Lunes, 7 de agosto de 2006 | Hoy
DIALOGOS › EL HISTORIADOR MARK HEALEY ANALIZA EL SIGNIFICADO POLITICO DEL TERREMOTO DE SAN JUAN
Vivió de chico tres años en la Argentina, durante la dictadura. Estudió arquitectura en su país, Estados Unidos. Ya graduado, se interesó en el cruce entre su disciplina y los fenómenos históricos. Se especializó en el terremoto de San Juan, seguramente es el mayor conocedor del tema y está por publicar un libro. Healey construye a partir de ese hecho social un microcosmos que sirve para explicar el peronismo, el surgimiento del estado benefactor, la oposición, ciertas lógicas de la sociedad argentina. Prejuiciosos, abstenerse.
Por Mario Wainfeld
–¿Cómo llegó a interesarse en el terremoto de San Juan?
–Empecé estudiando cine y peronismo, un temazo. Estaba mirando Sucesos Argentinos y me encontré con eso. Un terremoto sucedido en enero de 1944 con 10 mil muertos, no es poca cosa. Bueno, parece que tampoco fueron 10 mil, según corroboré después, pero fueron miles y hubo una ciudad absolutamente destruida. Gente desparramada por todo el país, una serie de iniciativas del estado de bienestar peronista, miles de huérfanos. Las casas de emergencia que se hicieron en San Juan fueron el primer intento a escala masiva de construcción de viviendas por el Estado. También fue el primer intento, no del todo exitoso, de hacer viviendas prefabricadas. Las hicieron con una chapa tipo fibrocemento. Se puso a prueba un Estado que, medio torpemente y entre las ruinas, intentó responder a la situación. Dediqué años a estudiarlo, el año que viene publico un libro.
–El hecho es fundacional en muchos sentidos. Perón y Evita se conocieron en un acto destinado a colectar fondos para el terremoto.
–Se conocieron allí, Evita algo le habrá dicho (“gracias por existir” o algo más) y eso fue el comienzo de muchas cosas y muchos mitos.
–Mi padre, que era bastante gorila, coreaba muchos años después una coplita que decía “Perón, Evita/ ¿adónde está la guita/ que San Juan la necesita?”
–Había otra famosa: “¿Adónde están/ adónde están/ los dineros/ de San Juan?” La cantaron en la Marcha de la Libertad y formó parte de la campaña electoral.
–Realmente, ¿se “llevaron” la plata?
–Es una cosa complicada. Por un lado hubo una administración muy oscura de ese dinero, por otro el Estado puso muchísima más plata que el de la colecta en San Juan. Pero sí hubo corrupción y también muchas peleas internas.
–¿Cómo se decidió la reconstrucción?
–Hubo una discusión muy interesante entre los que querían relocalizar la ciudad y los que querían reconstruirla en el lugar. Fue una discusión fundacional para el propio peronismo. El proyecto más radical era mover San Juan, para sacarlo de la zona de riesgo. Triunfó el otro proyecto, menos radical pero que produjo igualmente una gran reforma social. San Juan, como Mendoza pero un poquito más y como muchas de las provincias relativamente exitosas dentro del esquema post-generación del ’80, era una provincia muy marcada por el monocultivo, vid y vino. Cualquier proyecto futuro, industrializador, transformador implicaba enfrentarse a un poder local. Esa estructura de poder utilizaba la tierra y la estructura general para mantener su predominio, con mano de obra disponible. Muchos viñedos fueron perjudicados por el terremoto y ellos bregaron por ser compensados y retener la estructura vigente. No lograron todo lo que querían, finalmente la sociedad sanjuanina viró a ser más igualitaria durante el peronismo (como la Argentina en general), pero conservaron lo suyo. El peronismo no supo o no pudo llevar a cabo eso que anunciaba en términos de articular un futuro tan diferente para la provincia. Mantener la ciudad en su lugar benefició a los que eran más poderosos en 1944.
–¿Cuándo se terminó de reconstruir San Juan?
–Es un caso bastante único, fue durante la Libertadora. Aramburu, doce años después, prometió completar esto, lo quiso convertir un símbolo del régimen caído. En eso fue relativamente fiel a su palabra, como no fue en otros casos.
–De cualquier modo, fue una obra pública de una magnitud inusual.
–Aun con las restricciones, en cantidad de dinero fue la segunda obra pública del primer peronismo. La mayor fue la construcción del complejo Ezeiza, el aeropuerto, la ruta, Ciudad Evita.
–¿Qué les impidió hacer mejor las cosas, más allá de la corrupción?
–Estaba naciendo un Estado interventor, fuerte, pero ese Estado es captado por intereses locales y cuestiones cruzadas. Su intervención fue atravesada por divisiones. En este caso, lo que empezó como un gran llamado a la nacionalidad, a ayudar a los hermanos en desgracia se terminó derivando en viáticos a los ferrocarriles, al Ejército con las carpas, a los mercaderes locales por mercaderías requisadas. También hubo dispersión de recursos por la acción descentralizada para beneficiarios particulares muy propia del peronismo: en primas por familias numerosas, becas para estudiantes...
