DEPORTES › OPINION
El astro fue Bergés
Por Pablo Vignone
¿Cuál es el fiel que hay que utilizar para calibrar el balance del año deportivo 2003? Indudablemente, no el de los éxitos. Más allá de la prédica sostenida desde estas páginas, la verdad es que, globalmente, los resultados conseguidos por el deporte argentino a lo largo de 2003 fueron notoriamente menores respecto de los del año anterior, en el que los deportes de conjunto habían reunido logros sorprendentes frente a la crisis que delineaba el contorno del país versión 2002. Dos ejemplos prueban ser la evidencia: en los Panamericanos de Santo Domingo, la Argentina concretó la peor campaña de la historia; el último torneo Apertura fue el de más bajo vuelo de los años cercanos, con un decaído nivel de juego, pocos jugadores que mostraran saber de qué se trata el fútbol y una organización francamente lamentable.
De manera que la comparación meramente numérica es un desperdicio de esfuerzos. Lo único que salva al año deportivo local es el atisbo de ciertas bocanadas de aire fresco que, acaso viniendo de ámbitos más abarcadores de la vida nacional, se metieron en los entresijos de la actividad y nos permitieron pensar que acaso no todo esté perdido.
Boca fue campeón Intercontinental, Ginóbili formó parte del equipo campeón de la NBA, Coria la gastó, Pechito López volvió a acercar a la Argentina a la Fórmula 1, Chiaraviglio, Krukower o Velazco fueron campeones mundiales, pero el acontecimiento central del deporte argentino en 2003 fue, a nuestro criterio, la cruzada iniciada por el juez Mariano Bergés intentando comenzar a limpiar el fútbol argentino. Si lo consigue o no, si alguien va preso en serio o la causa se empantana, si el fútbol (y el deporte) consigue arrancarse de la piel la lacra que lo corroe o sigue debatiéndose en la miseria y en la violencia, eso habrá que verlo.
Pero el resultado, en este caso, también es una circunstancia. Una movida como esa, impensable en los ritmos de otros calendarios políticos, lleva en sí misma, implícita, el coraje y la determinación que cualquier atleta precisa esencialmente para ganar. Aunque el terreno, en este caso, no sea una cancha ni una pista, ni una pileta ni un ring, sino la cotidianidad misma de los argentinos que quieren al deporte.