Jueves, 4 de septiembre de 2008 | Hoy
DEPORTES › OPINIóN
Por Daniel Guiñazú
A partir de las últimas actuaciones de la Selección mayor dirigida por Alfio Basile y de la consagración olímpica y dorada en Beijing de la Selección Sub-23 dirigida por Sergio Batista, algunos pícaros que pululan por el ambiente futbolero (y que en ciertos casos tienen portación libre de micrófono y cámara) han creído oportuno, en esta semana previa a las Eliminatorias, plantear una polémica sin pies ni cabeza. Concretamente, andan diciendo por ahí que mientras Basile se adscribe a la línea de los librepensadores que dejan su suerte (y la de su equipo) entregadas a lo bien o mal que se levanten los jugadores el día del partido, Batista está parado en el extremo opuesto, el del rigor táctico y la obsesión por la riqueza de los movimientos colectivos. Es más: hasta se atreven a ponerlo como el último pasajero de los postulados de Carlos Bilardo.
Suponer que Batista es la continuación del bilardismo por otros medios, significa desconocer lisa y llanamente su historia personal y futbolística. Es cierto que en China, arriesgó algunas decisiones que marcaron diferencias. Pero de ninguna manera alcanzan para afirmar que la Selección mayor y la Sub-23 tienen una idea de juego tan dispar. Más allá de que Riquelme y Messi arrancaron desde más atrás algunas veces, y que el esquema inicial se alejó del 4-3-1-2 que habitualmente arma Basile, para arrimarse a un 4-2-2-2, hay coincidencias de fondo entre este equipo que se prepara para enfrentarse con los paraguayos y los peruanos, y aquel que hace 10 días se colgó la medalla dorada en el Lejano Oriente.
No son pocos ni menores esos puntos de contacto: la elección de los jugadores a partir de su riqueza técnica y no de la sujeción a esquemas predeterminados, el control de la pelota como principio básico y el toque como fundamento del juego sitúan a Batista más cerca de Basile que de cualquier otro entrenador. Es posible que en algunos temas, uno y otro piensen distinto. Hay diferencias de edad y de estilos, y ha quedado claro desde el principio que Batista no pertenece al círculo más cercano a Basile, y que dirigió en China por decisión personal de Julio Grondona y no por sugerencia del técnico del seleccionado mayor.
Pero de ahí a imaginar que en cuestiones de gustos futboleros son algo así como el agua y el aceite, o que Batista es el heredero de Bilardo sólo porque fue campeón en México ’86, hay un trecho enorme. El mismo que divide a los que piensan honestamente las cosas del fútbol, de los que, por pereza intelectual o segundas intenciones, suelen hacer asociaciones demasiado fáciles, demasiado tiradas de los pelos.
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