobre las posibilidades de los que van a llegar en condiciones a Rusia 2018. Para Lionel Messi será su cuarta Copa del Mundo y, si es cierto que Pelé finalmente estalló cuando jugó su cuarta Copa, en México 1970, lo concreto es que el rosarino no llegará fresco, con 31 años, a esa instancia. Angel Di María tendrá 30, Pablo Zabaleta 33, Javier Mascherano 34. ¿Es realista creer que pueden llegar competitivamente aptos a la máxima competencia? España aterrizó en Brasil como campeón del mundo, un título conseguido cuatro años antes, pero Andrés Iniesta ya tiene 30 años, Xabi Alonso 32, Iker Casillas 33, Xavi Hernández 34... Es inevitable: un plan a futuro para la Selección tiene que detenerse escrupulosamente en la formación de nuevas generaciones de futbolistas capaces de afrontar las máximas exigencias.
Sabella se cansó de decir “somos menos de lo que creemos”. Se puede o no estar de acuerdo con el concepto, se discrepa si se habla de talento individual a nivel de máxima competencia, se acepta en términos de escasez de jugadores por puesto. Al fútbol argentino promedio le faltan laterales, le faltan zagueros, le escasean los atacantes. Las inferiores no los “fabrican”: a sus técnicos se les pide menos que cumplan la función de entrenadores, pero sí que consigan resultados, una premisa de hierro aún en las divisiones formativas. Eso tiene que cambiar. La AFA llevó un representante de cada club directamente afiliado a cada partido del Mundial, en charter y con los gastos pagos. Los clubes son, a su manera, “dueños” de la Selección. Si pretenden continuar con su práctica festiva, es preciso que sus dirigentes comprendan que el camino actual es el equivocado. Que las divisiones inferiores compitan sin perder de vista lo que debe ser el ejercicio esencial: formar jugadores. Para todos los puestos. Desde la AFA deben bajar a los clubes planes concretos para recuperar esa formación.
3 Sostener el estilo
La Selección Argentina debe tener sus propias inferiores, que inculquen el estilo y sirvan como base, para preparar jugadores y difundir esa dirección elegida por consenso. Las tuvo hasta no hace mucho tiempo: lo que hoy posee es un cachivache. No es casualidad que el fútbol argentino sea el que más títulos mundiales tenga a nivel juvenil, seis en 35 años, desde el primero en 1979, con la particularidad de que los cinco restantes se lograron en los últimos 19 años. Es decir, de los últimos siete mundiales Sub-20, la Argentina ganó cinco. Nadie puede considerarlos logros fortuitos, sino frutos de un proceso superior, vulgarmente conocido como la era Pekerman, en el que los éxitos produjeron, además de la satisfacción instantánea, una consecuencia más prolongada: el capital que significa futbolistas aptos para la alta competencia.
Después de los títulos de 1995, 1997 y 2001, Pekerman pasó a la Selección en 2004, pero la Argentina volvió a ser campeón en Holanda 2005 con Francisco Ferraro como entrenador, y con Messi, Zabaleta, Gago, Agüero, Garay y Biglia en el equipo, y con Hugo Tocalli, la mano derecha de Pekerman, en Canadá 2007, con Romero en el arco y Agüero como figura. Sin embargo, un proceso tan envidiable se dejó morir y la Argentina dejó de producir equipos competitivos.
Lo que vino a continuación fue muy pobre: en dos de los últimos tres mundiales Sub-20 (Egipto 2009 y Turquía 2013), la Argentina ni siquiera participó; en Colombia 2011 quedó eliminada en cuartos de final por penales. De aquel equipo sólo Erik Lamela participó del período Sabella de la Selección. Hoy, el entrenador es Humberto Mario Grondona, uno de los dos hijos del titular de la AFA, que dirigió a la Sub-17 en el Mundial de Emiratos Arabes, el año pasado, cuando el equipo alcanzó la cuarta colocación repitiendo el mejor resultado histórico, el de 2001. En una reciente charla a futuros entrenadores, en Comodoro Rivadavia, Grondona dijo cosas como “antes de jugar una final prefiero que se caiga el avión de los rivales” o “el fair play no me interesa para nada”, según contó uno de los asistentes a este cronista. (No tan casualmente, Colombia, la selección que dirigió Pekerman en Brasil 2014, obtuvo el premio Fair Play). Frente a semejante panorama, los próximos mundiales juveniles, Nueva Zelanda 2015 y Corea del Sur 2017, suenan como desafíos listos para ser completamente desaprovechados.
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