Sábado, 3 de octubre de 2009 | Hoy
DEPORTES › OPINIóN
Por José Natanson
Brasil ocupa el 47 por ciento de la superficie de Sudamérica, tiene la mitad de su población y un PBI de casi ochocientos mil millones de dólares (el décimo del mundo), lo que implica la mitad del sudamericano y cuatro veces el de Argentina, cinco veces el de Venezuela, siete el de Chile y ochenta veces el de Bolivia. Sólo el estado de San Pablo supera en poderío económico a toda la Argentina y sólo Petrobras equivale al PBI total de Bolivia.
Brasil no sólo exporta materias primas, sino también productos industrializados de alto valor agregado, autos y aviones (Embraer es la fábrica de aviones pequeños más importante del mundo). Tiene dos centrales nucleares, fuerzas armadas con trescientos cincuenta mil efectivos y la reserva de agua dulce más importante del planeta. Tras los últimos hallazgos petroleros, está cerca de convertirse en una potencia hidrocarburífera de primer orden.
El formidable impulso económico y político logrado por Brasil en los últimos años es parte de una tendencia mundial, cuya explicación los economistas del desarrollo siguen buscando, hacia el despegue de los países-continente. Son países que cooperan entre sí: Brasil está construyendo dos satélites artificiales con China (primer caso de cooperación espacial entre naciones del Sur); Brasil, cuyo sistema de salud es notablemente avanzado para su nivel de desarrollo, asiste a Sudáfrica en la fabricación de medicamentos genéricos contra el sida (que en ese país alcanza tasas muy elevadas); y además firmó un convenio de asistencia nuclear con fines pacíficos con Rusia, que hace punta en este tema.
La creciente importancia de lo que los internacionalistas definen como “potencias intermedias” se refleja en la formación de ámbitos informales y flexibles, como el grupo BRIC (que reúne a Brasil, Rusia, India y China) y el IBSA (India, Brasil y Sudáfrica). Sus diferencias son importantes: Brasil e India, por ejemplo, buscan un sitio permanente en el Consejo de Seguridad, China y Rusia ya lo tienen; Brasil no cuenta con armas nucleares, los demás sí; la relación con Estados Unidos es tensa en el caso de Rusia, buena en el de Sudáfrica y razonable en el de Brasil; etc. Pero lo central es la voluntad de ganar peso en la escena internacional y adquirir mayor protagonismo en los organismos multilaterales. El cambio del G-8 al G-20 y las iniciativas de transformar el FMI o la OMC son señales en este sentido.
La elección de Río de Janeiro como sede de los Juegos Olímpicos del 2016 es especialmente relevante si se considera que en 2008 los Juegos fueron también en Sur, en Beijing. Las decisiones del Comité Olímpico son difíciles y admiten consideraciones deportivas, infraestructurales, turísticas. Entre todas ellas, el aspecto geopolítico –Río 2016 como señal de un mundo inevitablemente multipolar– no debería dejar de tenerse en cuenta.
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