–¿Hubo denuncias por corrupción en la Libertadora?
–Muy pocas. Se investigaron cosas muy menores. Seguramente tiene que ver con que la reconstrucción fue un supernegociado para las clases dirigentes locales, que recuperan protagonismo político con la Libertadora y son los que comandan el final de la reconstrucción.
–La Fundación Eva Perón, ¿intervino mucho en San Juan?
–Algo. De forma algo confusa, muy superpuesta con otras instancias nacionales y provinciales.
–Así funcionaba en general, no era una novedad.
–Así es. La fundación intervino, más adelante, no en la construcción de las viviendas, pero sí en su adjudicación y ahí sí marcó una diferencia. Las primeras viviendas las adjudicó el gobierno provincial. En ese gobierno había mucha gente de fracciones de militancia católica que manejaron el tema. Se crearon distintos barrios, algunos más chicos, mejores y otros más grandes. Si uno mira los diarios, que tiene datos de los adjudicatarios, en los barrios más chicos, mejores dicen “modista, médico, abogado” y los nombres. Unos renglones más abajo, en el mismo diario, se dice que en los barrios más masivos se adjudicó a “jornaleros u obreros” sin más precisiones. O sea, la diferenciación social encontraba la manera de reproducirse en la ayuda social posterior al terremoto. A fines de los ’40 o principios de los ’50, cuando actúa la fundación y cuando el peronismo ya es una cuestión distinta, las casas no se asignan más así. Se asignan casas bien hechas a las familias obreras. La fundación construye también dos escuelas hogar, una para niñas y otra para niños. No funcionaron a la altura de lo que se dijo que se esperaba, pero llegaron igual a ser un hito muy fuerte en términos de política social de la provincia.
–¿Qué pasó con esas colonias durante la Libertadora?
–Lo supe recién hace unos pocos días, encontré un expediente fantástico. Nombraron como interventora a una abogada, antiperonista ella. Se dedicó a convertir la colonia hogar femenina en una agencia de formación y colocación de empleadas domésticas. Su ideario era sacar a esas chicas para que trabajaran en casas de familia, de gente como ella o sus amigas.
–Todo muy interesante, pero, ¿por qué hay un expediente?
–Porque hubo protestas de las visitadoras sociales que trabajaban en la colonia. Las visitadoras eran profesionales, que habían ganado su puesto antes del ’55, pero que tenían serias tensiones con el peronismo. Pero no aceptaron el giro impuesto por la interventora e hicieron largas denuncias en las que decían que eso contradecía “los fines democráticos de la Revolución Libertadora”. Al mismo tiempo, las niñas se reunían en el patio y gritaban “queremos que vuelva Perón” (ríe). San Juan vivió la experiencia peronista como el resto del país, a su manera, en medio de las ruinas.
–En trabajos previos, usted cuenta que la existencia de mil huérfanos influyó en la legislación de familia dictada en la primera presidencia de Perón, que fue un avance modernizador bastante importante...
–Además de los huérfanos, que eran muchísimos, hubo gran dispersión de familias a causa del terremoto. Hubo chicos evacuados que fueron separadosde su familia en medio de la emergencia y nunca volvieron a encontrarse. Fue un hecho social que dramatizó para la Nación una cuestión que se venía dando en otra escala todos los días, que era la necesidad de una estructura legal para el orfanato, las adopciones, la patria potestad. Cuando se modificó por ley dos años después, San Juan fue el ejemplo, el catalizador que tomaron la mayoría de los legisladores.
–Cuando se habla de la colecta, viene a la mente una comparación anacrónica, la colecta por Malvinas...
–Seguramente hay correlaciones, cómo una dictadura usufructúa sensaciones de solidaridad para llevarla a otro lado. En la colecta hubo funcionarios que se embolsaron unos pesitos. Se dilapidó la guita y la energía. Son momentos fuertes de reafirmación de ciudadanía y de identidad. Le pesó al peronismo eso, aun en el ’50, ’51 y ’52 sacan publicidad en los diarios diciendo “acá están los dineros de San Juan, los hemos gastado de tal o cual forma”. Pero ése era un punto fuerte de la oposición.
–¿Se anima a un parangón entre el terremoto de San Juan y el Katrina?
