Jueves, 4 de septiembre de 2008 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por José Natanson
La vuelta de Aerolíneas al Estado fue posible, más allá de la voluntad del Gobierno y los legisladores oficialistas, porque conecta con tendencias históricas profundas. Los politólogos todavía no lo han construido, pero si hubiera un, digamos, Indice de Cercanía con el Estado, seguramente la sociedad argentina ocuparía hoy, junto a la de Uruguay y Costa Rica, los primeros lugares del ranking latinoamericano.
Esto, que puede parecer insólito en la patria de Menem y Cavallo, tiene en verdad una explicación de largo plazo. En “El Estado democrático en América Latina” (Revista Nueva Sociedad Nº 210), Oscar Oszlak sostiene que los Estados latinoamericanos surgieron en contextos coloniales que todavía no habían construido las instituciones básicas que conforman una sociedad nacional: relaciones de producción, una estructura de clases cristalizada, circuitos comerciales y, desde luego, un sentimiento de nacionalidad.
Esto es particularmente cierto para la Argentina, cuyas distancias oceánicas sólo pudieron ser salvadas cuando el Estado decidió hacerlo. Y donde –como en Estados Unidos hasta la conquista del Oeste– buena parte del territorio se encontraba prácticamente desierto, hasta que la generación del 80 decidió ocuparlo a sangre y fuego.
Esta fuerte presencia del Estado en la subjetividad colectiva dio un nuevo salto con dos movimientos históricos: las corrientes migratorias europeas que llegaron a comienzos de siglo XX y que se integraron a una sociedad ya construida, con un Estado incipiente pero en funcionamiento, de una manera asombrosamente rápida y pacífica, sólo comparable a como lo hicieron en Estados Unidos. Y, décadas después, el peronismo, que incorporó a los sectores populares excluidos, primero social y después políticamente. Con Perón, el círculo de identificación de las masas con el Estado terminó de cerrarse.
El resultado fue una sociedad que mantiene una relación de amor y odio con el Estado, pero que nunca ha dejado de ser intensa. De hecho, el giro neoliberal de los ’90 puede leerse como una consecuencia del profundo desencanto –verdadero shock emocional– que dejó el penoso agotamiento del modelo estadocéntrico de las décadas anteriores. Su dramático final fue la hiperinflación: si se piensa bien, nada más decepcionante que un Estado que ni siquiera logra garantizar su misión básica de asegurar el valor de la moneda.
La recuperación de Aerolíneas puede, entonces, ponerse en esta perspectiva más amplia. Superado el primer paso, el desafío de manejar una empresa de estas características es tal que ahora habría que comenzar a rogar para que, además del retorno de la compañía, el Estado comience a construir un Estado capaz de gestionarla. Por eso, la votación de ayer no debería ser vista como un episodio de una gesta bolivariana que no existe ni existirá nunca en un país conosureño, sino como la única solución posible dadas las circunstancias. Y como una muestra más de la especial relación de la sociedad argentina con el Estado.
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