Miércoles, 25 de julio de 2007 | Hoy
DEPORTES › OPINION
Por Diego Bonadeo
1972. Desde Rosario hasta el Aeropuerto de Ezeiza en un Citroën 2 CV por la Ruta 9. Los remos asoman por las ventanillas. Faltaba solamente que el bote llegara amarrado al techo del auto. Es el año de los Juegos Olímpicos de Munich y quien viaja junto a los remos desde Rosario hasta Alemania, vía Ezeiza, es Alberto Demiddi.
Pocos días después no alcanzará, por poco y en el single scull, lo que veinte años antes ganaron Tranquilo Capozzo y Eduardo Guerrero en Helsinki, pero en el doble par: la medalla dorada.
Demiddi fue segundo en la prueba que, desde alrededor de las 4 de la mañana y con cuatro o cinco repeticiones durante el día, fue emitida en directo por el viejo Canal 7, todavía en blanco y negro. Fue aquella madrugada argentina, mañana alemana, en la que, entre otras cosas, José María Muñoz comentaba que la pista de remo estaba mojada...
Treinta y cinco años después, pero en Río y en los Panamericanos, el karma de los remeros con la desidia parece una constante. Ya no fueron los remos en el Citroën de 1972. Fue una vez más, y como casi siempre en Olímpicos y Panamericanos, el tema de los botes. Que eran pesados, que eran antiguos, que los que podían servir ya estaban alquilados o que los brasileños los escondían. Pero a pesar de todo, y una vez más, esa raza tan especial de deportistas argentinos les ganó medallas a los contratiempos.
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