DISCOS
Mutter, Masur y una gran versión para un clásico
La violinista, junto a la Filarmónica de Nueva York, le devuelve la conflictividad perdida al Concierto de Ludwig van Beethoven.
Por Diego Fischerman
La pasión por la forma puede, también, ser la pasión por romperla. Ludwig van Beethoven es, en algún sentido, quien consolida las formas que la historia identificaría con el clasicismo vienés. Pero es también quien, llevándolas hasta sus últimas posibilidades, las fractura. Toda su obra puede ser leída como una lucha con esas formas –y no sólo con ellas; también con los timbres y las posibilidades técnicas de instrumentos e instrumentistas– que culmina, dramáticamente, en el Cuarteto para cuerdas Op. 130, con la Grosse Fugue como su movimiento final, y en la Sonata para piano Op. 111.
El Concierto para violín y orquesta Op. 61, con su apariencia fácil y su exhibición de virtuosismo, lleva, sin embargo, esa contradicción dentro suyo. Estrenado por Franz Clement en 1806, la crónica que de él se hizo en un diario de Viena, firmada por Johann Nepomuk Möser, refleja esa doble cara. Por un lado se señala su “originalidad”, “muchos bellos momentos” y “el arte genuino y lleno de gracia” del solista. Por el otro, que “el esquema de la obra aparece frecuentemente confuso” y que “la repetición de lugares comunes podría haberse evitado”. Casi dos siglos después, la impresión podría seguir siendo la misma. La escritura para el solista y una superficie que no parece diferenciarse demasiado de la de cualquier concierto solista de la época choca, no bien se presta un poco de atención, con las abundantes dirrupciones y con una de las marcas de fábrica de Beethoven: precisamente la repetición de lugares comunes hasta hacerles perder su significación retórica y convertirlos en otra cosa. Y si hay una virtud que sobresale entre las muchas de la nueva versión de la genial Anne-Sophie Mutter es la de poner en escena esa naturaleza conflictiva en una obra en la que la costumbre y las interpretaciones adocenadas la habían adormecido.
Cuando hace cuatro años la violinista vino a Buenos Aires para hacer las Sonatas para piano y violín de este mismo autor, junto al pianista Lambert Orkis, lo que mostró fue el resultado de una especie de internación en el mundo beethoveniano. Luego de trabajar estas composiciones exhaustivamente (un trabajo en el que resultó fundamental la experiencia de Orkis con el fortepiano y con las corrientes de interpretación históricamente informadas) y de grabarlas, se dedicó a tocarlas en una gira por todo el mundo. En esta ocasión el CD, grabado en vivo en el Avery Fisher Hall, recoge también el fruto de un trabajo continuado y de una relación musical profunda. La orquesta es la Filarmónica de Nueva York y el director es Kurt Masur. El mismo equipo había registrado, con anterioridad, una de las mejores (y más enigmáticas) versiones del Concierto para violín y orquesta de Johannes Brahms. Aquí, las articulaciones punzantes, las explosiones, los contrastes dinámicos, la frase que jerarquiza los arcos cortos sin olvidarse del gran relato, construyen una interpretación única. En un panorama en el que aún brillan la antigua lectura de Zino Francescatti con la dirección de Bruno Walter y, más cerca, los nombres de Perlman y de Kremer (en una extraña versión, dirigida por Nikolaus Harnoncourt, que incluye la cadenza para piano escrita por Beethoven para la transcripción que hizo a pedido de Clementi), Mutter y Masur construyen la que tal vez sea la gran versión moderna de esta obra maestra. El CD, que acaba de publicarse en la Argentina (y se vende a precio local, es decir alrededor de $23), se completa con las Romanzas Opp. 40 y 50. La calidad de la grabación es excelente, a pesar de la acústica poco colaboradora del Avery Fisher Hall.