Lunes, 25 de enero de 2010 | Hoy
DIALOGOS › ARIEL GUIANCE, HISTORIADOR, ESPECIALISTA EN LA EDAD MEDIA
Durante la Edad Media, el infierno ígneo plagado de demonios, el ambiguo purgatorio o el cielo etéreo e intangible parecían ser los inexorables puntos de llegada de nuestras efímeras vidas terrenales. La construcción imaginaria de estos tres lugares, con sus características propias, es uno de los puntos importantes de la época medieval y se deriva de diversos condicionantes históricos que Ariel Guiance intenta determinar.
Por Leonardo Moledo
–Cada vez que hay un corte de calle o que se propone una ley para democratizar los medios de comunicación (o alguna cosa de ese tipo), escucho que la gente se pregunta adónde iremos a parar. Me pareció una buena idea, por eso, hablar con un especialista en estos temas. Precisamente, usted se dedica a estudiar el cielo y el infierno en el Medioevo, que son en última instancia los lugares adonde iremos a parar. ¿No es así?
–Bueno, en general me especialicé en temas vinculados con la historia cultural de la Edad Media española; de hecho, me doctoré con un trabajo sobre la ideología de la muerte en la España medieval. La idea era ver cómo cambiaban las representaciones de la muerte, fundamentalmente en la España medieval. Lo que me interesaba saber, más que qué era lo que se creía sobre la muerte (lo cual no va a poder saberse, porque no tenemos testimonios de los campesinos medievales), era qué es lo que se intentaba hacer creer acerca de la muerte. Se gestan entonces ciertas ideas que siguen existiendo hasta hoy: por ejemplo, la idea de morir por la patria tiene todo un desarrollo a lo largo de la Edad Media. Se imponían, también, modelos de buena y de mala muerte: el modelo de buena muerte era el santo, el rey, y a partir de allí se elaboraban canónica y jurídicamente los preceptos para un buen morir. Había que estar reconciliado con Dios pero también dejar en orden todos los asuntos temporales. Se fueron forjando, por lo tanto, estrategias para formular un discurso e imponer una conducta que se consideraba apropiada. La tradición escatológica y las creencias sobre el más allá, sobre el cielo y el infierno, son un poco lo mismo, dado que están en conexión directa con la realidad terrena de ese momento y de ese lugar.
–A ver... ¿cómo es eso?
–Le pongo un ejemplo. Nosotros estamos acostumbrados a imaginar el infierno con el fuego, y los castigos, pero eso en la Edad Media no era así en todas partes. Hay leyendas en Polonia donde el infierno no estaba en conexión con el fuego sino que era un lugar extraordinariamente frío, donde en lugar de aplicar castigos con hierros al rojo vivo, se aplicaban castigos sumergiendo a los castigados en calderos de agua helada...
–Bueno, en el infierno de Dante el último círculo es...
–Una mezcla de elementos, efectivamente. Pero en general todos responden a condicionantes sociales. Yo no trato de investigar simplemente lo que se creía, sino de determinar cómo cambian las creencias acerca del más allá a partir de los cambios de la realidad terrena.
–¿Por ejemplo?
–Un tema muy discutido fue el tema de la creación del purgatorio.
–¿Cuándo se crea el purgatorio?
–En el año 1981 aparece un libro de un famoso medievalista donde se trataba de demostrar que el purgatorio nació en Europa hacia fines del siglo XII o principios del siglo XIII. La idea es que antes de ese momento no había una construcción del purgatorio sino que había una separación exclusiva en una estructura binaria. Estaba el infierno en un lado y el cielo en otro... Nosotros tratamos de estudiar los condicionantes históricos de estas construcciones.
–¿Y cuál es el condicionante histórico que hace aparecer el purgatorio?
–Este medievalista francés que le comentaba proponía que, en primer lugar, las sociedades tienden a elaborar teóricamente estructuras ternarias y, aparte, del hecho de que había sectores sociales que pretendían tener alguna esperanza de salvación en el más allá. Lo cual se vincula directamente con el desarrollo de la burguesía, la aparición de ese tercer sector social que de alguna forma estaba castigado ya desde este mundo por su actividad.
–La usura...
–Efectivamente, el problema importante no era tanto la burguesía en sí misma sino la usura. La Iglesia medieval prohíbe prestar a interés, porque se considera que uno gana dinero con un bien que en realidad le pertenece a Dios, que es el tiempo. Uno gana dinero en base a hacer préstamos a cierto plazo, con lo cual está consiguiendo su ganancia en base al tiempo (que es divino). De ahí viene la condena a la usura. Por otra parte, la Edad Media es una época que tendió a cohesionar marcos sociales, con lo cual todo aquel que se escapara de ese marco social y apuntara a un individualismo o a un de-sarrollo personal de su propio ser, era mal visto. Se entiende por lo tanto que estos sectores intentaran encontrar en el más allá un lugar donde conservaran sus esperanzas de salvación. Con esto no todo el mundo está de acuerdo. Hay otras tesis que refutaron esta idea y que sugirieron que, en verdad, la idea del purgatorio está desde mucho antes.
