ESPECTáCULOS › “EL RETORNO DEL REY”, EL CAPITULO FINAL DE “EL SEÑOR DE LOS ANILLOS”

Mágica despedida de la Tierra Media

En un año en el que se vieron algunas de las peores películas del Hollywood industrial en mucho tiempo, el film de Peter Jackson es un auténtico huracán que devuelve la confianza en el poder narrativo del cine.

 Por Martín Pérez

Unas semanas atrás, en un reportaje concedido a este diario, el director estadounidense Joe Dante explicaba la razón por la cual había rodado tan pocas películas durante la década del noventa. “No entiendo por qué uno debería hacer una película que no iría a ver”, argumentaba el director de Gremlins, y su confesión sirve para comenzar a atisbar la verdadera proeza lograda por el neocelandés Peter Jackson con su monumental proyecto de adaptar la obra magna de J. R. R. Tolkien al cine. Porque, a contramano de los deseos y necesidades de los dueños del negocio del paupérrimo cine de masas contemporáneo, Jackson acaba de terminar –con el estreno de El retorno del Rey, tercera y última parte de El Señor de los Anillos– una película que, antes que nada, él mismo querría ver. Y, con él, millones de fanáticos más de una de las grandes obras de la literatura fantástica del siglo veinte.
Mientras los dueños del dinero antes que películas sólo buscan máquinas de hacer más dinero, horas de metraje tan preocupadas por convencer a todos que no convencen a ninguno y largas publicidades que sólo entusiasmen antes de verlas sin que importe cuán rápidamente pasen al olvido, Jackson ha completado un trabajo de diez horas que pasará a la historia del cine tal vez como la última gran película clásica. Un homenaje a la pasión y la fidelidad al mismo tiempo, tanto por una obra como por un medio y cuya búsqueda es la de intentar compartir con la mayor cantidad de gente un conocimiento (y una historia), pero sin bastardearlo en pos de una unanimidad imposible. Por eso es que es entendible –y hasta celebrable– que, aún a pesar de su fenomenal éxito, El Señor de los Anillos sea un culto cinematográfico con numerosos no creyentes. Porque otra de las cosas que Jackson demuestra con su trabajo es que el entretenimiento y lo popular no necesariamente deben vincularse a un producto demagógico hasta la estupidez y la traición. Allí está su obra, llena de suficiente inteligencia narrativa, apasionamiento cinematográfico y promesas cumplidas como para avalar semejante lucidez, no sólo artística sino también económicamente.
Antes que un fenomenal negocio y un asfixiante fenómeno de masas, la adaptación de El Señor de los Anillos firmada por Jackson es una película cuidadosa, apasionante y generosa, cuya última parte se desarrolla sin contemplaciones para quienes no hayan visto las anteriores entregas. Para eso están, después de todo, los correspondientes videos y DVD. Tal como había sucedido en la anterior entrega, su único prólogo es narrativo antes que explicativo, y mira hacia adelante en la historia. Aquel sueño de Frodo con la caída de Gandalf en las Minas de Moria con la que abría Las Dos Torres deviene aquí en el repaso de cómo el destino del inocente pescador Sméagol se cruzó con el Unico –el anillo para dominarlos a todos que Frodo y sus amigos decidieron destruir antes que lo encuentre elmalévolo Señor del título, Sauron–, y cómo su poder maligno fue carcomiendo su voluntad hasta transformarlo en una criatura como Gollum. Un peso que también sentirá Frodo, el pequeño hobbit responsable de cargar con el peligroso anillo hasta el corazón de Mordor, el reino de Sauron, para destruirlo bajo las narices de su creador, allí donde fue forjado.
Mientras Frodo, acompañado por el fiel Sam y guiado por el traicionero Gollum, se interna en las tierras del enemigo, el resto de los integrantes de la Comunidad del Anillo –con Gandalf y Aragorn a la cabeza– presentarán batalla en lo que es básicamente una guerra para terminar con un arma de destrucción masiva. Multiplicando las maravillas entregadas en las anteriores películas de la saga, El retorno del Rey pone ante los ojos de fanáticos y no tanto toda clase de golosinas visuales, pero acompañadas siempre de un sustento. Los elogios que había despertado el épico asedio final de Las Dos Torres deberían multiplicarse a la hora de hablar de la gran batalla de esta última parte, que funciona siempre narrativamente y no sólo como sucesión de galopes y mandobles. Pero las maravillas no se terminan allí: El retorno... presenta también el ataque de la más terrorífica araña que dio el cine de acción moderno, y toda clase de momentos de magia cinematográfica. Que van desde la acción para el aplauso de Legolas atacando solo a un Olifante hasta la deslumbrante contemplación de Frodo atrapado en un capullo que podría ser mortal.
Obra ambiciosa, fascinante y memorable por donde se la mire, si en su primera entrega Jackson decidió tomarse todo el tiempo necesario para hacer ingresar al espectador en la lógica del mundo donde se desarrolla su saga, no iba a dejar de hacer lo mismo a la hora de la despedida. Los múltiples finales de El retorno... seguramente incomodarán a quienes miren desde afuera el mundo de Tierra Media, que además se escandalizarían si algún fanático les confesara que, después de casi tres horas y media de metraje, para ellos hacía falta por lo menos media hora más. Algo que cualquier conocedor del libro original constataría sin problemas. Y también Christopher Lee, que no concurrió al estreno mundial del film cuando se enteró que sus escenas como Saruman –que se las extraña– habían quedado fuera del corte final (pero es de esperar que aparezcan en la futura edición en video y DVD).
Al leer las críticas de la prensa estadounidense, no sorprende el descubrir que las quejas por la ausencia de Lee están sustentadas en la necesidad de que el mal tenga un rostro. Una necesidad imperiosa incluso para la política exterior norteamericana, a la que muchas de esas críticas también insisten en vincular al film, asimilando esa civilización occidental que pretenden defender con la Comunidad del Anillo. En su reciente paso por Buenos Aires, Viggo Mortensen –el actor que encarna a Aragorn, el rey que regresa a Gondor– recordó que si hay que comparar el poder estadounidense con el de algún protagonista del film, éste sería el del malvado Sauron, cuyos ejércitos multiplican en número y asedian siempre a sus enemigos.
A la hora de buscar paralelismos, sin embargo, El Señor de los Anillos –por todo lo escrito anteriormente– si debe remitir a algo tal vez se refiera al estado del cine industrial contemporáneo. Allí está ese inhumano ojo sin párpados, observándolo todo y seduciendo a quien pueda mirar a los ojos, señor de los anillos y también del dinero. Y la gran batalla de su era, de la que habla el film de Jackson, bien podría ser una en defensa del cine de verdad. En esas sucesivas batallas, mientras todos sus posibles adversarios fueron cayendo a su alrededor –habría que pensar aquí en la saga de Harry Potter, o incluso en la decepción final de Matrix– la importancia de El Señor... ha ido creciendo, hasta hacerse realmente imponente. Como cierre de un año en el que tal vez se hayan visto las peores películas del Hollywood industrial en mucho tiempo, el cine de Jackson antes que un soplo de aire fresco es de desear que sea un auténtico huracán, que permita que los directores vuelvan a filmar sólo películas que ellos quieran ver. Y nosotros también.

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Una vez más, Viggo Mortensen es Aragorn, el rey que ahora regresa a sangre y fuego a Gondor.
 
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