DEPORTES › OPINION
La mano tramposa de Dios
Por Pablo Vignone
A los que defendemos la idea del juego honesto, el principio de que ganar no es lo único que importa, el concepto de que los medios son tan importantes como el fin, la confesión a medias de Diego Maradona sobre el primer gol a los ingleses en el Mundial de 1986 nos genera, indudablemente, cierta contradicción.
No hay que sorprenderse por el anuncio: Maradona ya había confesado la autoría trucha del gol. Pero en su programa, el lunes, admitió el costado “tramposo” del asunto. Por primera vez admitió que quiso “hacerlo con la mano”.
Uno venía ensayando diversas teorías para aceptar la factura de un gol a todos luces ilícito pero bello en la medida que fue improvisado, movido por la picardía del instante, por la velocidad mental que se festeja en el fútbol. De última, se tendía a creer, casi que con místico fervor, que el segundo gol, el más fantástico de la historia de los mundiales televisados, borraba las huellas delictuosas del primero.
No es fácil hablar hoy de un partido jugado casi dos décadas atrás, y en circunstancias que no se tienen tan presentes actualmente, como que era el primer partido contra los ingleses después de Malvinas –y fue el partido que le dio sentido moderno al concepto de clásico a los enfrentamientos entre la Argentina e Inglaterra– y, por supuesto, los mundiales son terreno fértil y propicio para mezclar el fútbol con cualquier otro tópico, incluida la política.
Eticamente insostenible, el gol de la Mano de Dios se sostuvo en el imaginario como una maniobra espontánea, el fruto más inspirado del genio del fútbol. Pero así, puesto en este plano, nada diferencia a semejante gol del episodio del bidón de Branco, ocurrido cuatro años después, inserto también en la matriz del mismo proceso, que arrancó en 1983 y terminó en 1990, pero cuyas raíces se remontan a los últimos años de la década del ’60. Y eso es lo que transforma al gol una situación incómoda. Porque esa matriz está reñida con el concepto honesto del juego.
Una semana antes, después de asegurarle (inexplicablemente) a Pelé que los problemas entre ambos habían sido generados por los periodistas, Maradona se despegó del bidón. Y es cierto que fue él mismo, con sus recientes comentarios en público, quien lo puso de regreso sobre el tapete. “Yo nunca necesité dormir a nadie para ganar un partido”, le dijo a Pelé, y el que se indignó en primer término por la acusación contra el periodismo, en este caso, en el de la última afirmación, le creyó.
Ahora, no está tan seguro, aunque parezca ridículo, porque en el fondo siga soñando con que aquel gol con la mano goza de disculpa divina.