DISCOS › “SKULL RING”, EL NUEVO DISCO DE UN CLASICO: IGGY POP
La iguana reclama sus fueros
Frente a la moda de las bandas de garaje, el veterano de Detroit regala una hora de rock salvaje, afirmándose en su dominio del género.
Por Pablo Plotkin
A medida que envejece, Iggy Pop parece acentuar su rechazo a asuntos como sofisticación, madurez y otras instituciones. La vejez, en cambio, no es algo que pretenda camuflar. En la tapa de Skull ring, el disco que ayer salió a la venta en casi todo el mundo, la mano sepia de Iggy semeja un árbol nudoso. Las venas y los tendones se extienden como raíces centenarias y su nombre aparece sobreimpreso en anacrónica tipografía gótica. En el dedo anular lleva puesto el accesorio que le da título al álbum: un anillo de metal con forma de calavera, acaso el fetiche más anticuado e inoxidable en la historia del rock duro. Ese arte de tapa motoquero preludia con total coherencia el contenido musical de la obra: una hora de rock and roll rutero y cavernícola que en su histeria parece gritar una moraleja subyacente. A ver, chicos del retro rock, neo garaje o como quieran llamarlo, fíjense de dónde vienen todos ustedes.
Pop no es un tipo que tenga una carrera que cuidar (ya se encargó de sabotearla en diversas ocasiones), pero la actitud, eso sí, es un valor irrenunciable. Esa intensidad eléctrica que había recobrado con Beat’em up (2001) parece encontrar aquí cierto aval del contexto: la moda del rock “crudo” y la influencia vigente de los Stooges, la banda proto-punk que Iggy lideró a fines de los sesenta y comienzos de los setenta. Y para explicitar la propiedad intelectual del género, la “Iguana” reúne a los Stooges (los hermanos Ron y Scott Asheton, guitarrista y baterista) y abre el fuego de Skull ring con un rock de garaje lleno de alaridos y palmas. “Te están friendo el pelo en esa sillita eléctrica”, canta Pop en “Little electric chair”, sobrecarga de voltios que repone el espíritu anárquico que sublimarían los Sex Pistols. “Perverts in the sun”, grabado con The Trolls (su banda de gira), escenifica el verano según Iggy Pop: revueltas balnearias, toneladas de distorsión, empleos mal pagos, basura, perversión y su voz sacudiendo olas de speed metal. Los Stooges vuelven para tocar “Skull ring”, que parece rendirles culto a todos los tópicos del rock cuadrado. Estribillo marcial, solo de guitarra, largo fade out.
El disco avanza hacia una situación de Iggy y sus amigos. El vértigo parece encontrarse en los extremos generacionales: cuando se juntan los viejos de Detroit, la banda llega a niveles de histeria altísimos y la voz de Iggy, en el caso de “Loser”, se pone áspera y felina y se disputa el record de chirridos con la guitarra de Asheton. “Private hell”, hecho con los Green Day, aporta punk saltarín, al estilo The Clash, con un estribillo irresistible en el que Pop resplandece tronando sobre la distorsión y susurrando en medio del silencio. El otro tema grabado con la banda de Billie Joe Armstrong, “Supermarket”, agrega más frenesí californiano y por un momento convierte al cavernícola en el muchachito de una publicidad de Fanta desbaratada. Otro grupo del nuevo punk pop pulido, Sum 41, se acopla en “Little know it all” para registrar algo que podría ser un gran hit de los Foo Fighters.
A partir de ahí, sumando infatigablemente historias de carretera y sexo casual, el disco discurre a través de un pantano anegado de distorsión y espirales de guitarras. No es fácil discernir en qué momento Iggy deja de tomarse en serio para empezar a autoparodiarse. En “Whatever” suena como un payaso abandonado y gruñón al que le birlaron el cachet de la noche. En “Dead rock star” prefigura una muerte en un coche abandonado y en “Rock show”, interpretado junto a Peaches (femme fatale del punk electrónico), intercambian alaridos y juramentos sobre un beat de metal amortiguado. “Here comes the summer” es su “Birthday” tardío y una de esas veces en que su voz se hace pozo ciego. Los amasijos de distorsión empiezan a clonarse y a provocar una extenuación tal vez deliberada. Entretanto, Iggy tiene tiempo de cantar rock gótico (“Inferiority complex”) y un bluegrass (“Til wrong feels right”) en el que se convierte en un trovador de protesta un tanto absurdo, extendiéndose en una perorata que parodia y honra la tradición de Woody Guthrie. Más allá del duodécimo tema, Skull ring se engolosina en el exceso y boicotea sus posibilidades de ser uno de los discos de garaje del año. Detrás del de White Stripes, claro.