–Por un lado, estas situaciones son momentos clave en la definición de la autoridad del Estado o de un gobierno. Sin embargo, la actuación concreta es mucho más compleja que la mera afirmación del poder, que es lo que la gente busca. Una construcción de estado requiere políticas y una burocracia eficiente, subsecretarios que sepan qué hacer. Eso no existía antes del peronismo, se construyó en parte gracias a esto. En el Estado norteamericano esos recursos se habían licuado antes de Katrina. Son momentos de autoridad ejemplar y también de reconfiguración del Estado en un espacio local. Katrina trajo a la luz esas cosas que estaban ocultas porque no queríamos verlas o porque los medios no tenían motivos para ocuparse de ellas, aunque no las podían ignorar. Algo de eso reveló el terremoto de San Juan, el fin de la Década Infame. Otro paralelo es que los dos gobiernos nacionales no pudieron manejar eso a un punto muy provechoso. Lo de Katrina es más bochornoso, ahora gastan dinero a mansalva para reconstruir oligarquías locales. Lo cierto es que fue un momento de abrupta caída de la imagen de Bush, también entre su propia gente. Le doy otro ejemplo, comentado hace poco en el New York Times: la reconstrucción posterior al tsunami contó con todos los recursos imaginables y un notable discurso participativo e integrador, pero fue un desastre. Da la impresión de que cometieron todos los errores del Estado argentino 60 años antes.
–¿Qué pasaba en San Juan en términos políticos, antes de 1944?
–San Juan, como Mendoza, había vivido una experiencia populista muy exitosa, con los Cantoni. Federico Cantoni estaba fuera del poder hacía diez años. El peronismo debía lidiar con la figura de Cantoni y captar su gente. Por eso, el peronismo se formó con los dirigentes anticantonistas, que se plegaron al movimiento nacional para resguardar lo suyo.
–¿Cómo le fue a Perón en sus primeras elecciones en San Juan?
–¡Le fue mal! Cantoni, a último momento, rompió con Perón porque éste no le dejó poner sus candidatos y eligió gente más propia. Eran dos empleados de la Secretaría de Trabajo y Previsión que fueron para gobernador y vice, el cantonismo se abrió. Los peronistas se quedaron con la gobernación porque fueron primera minoría, pero la Unión Democrática (a la que se pasó el bloquismo de Cantoni) ganó en las elecciones para presidente. Si Perón conservaba a Cantoni, hubiera ganado con el 70 por ciento de los votos. Eso prueba cuánto influyen esas realidades locales en los proyectos nacionales y creo que también incidió en el descuido posterior que hubo en la reconstrucción de San Juan. El peronismo era también así, cuando se proponía un gran proyecto y andaba... tiraban todo. Pero si se complicaba, requería manejos sutiles... iban a los tumbos.
–¿Hubo algún saldo político ulterior al terremoto?
–Aunque parezca mentira, en promedio se logró una mayor estabilidad. A partir de ahí el conservadorismo popular local, el bloquismo, pudo gobernar San Juan. El gobernador peronista que ganó en 1946 fue el primero en terminar un mandato desde el siglo XIX. San Juan venía siendo un caso extremo de ingobernabilidad, en parte por la fuerza extrema que tenía el cantonismo que enfrentaba a Yrigoyen y a los conservadores al mismo tiempo. Pero esos fuertes caudillos locales que no tenían apoyos a nivel nacional no lograban sobrevivir mucho tiempo. Los derrocaron por última vez en 1934, desde entonces hasta el terremoto hubo once gobiernos. A partir del ’44 hubo hechos estabilizadores, de tendencia igualitaria: los recursos que venían del Estado nacional, la organización sindical que fue un contrapeso a los poderes provinciales. Eso lo capitalizó Leopoldo Bravo que erigió un Estado jerárquico, con muchos negociados pero bastante más igualitario que lo que había antes. En San Juan, los años ’60 y aún los ’70 fueron más apaciguados que en el resto del país y que en la propia provincia en los ’20 y ’30. El bloquismo desde el ’45 fue, en general, aliado del peronismo.
–¿Hay mucha literatura en la Argentina acerca del terremoto de San Juan?
–No, casi nada. Ni siquiera a nivel local, en la provincia. Imagino varias razones, la primera es el impacto del drama mismo. Después la sociedad pareció decidir “mirar para adelante” en un sentido muy radical. Hubo un borramiento de todas las señales de identidad y del pasado. Casi no hay monumentos, ni placas recordatorias, ahora hace poco se construyó una llama votiva. Hay placas de autorreferencia en los edificios que construyó el Consejo de reconstrucción del peronismo. Hubo un gran silencio que recién comenzó a resquebrajarse en el ’94, al cumplirse los cincuenta años. A partir de entonces hay muchos trabajos de memoria oral, yo también me dediqué bastante a eso.
–¿Cuántos años le dedicó a este trabajo?
–Me llevó un buen tiempo. Dos años de trabajo de campo y mucha elaboración del material. Lo publicaré el año que viene en Estados Unidos y luego se podrá publicar acá. Tengo que buscar un buen traductor.
–¿Por qué no lo traduce usted?
–He traducido libros del inglés al español, pero éste sería demasiado laburo para mí (risas).
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