ECONOMíA › TEMAS DE DEBATE: EL IMPACTO DE LA CRISIS INTERNACIONAL EN AMéRICA LATINA

Repercusiones en la periferia

Algunos analistas creyeron que el derrumbe del Muro de Wall Street no tendría mayor impacto en los países en desarrollo. Sin embargo, la globalización no deja lugar para esconderse, aun en un contexto de mayor fortaleza para la región.

Producción: Tomás Lukin

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Alcance diferenciado

Por Guillermo Rozenwurcel *

El mundo está inmerso en la peor crisis económica en muchas décadas. Su singularidad obedece a la interacción de dos procesos. Por un lado, el que produjo una globalización financiera inédita, en la que mercados financieros cuya dimensión supera en muchas veces el nivel del producto mundial, operan sin regulaciones globales y con una falta de transparencia casi absoluta. Por el otro, el que configuró un escenario internacional peligrosamente inestable e insostenible a largo plazo, donde Estados Unidos fue acumulando enormes déficit externos, financiados por China y unos cuantos países más de los llamados emergentes, que en conjunto acumularon un superávit equivalente.

América latina venía de una etapa de crecimiento sostenido sin precedentes. Ese proceso estuvo acompañado por la generación de superávit gemelos: externo y fiscal. A su vez, los indicadores sociales mostraron mejoras, con caídas en la pobreza y en el desempleo. Por ello, la actual crisis internacional encuentra a la región en una posición más sólida que en ocasiones anteriores. Sin embargo, aunque el acople no fue inmediato, el alcance del proceso de globalización hizo que la llegada de la crisis a la región resultase inevitable, tal como ya comienza a manifestarse en 2009.

Como era previsible, el primer impacto del shock se sintió en las variables financieras. Apenas se desencadenó la crisis los inversores internacionales comenzaron a huir de los activos financieros de países emergentes dirigiéndose hacia otros de menor riesgo (especialmente los bonos del Tesoro estadounidense). A pesar de que las variables financieras empeoraron fuertemente en 2007 y más aún en 2008, inicialmente esto no afectó el desempeño de la región en materia de crecimiento debido a que las economías de América latina están más basadas en la banca comercial que en el mercado de capitales. Además, el incremento del riesgo-país no tuvo un impacto devastador en las finanzas públicas por el relativamente bajo nivel de endeudamiento. Sin embargo, la iliquidez internacional comenzó a impactar en los mercados de crédito locales en 2009.

Por el lado real, la disminución en las exportaciones, la caída en el precio de las commodities y la desaceleración en el ingreso de remesas son factores que ya tuvieron cierto impacto en la región en 2008 y que lo harán aún en mayor medida a lo largo de este año. De todos modos, la heterogeneidad de la región es muy notoria: los países más perjudicados parecerían ser aquellos que exportan petróleo y productos minerales, en tanto los exportadores de alimentos, Argentina entre ellos, estarán probablemente entre los menos afectados.

Sea como fuere, las perspectivas de crecimiento para este año son muy desfavorables. Según el FMI, América latina se contraerá 1,5 por ciento en 2009 (y el mundo 1,3 por ciento) en un contexto de caída proyectada del precio de las commodities no petroleras de 27,9 por ciento y una reducción del precio del petróleo de 46,4 por ciento.

La actual crisis internacional irrumpe, además, en un contexto en que los más pobres de la región ya se encontraban en una situación vulnerable por los altos precios de los alimentos. A esto se suma, ahora, el previsible efecto del alza en el desempleo, con el agravante de que este deterioro seguramente se extenderá más allá de la crisis por sus efectos sobre el gasto educativo y la calidad de la nutrición. Resulta por ello vital mantener y, en lo posible aumentar, el gasto público redistributivo. Esta conclusión se refuerza si se tiene en cuenta que el segmento pobre de la población tiene una propensión a consumir elevada. En cambio, las exenciones impositivas a la clase media o media alta tienden a generar –especialmente en situaciones de incertidumbre– un incremento del ahorro y no logran impulsar el gasto agregado.

Es importante tener presente, finalmente, que aunque toda la región sufrirá la crisis, sus efectos serán diferenciados por país, en función de diferencias estructurales y de política entre ellos. La crisis afectará más a los países más dependientes de las exportaciones petroleras y de los flujos de remesas y más vulnerables a los shocks financieros. La calidad de las políticas implementadas durante el auge también influirá de manera determinante. Los gobiernos que dieron prioridad a la sostenibilidad de los equilibrios macroeconómicos y ahorraron en el auge, contarán con mayores márgenes de maniobra para adoptar políticas expansivas tendientes a amortiguar el impacto de la crisis sobre la actividad y el empleo.

