SOCIEDAD › DIEZ DIAS DETENIDO POR LLAMARSE IGUAL QUE UN SECUESTRADOR
Pasaje en el expreso de medianoche
La Bonaerense lo apresó cuando fue a votar y tardó diez días en saber que se trataba de otra persona. Ahora demandará al Estado.
Por Horacio Cecchi
El 15 de septiembre, en algún lugar oculto, Julio Mettica se hizo la pregunta que se deberían haber hecho otros: “¿Quién será este perejil que me regala la Bonaerense?”. Y aunque recién se enteró hoy, la noticia le dio para respirar tranquilo: el 14 de septiembre, apenas colocó su voto en la urna en una escuela de Burzaco, otro Mettica, Leonardo Julio, había sido detenido en su lugar, acusado del secuestro de Antonio Echarri y del asesinato de Ezequiel Dicugno. Leonardo J. se desgañitó diciendo que era un error, que no tenía 24 sino 28 años, que no vivía en la Isla Maciel, que su madre no era docente, que era un trabajador, que no tenía hermanos, que a Echarri lo conocía de ver la tele e insistía: “No me llamo Julio. Soy Leonardo”. Durante diez días, Leonardo J. supo lo que significa estar detenido en una comisaría bonaerense, con 20 presos en una celda de 5 por 3. Tras otra sesuda investigación lo liberaron por obviedades. Ahora está aterrado, se despierta de noche creyendo que lo buscan, no sale solo a la calle y no puede ver uniformados. Para colmo, había dado el ingreso para entrar a la Federal. Como mérito de la Bonaerense deberá anotar que el error se hubiera multiplicado si en lugar de Mettica buscaban a un Julio González. Ahora reclamará al Estado una indemnización por daño moral.
El domingo de elecciones, Leonardo J. se presentó a las 12.10 en la mesa 20 de la escuela San José, en Espora 3355, de Burzaco, para colocar su voto con el DNI 24.157.068. Lo hizo a esa hora, con el tiempo medido porque a las 12.20 entraba a trabajar en Metropolitano, ex línea Roca. Lo acompañaba Carina, su esposa, y sus dos nenas de 3 y 6 años. Lo vieron entrar. También salir. Pero esposado, con dos policías abriendo paso y otro de civil que empujaba su cabeza para abajo. “Es mentira que se resistió, es mentira que hubo gritos, las únicas que gritaban eran mis dos hijitas que lo veían salir esposado”, dijo Carina, su esposa, a Página/12.
De ahí, sin más trámite, terminó en la comisaría 5ª de Burzaco, mientras el jefe de la DDI de La Plata, otro Julio pero Ravena, anunciaba a los cuatro vientos en conferencia de prensa la detención del cerebro de la banda que secuestró a Echarri. A Leonardo J. nadie le dijo por qué lo detuvieron hasta el día siguiente, cuando el juez federal de La Plata, Humberto Blanco, le tomó indagatoria. Durante el interrogatorio, su mayor preocupación era que el juez le extendiera un certificado laboral para justificar su ausencia. “Tres veces les pedí un certificado”, recordó ayer Leonardo, que no es Julio, ante Página/12. Allí se enteró de que estaba acusado del secuestro de Antonio Echarri y del homicidio de Ezequiel Dicugno, de que él había sido el que compraba el diario al padre del actor para “hacerle la inteligencia”, de que había intervenido directamente en el secuestro y de que había asesinado a Dicugno –encargado de vigilar a Echarri– porque pretendía entregarse.
La única coincidencia entre el Mettica buscado y el Mettica detenido es el apellido y, a medias, el nombre: el prófugo se llama Julio a secas y el detenido Leonardo Julio. Fuera de esto, son dos personas diametralmente opuestas. Julio Mettica tiene un hermano (Pablo) prófugo por el mismo caso y por otros hechos, y otro suicidado en una persecución de la Bonaerense. Leonardo no tiene hermanos. Julio tiene 24 años, Leonardo 28. Julio vive en Isla Maciel, Leonardo en Burzaco. La madre de Julio es docente. La de Leonardo, jubilada como trabajadora del Estado. Se supone que Julio no tiene trabajo fijo. Leonardo trabaja de 12.21 a 21.21 en el ex Roca, como guardia de seguridad y como patovica en el boliche Maracaná, de la rotonda de Burzaco.