–¿Y usted está de acuerdo?
–No, lo cuestioné y lo sigo cuestionando. En las fuentes hispanas medievales hay un autor del siglo VII, llamado Julián de Toledo, que habla de penas purgatorias y de fuego purgatorio por los que uno debía pasar de acuerdo con los pecados que hubiera cometido. Acá lo que se discute es si, aun existiendo estas penas purgatorias, había un lugar específico en el más allá donde se llevaban a cabo. Algunos entienden que la existencia de estas penas ya presupone la tripartición y otros creen que no, que hay que esperar para ver esa auténtica tripartición.
–El cielo quedaba más allá de la última esfera. El infierno, en el centro de la Tierra. ¿Y dónde quedaba el purgatorio?
–Ahí tiene mucho influjo toda la reflexión agustiniana al respecto, que dice que existe un purgatorio terrestre (donde uno empieza a purgar sus pecados...)
–Eso es casi protestantismo...
–Efectivamente, después los protestantes tomaron mucho de esto. Hay que tener en cuenta que para la tradición medieval no había un solo infierno sino dos infiernos: el superior y el inferior. Uno estaba sobre esta tierra y el otro en el mundo bajo esta tierra. El purgatorio se relaciona con este infierno superior. Hay dos paraísos y dos infiernos.
–¿Y qué diferencias hay entre uno y otro? ¿Quiénes van a cada cual?
–El infierno es el lugar del castigo por excelencia. Lo de los dos infiernos se retoma en base a un pasaje bíblico, desarrollado específicamente por Gregorio Magno. Lo que hace él es tratar de parangonarlo con los dos paraísos: el paraíso terrenal y el paraíso celestial. El terrenal es el Edén, cuya localización física en general era en el Oriente. Se considera que es un lugar en desuso desde la expulsión de Adán: ahí vivieron Adán y Eva, pero desde entonces no va nadie.
–Qué desaprovechamiento espantoso de tierras fiscales, ¿no?
–De tierras del Señor, en realidad. Después está el paraíso celestial, que está mejor aprovechado porque allí van todas las almas de los justos. Como había dos paraísos, y dado que el pensamiento de Dios es justo por donde se lo mire, tenía que haber dos infiernos. De ahí la instancia dual del infierno superior y el inferior.
–¿Y qué diferencia hay?
–En realidad, son lo mismo. El infierno es el lugar de los castigos. La diferencia que tienen es que, según algunos, el infierno superior (que está sobre la tierra) es el lugar donde se producen los castigos temporales (la esencia del purgatorio), de lo cual se infiere un enlace entre infierno superior y purgatorio. El infierno inferior es el lugar adonde van los castigados totales, que no tienen ninguna posibilidad de salvación.
–Hasta el juicio final...
–Claro. El purgatorio, lo dice Julián de Toledo, también va a durar hasta el día del juicio final.
–Entonces es lo mismo: si tanto el infierno como el purgatorio son hasta el juicio final, no tiene sentido comprar años y ese tipo de cosas que se hicieron después.
–Lo que ocurre es que los que están condenados al infierno, independientemente del juicio final, ya están condenados. Su situación no va a cambiar en absoluto. En cambio, los que están condenados al purgatorio pueden cambiar por completo su situación en el juicio final y acceder al paraíso.
–¿Cuándo se consolida el purgatorio?
–En el siglo XIII, definitivamente. Todavía hay dudas sobre su ubicación, no se sabe si está en lo más bajo del cielo o en lo más alto del infierno. Quien termina de darle las notas distintivas es Dante, que lo pone como una instancia inferior del paraíso. Se entiende que los que están ahí en algún momento saldrán. Toda esta cuestión del cielo superior, inferior, del infierno superior, etc., tiene que ver con una simbología de lo alto y de lo bajo que está muy presente en el mundo medieval: todo lo alto es positivo y todo lo bajo es negativo. Por eso cuando uno ve mapamundis medievales siempre se va a encontrar con el Edén en el norte.
–Este tema del cielo y del infierno me tiene angustiado... Me gustaría saber adónde me corresponderá ir.
–Eso yo no se lo puedo asegurar.
–Yo sospecho que tengo un lugar asegurado en el infierno, aunque por ahí tengo esperanzas de ir al purgatorio.
–La esperanza, la esperanza. Lo interesante de todo esto es que se saca mucha información de un género literario que tuvo gran vigencia en la Edad Media, que son las historias de viajes al más allá.
–¿Estilo Víctor Sueiro, por ejemplo?
–Bueno, tenían justificaciones históricas que creo que Sueiro no tenía. En una época donde la mayoría de la gente era iletrada, era mucho más fácil hacer anclar un discurso contando la historia de alguien que había viajado al más allá que desarrollando una construcción doctrinal elaboradísima a la cual accedía solamente una elite. Hasta el siglo XIII, por lo tanto, hay un género literario riquísimo que son las historias de viajes al más allá. Hay un personaje que en sueños, o inmediatamente después de su muerte, ve estas cuestiones, vuelve y relata su experiencia.