Por ello, las recomendaciones de política no pueden ser uniformes. Es cierto que existen enseñanzas comunes, como la necesidad de contar con estados capaces de implementar políticas anticíclicas, así como de regular y supervisar más activamente a los mercados financieros. Pero así como durante la década del ‘90 la tentativa de imponer las mismas reformas estructurales en todos los países de la región fracasó estrepitosamente, se corre un riesgo semejante si se pretende enfrentar los problemas actuales de la misma manera en todas partes.

* Economista, director del Centro de iDeAS-Unsam.


Multipolaridad opresiva

Por Claudio Katz *

Ya nadie niega los dramáticos efectos de la crisis sobre América latina. Pero muchos analistas estiman que esa adversidad podría ser contrarrestada con mayor autonomía económica de la región en un escenario multipolar. Esta perspectiva igualmente requiere digerir el severo deterioro que ha creado la disipación del desacople y la fragilidad de los escudos monetarios y fiscales. Tres efectos de las crisis afectan a toda la zona. En el plano financiero, aumentan las tensiones cambiarias y las fugas de capital, a pesar del limitado endeudamiento personal y del acotado apalancamiento de los bancos. A nivel industrial, la sobreproducción destruye empleos en las ramas globalizadas, a medida que las transnacionales reorganizan su escala de producción. En la órbita comercial, el abaratamiento de las materias primas revierte la mejora de los términos de intercambio y detiene el crecimiento de los últimos cinco años.

La tesis multipolar supone que América latina contendrá el tsunami global con medidas de reactivación keynesiana. Estas iniciativas se están implementando sin ninguna redistribución del ingreso, mediante el incremento de la liquidez y la expansión del crédito público. Las grandes empresas reciben en la mayoría de los países los recursos que necesitan los desamparados. Pero estas acciones sólo permitirían reanimar la demanda o frenar el desplome productivo, si la recesión no desemboca en depresión o estancamiento prolongado.

América latina carece de los recursos que manejan las economías centrales para ensayar contrapesos al desplome del nivel de actividad. La región no emite dólares ni euros y tiene vedado el déficit fiscal, que desborda la Tesorería de las grandes potencias. El margen de incidencia de la política económica se ha estrechado.

La tesis multipolar considera que estos inconvenientes podrían ser remontados, en un escenario internacional semejante al creado por el colapso del ’30. Pero el contexto que favoreció la industrialización de varias economías periféricas, no se reprodujo en las conmociones posteriores. Los temblores de la segunda mitad del siglo XX estuvieron signados por la ausencia de confrontaciones interimperialistas y un mayor grado de internacionalización de la economía. Lo ocurrido durante el neoliberalismo ilustra cómo un descalabro en el centro ha tendido a generar creciente endeudamiento, pobreza y regresión social en América latina.

Tampoco la crisis de dominación estadounidense conduce al desahogo económico de la región. Hasta ahora la primera potencia mantiene la primacía del dólar, socorre a sus bancos con financiación internacional y resucita al FMI como timonel de la tempestad. Al preservar un liderazgo militar aceptado por sus competidores, Estados Unidos ha impuesto la agenda económica de padecimientos populares y auxilio a los capitalistas, que discuten todos los participantes del G-20.

Ese temario no fue suscripto sólo por el gobierno derechista de México. Ha contado también con la activa adhesión de Brasil, que busca ocupar los espacios creados por la crisis estadounidense sin desafiar al gigante del Norte. La prioridad de Lula es promover los negocios de las multinacionales radicadas en su país, con megaproyectos (Iirsa) y préstamos oficiales (Bndes). Repite la política de lobby que implementó Felipe González en la década pasada, para apuntalar este tipo de empresas. Itamaraty aspira, además, a desenvolver una geopolítica de dominación mediante el rearme, la ocupación de Haití y el control de Unasur.

Esta política conduce a orientar el curso multipolar hacia una asociación con Estados Unidos. Pero su concreción exige desanimar previamente todos los intentos antiimperialistas de Venezuela, Bolivia o Ecuador, bloquear el debate de la crisis en la asamblea de la ONU y participar intensamente en la rehabilitación del FMI. Colaborar con la reconstitución de esa entidad contradice el principio progresista básico de repudiar al organismo que comanda el ajuste a favor de los banqueros. También el gobierno argentino participa de esa recomposición de la elite financiera. Sus voceros justifican un eventual retorno al Fondo con el absurdo argumento de reformar una institución clave del orden imperial.

Los distintos proyectos multipolares que actualmente promueven las clases dominantes no guardan ningún parentesco con los viejos programas de las burguesías nacionales latinoamericanas. El desarrollo del mercado interno y la mejora del poder adquisitivo han perdido peso, a favor de un esquema exportador muy entrelazado a la estrategia de las empresas transnacionales.

El esquema multipolar que alientan los acaudalados enaltece la ganancia, abarata los salarios, crea poco empleo y acentúa la desigualdad. La irrupción y afianzamiento de ese modelo es una incógnita. Pero su función al servicio de los poderosos es un dato del escenario regional.

* Economista, investigador del Conicet, profesor de la UBA.

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