El lunes 15, a primera hora, la abogada de Leonardo, Alicia Petraitis, se presentó en el despacho de Humberto Blanco, en La Plata, enfrascado en esos momentos con los dilemas de un juez electoral. “Doctor, es sólo un minutito”, le dijo, y el juez interrumpió su tarea para escucharla: “Me parece que detuvieron a la persona equivocada”, soltó la abogada y dio los datos. Durante los diez días que llevó la detención, Petraitis insistió ante el juez.
“Acá, uno tiene que demostrar su inocencia y no como debiera ser, al revés”, señaló la abogada a este diario. En los hechos, la investigación aportada por el brazo auxiliar de la Justicia, la Bonaerense, se cumplió al pie de la letra, sólo que se inició dos días después de la detención. “Mientras Leonardo estaba detenido –relató Carina– vinieron infinidad de veces a preguntar a los vecinos, a hacer informes ambientales, a buscar testigos. Antes ni siquiera aparecieron por acá.” A todo esto, Leonardo pasaba de la 5ª de Burzaco a la 4ª de Berisso o a Tribunales. “Esposado”, aclaró mostrando las marcas indelebles en sus muñecas. En Berisso aterrizó en una celda con otros 19 presos, y el pasaje no fue grato. “Me tomaron de punto porque en sus códigos era un gil, dije que en el tren picaba boletos porque si se enteraban que era guardia me mataban, me quemaron el pie cuando dormía, querían pelearme todo el tiempo, me decían, ‘ey, pato (por patovica), a ver si te bancás a tres’. Todos tenían sarna y granos que sangraban. Se me paró el corazón cuando les empezaron a caer las preventivas, me decían que me iban a mandar a Olmos, me quería morir.”
Entre tanto, las dos nenas de Leonardo habían dejado de alimentarse, “los médicos dijeron que se les había cerrado el estómago –dijo Carina– y pedían que era necesario que tomaran líquidos porque se iban a deshidratar. No querían salir de casa y preguntaban todo el tiempo por el papá”. El colmo tuvo lugar el domingo 21. Ese día, en la celda de la 4ª de Berisso el detenido del caso resuelto se enteró por boca de su abogada: “Leonardo –le dijo la abogada a su cliente–, te dio bien el psicotécnico”. Había aprobado el primer paso para entrar a la Federal.
Pese a su experiencia, insiste con su objetivo de ingreso aunque no pueda ver uniformados. “Me dan pánico –dijo Leonardo, aunque aclaró que los de la Bonaerense–. Cuando averiguaba para entrar, un poli conocido me dijo ‘venite a la Provincial, en las recorridas te juntás un asadito, comés gratis’. Yo no quise.” Leonardo iniciará una demanda contra el Estado. “Si sos inocente, hacelo bolsa”, le dijo un policía bonaerense durante su estadía. Reclamará un millón de dólares de daño moral. Las secuelas están a la vista: durante las noches, se despierta aterrado diciendo “quieren entrar, vienen a buscarme”. Tiene ataques de pánico, no se anima a salir solo a la calle, durante las noches tiembla, va a tener que abandonar su trabajo en el boliche porque a los dueños les quedó la semilla de la sospecha. El lunes fue su primer día de trabajo en el ferrocarril, pero no pudo completar la jornada. Está con tratamiento psicológico. Y a sus nenas les explica que fue detenido por policías malos y ahora debe explicarles que él será policía, pero de los buenos. No es sencillo.
En el caso Echarri no hay detenido ninguno de los jefes de la banda, el único que se iba a entregar fue asesinado. Ahora detuvieron al hombre equivocado. Insiste la idea de la apoyatura de la Bonaerense.