–De alguna manera la Divina Comedia es eso.
–Pero tiene un carácter simbólico más erudito. En el siglo XIII este género, que es en realidad una combinación de erudición con registro popular, cae. Y cae por una razón bastante clara: a partir del siglo XIII la Iglesia pierde el monopolio de la palabra escrita. Se vuelve muy peligroso que alguien relatara por su cuenta una historia de viaje al más allá que terminara por formular un discurso doctrinal que pudiera oponerse a la doctrina de la Iglesia...
–¿Y por qué pierde el monopolio?
–Bueno, por muchas razones. Es la época del surgimiento de las universidades, la difusión de la escritura. Lo que hace la Iglesia, por lo tanto, es recurrir a estas historias del más allá pero con una carga simbólica mucho mayor: tal es el caso de la Divina Comedia. Es la misma época en que la Iglesia desarrolla el proceso de canonización. En la Alta Edad Media los santos eran tales por reconocimiento social. A partir del siglo XIII la Iglesia debe cerrarse a esta posibilidad, porque puede haber un personaje reconocido popularmente como santo que a la Iglesia no le convenga que sea santo.
–¿Cuál es la diferencia entre los santos, las vírgenes y la multiplicidad de dioses antigua? ¿Qué diferencia hay entre la persona que es devota de la virgen de Luján y el ciudadano ateniense que era devoto de Atenea?
–Tanto en el caso de la virgen como en el caso de los santos, se entiende que no tienen autonomía para manifestar el poder divino. Interceden por los seres humanos ante Dios: no son agentes autónomos, no tienen la capacidad que podía llegar a tener un dios antiguo.
–De todas maneras, los dioses antiguos también le piden cosas a Zeus.
–Es que la intercesión es un fenómeno común, y tiene su explicación histórica. Los primeros santos reconocidos por el cristianismo están vinculados al modelo del santo patronus (es decir, el que pide por uno) y eso está directamente relacionado con la figura del patronato antiguo, es decir, el señor que tenía a sus dependientes, a quienes protegía y por quienes intercedía ante las instancias gubernamentales. Se traslada, por lo tanto, el modelo de dependencia que tenían con su señor temporal a un señor espiritual.
–Lo que no veo es cómo se conjuga esta interpelación ante algo que no es una persona concreta (dios), ni a dónde van a apelar.
–Bueno, hay relatos de la Edad Media donde Dios está presente en persona (como está presente el diablo en la Divina Comedia). Es un ser extremadamente hermoso, que irradia una luz impresionante, más alto que todos los demás, rodeado por todos los apóstoles...
–Es que en la Biblia, incluso, dios tiene una cierta materialidad. Sale a caminar por el jardín del Edén, por ejemplo. Después desde la Iglesia se le borra todo vestigio material.
–Claro, y en eso influye mucho toda la tradición neoplatónica. Hay que tener en cuenta que todas las elaboraciones del más allá fueron hechas por hombres de la Iglesia que pensaban que lo más importante era adorar a Dios. En los relatos de viajes al más allá, por lo tanto, el paraíso es un lugar de contemplación perfecta: ahí nadie se roza, nadie se toca, nadie trabaja con las manos.
–Es un plomo eso...
–Puede ser. En cambio en el infierno, los diablos apresan, pellizcan, trabajan con las manos. Ahí se ven muy bien las ideas de quienes formularon esos relatos.
–Vuelvo al purgatorio, porque, en el mejor de los casos, creo que voy a ir ahí. Dante lo describe como algo muy material. ¿Así se veía?
–Sí, claro. Tanto en el infierno como en el purgatorio actúa un principio llamado “adecuación metonímica de la falta”, que consiste en que uno va a ser castigado por la parte del cuerpo que ha cometido el pecado: los blasfemos, por ejemplo, están colgados de la lengua. Lo que distingue al purgatorio es que ese castigo es temporal.
–¿Y hay alguna posibilidad de salir del infierno?
–No, el infierno sí es irreversible.
–¿No hay ningún trámite que se pueda hacer?
–La Iglesia medieval no reconoce ninguno. En el infierno están los malvados, los que verdaderamente no tienen ninguna posibilidad de salvación.
–¿Usted adónde va a ir?
–Yo tengo la esperanza de ir al purgatorio, que es temporal. En última instancia la temporalidad siempre da una cierta esperanza: uno sabe que va a estar allí un tiempo acotado, y eso implica la idea de que va a haber un cierto progreso. Y el hombre, al fin y al cabo, vive de progresar. Veremos, de cualquier manera, qué es lo que define la corte celestial el día que me toque.
–Y dígame, ya que usted es especialista en estas cuestiones, ¿no me podría conseguir algún contacto, yo qué sé, un arcángel que tenga poder burocrático?
–Bueno, vamos a ver, aunque lo dudo... la burocracia celestial es muy rígida... aunque lo que sí le aconsejo es que no escriba más Dios con minúscula.
–Mi Dios, fue sin querer.
Informe: Nicolás Olszevicki.
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